Leila Sucari, el impulso vital de la escritura Imprimir
Escrito por Agencia Paco Urondo   
Lunes, 15 de Octubre de 2018 00:00

La escritora Leila Sucari dialogó con Fractura, suplemento literario de APU. La entrevista giró en torno a su novela Adentro tampoco hay luz, a su oficio de periodista y sus lecturas. También anticipó detalles de su nuevo libro Mejor no hablar de amor.
Por Analía Ávila Leila Sucari nos recibe en su casa para la entrevista, en el living nos encontramos con la sonrisa y mirada curiosa de su hijo Simón de cuatro años, y con sus dos gatos, Kusturica y Greta. “Kustu”, el más inquieto, se planta en la mesa ratona y nos inspecciona a pocos centímetros, cara a cara durante unos segundos, después nos lame la mano de manera amigable y se sienta junto a Greta. “Ella es como una esfinge”, acota Leila. 
Mientras Simón juega en el cuarto, Leila, con sencillez y frescura, nos cuenta que recién llegaron del jardín, mientras pone el agua para unos mates. Ya con termo, mate y grabador dispuestos, la charla comienza en relación a su primera novela Adentro tampoco hay luz (Tusquets, 2017) que ganó el premio del Fondo Nacional de las Artes en 2016.       
Agencia Paco Urondo: ¿Cuándo empezaste a pensar esta novela? ¿Cómo fue el proceso de escritura?
Leila Sucari: Como trabajo de periodista freelance escribo todo el tiempo, pero nunca me había planteado la idea de hacer una novela. La empecé a escribir en el verano de 2014, me aparecieron imágenes de la nena, la abuela y el campo. Comencé con escenas sueltas, hacía un tiempo había escrito un fragmento muy cortito sobre las hormigas y me pareció que allí había algo, como que estaba esa voz de la nena. Me pasé todo ese verano escribiendo y para marzo no se me agotaba, no era un cuento ni una crónica, sentía que de una escena se desprendía otra.
Ahí fue cuando empecé el taller de novela con Fernanda (García Lao) y justo ese año yo estaba embarazada, así que coincidió la maternidad con la gestación del libro. En total fueron dos años de escritura. La primera parte la escribí durante el embarazo, la segunda en el primer año de mi hijo que nació en octubre, fue un antes y un después. Siento que la primera parte tiene otro ritmo, hay más observación; en la segunda tenía tan instalado el universo de la novela que ya era  como un ejercicio de escritura automática, me sentaba a escribir y ni pensaba. Fue como un dejarme llevar, mucho más intuitivo que de plan.     
APU: Los personajes protagonistas son muy vívidos, los recordamos aún después de terminar la novela ¿Tomaste elementos autobiográficos o tal vez tienen que ver con la vida real? El campo también es protagonista, ¿por qué elegiste este escenario?
LS: Todo lo que una escribe en algún punto te resuena a algo propio. Es como una especie de collage, una mezcla de gente que conocés. Armo un Frankestein, una especie de criatura que construyo de la nada. Mezclo cosas y sueños, películas que vi. También tomé cosas de amigos y  de mi familia.
Con respecto al territorio hay mucho que me resuena porque es donde vive mi papá. Cuando yo iba de chica hace 20 años era un campo, había liebres y lagartos y me llamaban la atención los caminitos de las hormigas. Yo tenía una relación intensa con los animales, buscaba renacuajos en las zanjas y me llevaba pájaros a la casa.       
APU: La abuela es un personaje complejo, es autoritaria, cruel, pero también es el motor, la que organiza, alimenta y cuida con remedios caseros. ¿Cómo delineaste este personaje?
LS: Quería correrme un poco de “lo que se espera de”, del lugar común de la abuela amorosa, con el delantal, que cocina y cuida a sus nietos. O el personaje de la madre, que está a veces más perdida que la propia niña, está en plena búsqueda. Como correrme de los estereotipos, qué es una madre, cómo debería ser una abuela. Quería abrir grietas en eso que una tiene como imagen estancada de lo que es la maternidad o la abuelitud. También el personaje de la prima me servía como algo disruptivo, que venía a quebrar y a mostrarle a la nena el mundo por fuera del hogar, de la familia, de la tranquera que se supone que contiene.
