Por Inés BusquetsMaría Teresa Andruetto es escritora argentina que ?en 2012 recibió el premio Hans Christian Andersen, considerado el «pequeño Nobel de la literatura».?
La construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura en su país y el universo femenino son algunos de los ejes de su obra. AGENCIA PACO URONDO conversó con ella sobre Una lectora de provincia, su trabajo más reciente. Agencia Paco Urondo: El primer epígrafe de tu libro, de Pascal Quignard, dice ¿sabe usted que es un lector? Me gustaría arrancar por ahí, porque lo usás para hablar de la historia de las mujeres de tu familia. María Teresa Andruetto: ¿Qué es un lector? No sabemos, puede ser muchas cosas, pero sí sabemos que hay una pasión, ahí. Decimos que alguien es un lector no solo porque lee, sino porque se apasiona por lo que puede surgir de un libro. APU: ¿Cómo nace esa Tere lectora? M.T.A.: Esa pasión que sentí desde muy temprano, tiene su germen antes. De mi madre, mi abuela, mi bisabuela. Todas las personas elegimos, conscientemente o no, ciertas cosas que están en el pasado de nuestras vidas, en las anteriores a las nuestras. Nadie se hace solo, todos recibimos legados de distintas características y también los traspasamos. Hay algo del legado de lectura que a mí me llegó de distintas maneras y del que me apropié. Vivía en un pueblo y en una época sin virtualidad, entonces los libros me ofrecían un modo de salir a mundos reales o imaginarios, a través de ellos. APU: Hay como grandes tópicos en el libro; hablas de lectura y espiritualidad, agradecimientos, hasta de distintos tipos de lectores ¿Que nos podrías decir sobre las etapas que fuiste teniendo con esta pasión? M.T.A.: Quise hacer un libro honesto acerca de mi recorridos de lectura, no uno de una lectora ideal, en el sentido de una persona que siempre leyó los ponderables. Alguien que se ha movido de un modo salvaje entre los libros, las revistas, los relatos, hasta ir definiendo sus gustos. Es un recorrido por mi vida donde está la diversidad de lecturas. A lo mejor, no todas serían recomendables desde un punto de vista docente, pero sí son verdaderas y que gracias a ese tránsito he seguido con esta curiosidad por los libros. He leído para consolarme, para aprender, enseñar, divertirme, para olvidarme de las penas, no perder una memoria emotiva. Los libros pueden cumplir funciones muy distintas en nuestras vidas, a lo largo de ellas. La otra vez me preguntaba ¿para qué, por qué leo? Por una curiosidad infinita. Tal vez, con las lecturas que tengo ya alcanzaría, pero esa curiosidad nunca se ha ido. Me fui 15 días al Festival de Guadalajara y leí siete libros. APU: Ahora, curiosidad mía, ¿Cuáles son algunos de esos libros? M.T.A.: He leído una novela que me impactó mucho, que se llama Hija de nadie, de Javier Núñez, un escritor rosarino. Yo no lo había leído, es premio de la Premio Casa de las Américas y la novela, acá, seguramente circulará poco a menos que se edite en el país. La publicó la Universidad de Veracruz, en México. Él me la dio en Guadalajara, la abrí y en la segunda página ya había entrado completamente en clima, la superecomiendo si alguien la ve. Es una novela sobre un mundo destruido después de una especie de fin del mundo nacional, una chica joven a la que le han amputado la lengua, una mujer de mediana edad y un hombre ya grande que recorren un lugar distópico. Una mezcla de una literatura de anticipación y novela de cowboy. También leí Contramarcha, de María Moreno, de la colección Ampersand, la misma donde sale mi libro. Releí la poesía de Teresa Arijón, que se llama Mil veranos. Es preciosa, la recomiendo mucho. Y leí la poesía de Coral Bracho, poeta mexicana que ganó el premio de la Feria del Libro de Guadalajara, alguien a quien sigo desde hace muchos años, pero ahora fui a su poesía reunida. Después, algunos libros para chicos y un libro Byung Chul Han sobre la idea, la filosofía que los chinos tienen sobre la copia, la imitación. APU: ¿Cuáles son tus disparadores a la hora de escribir? ¿Tenés algún género en particular? M.T.A.: Me acordé que también leí Línea nigra, de Jazmín Barrera, un libro sobre su experiencia de maternidad muy interesante, el tema de las mujeres me interesa mucho. Lo recordé ahora porque en este libro que leí en el camino anoté varias cosas al costado, cosas que me