Resultado de imagen para Adentro tampoco hay luz leila sucariAPU: Hay un gran trabajo con los detalles, la miniatura, los aromas y sabores.  ¿Lo pequeño que se describe tiene que ver con esa mirada infantil?
LS: Sí, hay mucho de los detalles, del primer plano, como acercar un zoom, una lupa. La cosa de los sentidos también, de los sabores, todo es muy de cerca. Es mirar de otra manera, el ejercicio fue poder adoptar esa mirada que una va perdiendo en medio de la vorágine del caos de la existencia. Fue algo de mucha introspección, de recuperar esa mirada, todo el tiempo mi cabeza estaba así, fueron dos años de mundo paralelo total. La novela y el bebé, el resto el mundo no existía, fue muy intenso. 
Todo el tiempo buscaba cómo se mira, huele y siente. La relación con el mundo muy directa y desde lo físico, no hay teoría abstracta, es lo que el cuerpo siente. Me como un pomelo y toda la realidad de la existencia es ese pomelo, como una entrega en cada acto. Por la edad el personaje me daba esa posibilidad, por el territorio, descubrir un mundo desconocido y estar fascinada con ese misterio.
APU: Con respecto a los animales, la nena observa la relación de la madre con sus crías y tiene como amigos a una chancha y un lagarto. También quiere volverse animal como escape o refugio, por ejemplo dice acerca de las gallinas: “quiero abrazarlas, meterme adentro de un huevo tibio y cubrirme de plumas”. ¿Te influenció Clarice Lispector para esta mirada?
LS: A la nena le cuesta relacionarse de una manera auténtica con su entorno, con las personas. Con los animales es mucho más directo, porque no tienen una moral y una ética, entonces tienen una posibilidad de libertad mucho más grande. Y ella todavía está en esa frontera entre la niñez y la adolescencia, una pubertad donde todavía está como al límite. Creo que la infancia tiene que ver mucho más con lo animal. Y cuando sucede el “bautismo” se quiebra eso, pasa al mundo de los adultos, donde hay otra conciencia, con la idea moral de qué está bien y qué está mal. Al no tener el límite marcado y no existir un bien y un mal, todo es válido como forma de experimentación, hay que probar lo que hay alrededor, y eso la mueve a ella todo el tiempo, a buscar, a salir.   
Me encanta Clarice, la leo seguido y sí, en un momento ella dice “mi secreto más profundo es no haber nacido animal” y todo el tiempo hace referencia a lo animal, quiere correrse un poco de la idea del humano como si fuera algo separado del resto. De hecho yo vivo con mis gatos (risas).
APU: ¿El oficio periodístico te ayudó a la hora de escribir la novela?
LS: Me ayudó en el sentido de la práctica, el músculo de la escritura, me siento y escribo, perdí el miedo a la hoja en blanco, al  “no sé cómo empezar”. Es salir de la idea de la literatura como algo solemne, darse un poco de soltura y sentarse a escribir. Como escribo todos los días, porque siempre tengo alguna nota que entregar, ya está muy incorporado. Una nota periodística la puedo hacer en cualquier momento y lugar. Si me tengo que poner a escribir algo más personal, un cuento o novela, tengo que tener concentración, ganas y deseo. Paso también un montón de días en donde no escribo nada. Ahora estoy por firmar contrato por una nueva novela.
APU: ¿Podés adelantarnos algo sobre tu nuevo libro? ¿Cuándo se publicará?
LS: Sí, la trama es sobre una madre y su hijo. Y hay ballenas, que eso fue un sueño recurrente durante 15 años. Después se van a vivir a un pueblito perdido en la costa. La novela la terminé hace unos meses y la escribí sin comparar con la anterior, si no, no podría escribir. Creo que también la escritura tiene que ver con la impunidad y con la libertad, hay como una entrega, esto es lo que tengo para decir, y después es una lotería y un riesgo. El libro se va a publicar el año que viene y es otro registro, no tiene nada que ver con el primero. Fueron momentos muy distintos los de esta novela y la nueva, que por el momento se llama Mejor no hablar de amor. Me llevó dos años escribirla y ya estoy ansiosa, quiero que salga.     
APU: ¿Qué pensás de lo que sucede hoy con las escritoras argentinas, con su compromiso con las causas feministas? 