van surgiendo cuando leo, ideas para cuentos, para unas columnas que hago, una frase para una cita. El punto de partida es algo que veo, por lo general, de otros. Eso enciende algo y va en mi cabeza dando vueltas. Puede que anote algo que en algún momento haga ese paso. Después, cuando algo se seca, la poesía siempre me pone a tono, aunque no tenga que ver con lo que estoy por contar o contando, me pone como en un estado receptivo interno. APU: Para el que hace narrativa, solamente ¿Creés que es importante la lectura de la poesía? M.T.A.: Creo que es indispensable, me parece que ahí está la madre de todas las escrituras. Por supuesto que hay de todo. La poesía es el lugar donde las palabras están más lejos de servir a otra cosa que a ellas mismas. Hay, ahí, una música de la lengua que siempre enriquece la narrativa, si uno tiene la percepción de esa potencia y esa riqueza de la lengua a la que la poesía nos lleva. Cuando uno lee un poema, la misma pulsión de lectura se demora, se ralentiza, se queda un rato en las palabras. Cuando uno lee narrativa, en general, la acción lo lleva hacia delante. La poesía nos deja mirándonos en esas aguas. Eso, para toda escritura, es muy rico. Me parece que un buen narrador no debe olvidar nunca la música de la lengua. APU: Hasta acá hablamos del nacimiento de la lectora ¿Cómo nace la escritora? M.T.A.: Nace por sucesivos desvíos. Me lo he preguntado, porque siento que devine escritora. No es que cuando tenía 15, 18 o 20 años me dije quiero serlo, quizás porque eso estaba lejos de mi vida, no tenía gente próxima que escribía, no conocía escritores, mucho menos escritoras. Mi mamá escribían cartas bonitas, eso sí, había en mi entorno amigas, pero no conocía escritores o escritoras en el sentido público social. Mi aspiración era ser una profesora titular en la Universidad de Córdoba, particularmente Literatura Argentina o Literatura Hispanoamericana que eran las especialidades que más me interesan leer. Me recibí un poquito antes del golpe de Estado. Había tenido una militancia estudiantil, así que me fui de los espacios conocidos, de Córdoba. Tuve miedo, hice lo que mucha gente, lo que luego se llamó exilio interno, así que no pude no pude adscribirme a una cátedra. Cuando se recuperó la democracia, ya tenía otro trabajo, tenía una niña y estaba por tener otra. La vida había cambiado y sentí que eso no era para mí. En medio de todo eso, fui escribiendo una novela y ahí sí, empecé a sentir el deseo de ser leída por otros que no fuera mi entorno familiar o mis tres o cuatro amigas. La escritura es algo íntimo, algo que uno hace con uno y para uno, pero ser escritor es poner eso íntimo en el espacio público. Entiendo el ser escritor como una escritura privada que se vuelve pública, porque uno se pone ante los otros, se ofrece y a la vez se somete a ser leído, discutido, ignorado. Empecé a necesitar eso, a no alcanzarme con escribir para mí. Cuando entendí eso, tenía una situación personal muy modesta. Era jefa de hogar, tenía dos niñas, estaba separada, trabajaba en la docencia. Quiero decir, no quise pagar una edición. Encontrar un editor en una Córdoba que no tenía tantas editoriales, hoy es muy pujante en ese sentido. No era conocida para nada y tampoco tenía las condiciones como para ir a instalarme a Buenos Aires ofreciendo mi original, tampoco había virtualidad. Todas esas condiciones hicieron que demorara casi 10 años en lograr publicar mi primer libro, que fue por un premio, el Luis de Tejeda que da la Municipalidad de Córdoba. Era una edición de 500 ejemplares de esa novela y un dinero. Además de que el premio significó una gratificación muy importante, sentí que me habilitaba y eso me hizo ofrecer a editoriales, concretamente a Gigliola Zecchin (Canela), quien era nueva editora de colecciones juveniles en Sudamericana, unas historias que tenía y así salieron dos libros para jóvenes. Nunca más dejé de publicar. APU: La persistencia, aparte, hoy que hay tanta ansiedad por mostrar eso que tenés, decir va a llegar el momento. M.T.A.: No sabía si iba a llegar el momento. Tengo el recuerdo de hablar con una amiga que murió joven. Ese premio salió cuando yo tenía 40 años. Unos meses antes, hablando con ella, las dos al borde de los 40 años, me pregunta que me hubiera gustado hacer en la vida que no pude, y yo le dije