LS: La literatura es algo vivo, para jugar, lo académico y las cuestiones del canon ponen distancia. La mujer por primera vez tiene una voz y se está haciendo lugar a los codazos, para que por ejemplo en las mesas haya hombres y mujeres, que tomemos la palabra activa. Con todo lo que pasó en la Plaza por el tema del aborto, con el libro Martes verde, se dio algo muy lindo como colectivo. Si bien la escritura es muy solitaria esto es abrir las puertas, que sea también algo para compartir en la calle. Leer con otras escritoras, que exista esta hermandad y poder compartir textos de manera tan amorosa está buenísimo. Te permite rever un montón de cosas, no sólo del canon literario, también la idea de la “literatura femenina”, como si la gran literatura fuera sólo cosa de hombres. Esto de tener que demostrar qué tan buena sos, al hombre no le pasa eso, en ninguna disciplina. A la mujer le toman un examen mucho más estricto y rígido.
La escritura también tiene que ver con tomar una voz pública que implica otro rol, salir de lo doméstico, de la casa, también es un quiebre fuerte. Todo se nutre y está mezclado, si no fuera madre tal vez habría cosas que no hubiera escrito, también por cuál es mi trabajo, lo siento como todo junto. La escritura como parte de la vida, en una especie de ritmo vital. El periodismo es un trabajo que cada vez está peor pago, precarizado, no tengo ningún trabajo fijo, todo es freelance, doy clases, es medio un caos. Pero la escritura es un impulso y una necesidad. La cosa ideal, la idea del “cuarto propio” y de tener todas las necesidades satisfechas no existe. Algunas personas lo deben tener pero tampoco es garantía de nada.
APU: ¿Qué estás leyendo en este momento?
LS: Cambio mucho, me gusta leer filosofía, estudié como seis años en Puán y me encantan Gilles Deleuze y Jacques Derrida, cada tanto necesito refrescarme con lecturas que no tengan que ver con lo contemporáneo. O leer también a los griegos. Me encanta John Fante, su libro Pregúntale al polvo. A Fernanda (García Lao) la leo siempre y también los cuentos de Silvina Ocampo. Además leo a  muchas mujeres que son buenísimas y tal vez no son tan populares, como Agota Kristof y Herta Müller. Ahora mismo estoy leyendo Lolita (Vladimir Nabokov) que lo había leído hace un montón y me parece increíble, Las aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara y 38 estrellas de Josefina Licitra. Estoy distribuida en distintas lecturas.  
APU: ¿Qué herramientas te dieron los talleres de escritura y cuál es tu experiencia como docente?
LS: El primer taller de escritura que hice fue con Josefina Licitra y aprendí un montón. Y llegué a Fernanda por un perfil que le hizo Josefina y me pareció buenísimo, leí Vagabundas y dije: quiero hacer taller con ella. Somos muy amigas también, Fernanda y Jose fueron muy generosas conmigo, me abrieron un montón de puertas mentales y físicas de alguna manera. También pasa por compartir cierto lenguaje, una encuentra sus maestros o talleres cuando sentís que hay algo que va más allá de la técnica, sentís que entienden lo que estás diciendo. Y con Fernanda me metí de lleno en la ficción. Está bueno leer y escuchar lo que le parece al otro, me parece muy rico. Leer, tomar vino y divertirse, se genera una situación de placer vinculada a la escritura.
Di clases en la Universidad Kennedy, ahora estoy dando un seminario en la Escuela Éter y un taller en Espacio Enjambre de relato autobiográfico, que lo extendimos hasta fin de año. Hace tiempo que escribo en La Agenda una columna en clave crónica autobiográfica y de ahí surgió la idea de este taller, que es usar lo autobiográfico de disparador. Tiene que ver con disfrutar de la escritura y la lectura desde otro lado, el ámbito de un taller te da mucho aire y esto siempre es necesario.
Biografía:
Leila Sucari (Buenos Aires, 1987). Estudió artes visuales, periodismo y filosofía. Colabora en diferentes medios como Brando, La Agenda, Rumbos y Alta. Su primera novela, Adentro tampoco hay luz ganó el Premio Fondo Nacional de las Artes en 2016 y se publicó en Tusquets en 2017. En 2019 publicará su nuevo libro.