publicar alguna vez un libro. Ahora voy a cumplir 70 en enero y tengo como cuarenta libros publicados. Qué extraña, la vida. APU: Qué deseo tan fuerte ese que le dijiste a tu amiga, que se materializó. M.T.A.: Vos sabes que por eso nunca me tentó hacer cosas que yo no sintiera verdaderamente. Agradezco esa persistencia del deseo que le ha dado sentido a mi vida y me sorprendo, también, de ese deseo que sostuvo mi escritura durante diez años sin que nadie me leyera, algo muy difícil de sostener en un escritor. Después sí, tengo lectores, gratificaciones, invitaciones, premios, así es fácil sostener el deseo, pero diez años de ese modo… Entonces me digo “tengo que ser agradecida con ese deseo que me sostuvo tanto tiempo” APU: ¿Crees que la literatura tiene una función social? M.T.A.: Creo que sí, en el sentido en que uno no la haga servir a otra causa más que ella misma en un sentido directo. La literatura puede enseñarnos tantas cosas, a incluir a otro. Cuando uno escribe, lo primero que hace es darle la palabra a un narrador que no es uno, es una voz de un otro posible, imaginario, y desde ese otro hay que mirar lo que se va contando. El lector no tiene otra entrada a un cuento o a una novela más que ese otro y eso le hace mirar desde otra subjetividad. También nos hace descubrir la variedad de hablas que hay dentro de una misma lengua, las distintas condiciones sociales de los personajes y las razones que un ser humano puede tener para hacer lo que hace. Todo eso y mucho más, nos puede enseñar la literatura, a condición de que no la obliguemos a que nos enseñe direccionalmente una sola cosa. El arte, la literatura es uno de los pocos espacios de libertad que todavía los seres humanos podemos tener. De pensar e imaginar vidas posibles, para volver sobre las nuestras o para comprender, tal vez, a otras. El sentido verdaderamente social que puede tener la literatura está dado por tener a la lectura como una cuestión de Estado, la construcción de una sociedad lectora más consciente de sí, más enriquecida en su posibilidad de imaginar, más liberada de un achatamiento general. Donde nació una comunidad en el comienzo de los tiempos, apareció la literatura, el relato oral, el mito, la leyenda a través de la cual, esa comunidad se contó a sí misma de dónde venía, quién era. La humanidad no hubiera conservado los relatos, las ficciones si no nos fueran tan necesarias. La literatura de un país, en su diversidad y complejidad, son las distintas maneras a través de las cuales una sociedad, comunidad, un país o lengua se cuenta a sí mismo quiénes somos. APU: El libro se llama Una lectora de provincia y siempre surge el tema de la federalización de la cultura, vos haces una suerte de manifiesto como lectora al final del libro ¿Qué pensás con respecto a qué es centro, qué márgenes? M.T.A. Cuando empezaban a invitarme, hace ya muchos años, me acuerdo que me habían invitado a una mesa de mujeres. Éramos como siete y en mi caso, que estaba como al medio de todas, entre paréntesis decía del Interior. Yo les dije “así, la escritura de mujeres no se embandera”. Yo he tenido varios encasillamientos. Del interior o de provincia era uno; de literatura para niños era otro; he ido rompiendo varios de esos encasillamientos. Por eso me gusta definirme como escritora, ni siquiera como poeta, que a veces me parece como mucho. Soy una mujer que escribe y distintos tipos de cosas, que ha hecho casi todo desde Córdoba. En mi casa se usaba una frase, hacer de trapo bandera. Es como empoderarlo, decir “acá estoy, soy de provincia”. De esta manera, valorizo el poder escribir, tener un reconocimiento nacional y ser de una provincia. He podido tener reconocimientos sin moverme de mi lugar. Debo decir que hay una cuestión importante que ha hecho la virtualidad. No es lo mismo escribir desde el pueblito desde donde vivo ahora que haber estado aquí en los años 80 o 70, 60, donde los escritores, sobre todo los narradores, tenían que irse a la Capital. Creo que hoy no es así ni tampoco creo que todos los que vivan en Buenos Aires tengan la fortuna de ser reconocidos. Mi agradecimiento mayor es al mundo de los docentes, de los formadores de lectores, porque nunca se lee tan intensamente como cuando se lo hace para transmitir a otros, la lectura.
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