Demián Selci polemiza con los blogueros Lucas Carrasco, Martín Rodríguez, Ezequiel Meler y Luciano Chiconi.
Por Demián Selci
Revista Planta Los
blogueros se subieron al caballo de la historia por izquierda –y
pretenden bajarse por derecha. Surgieron hacia 2006 y explotaron en
2008, durante la crisis de la 125. Entonces era interesante leerlos. No
por el desacartonamiento en la escritura, ni (como se creyó) por la
novedad de la plataforma empleada (el 2.0). Era algo más pedestre: en el
medio de un intento de destitución, cuando parecía que nuevamente se
imponía la Argentina hipócrita, rebosante de moralina y con Santo
Biasatti entristeciendo espeluznantemente a toda la población –en el
medio de todo esto, los blogueros defendían al gobierno.
Cumplían
función básica de la política: para el joven protokirchnerista, que
descubría como un fogonazo la contradicción insalvable entre Sociedad
Rural y el peronismo, y comprendía que, contra todo pronóstico,
Argentina podía ser un país interesante para aquellos que tuvieran 25
años, estas páginas representaban en sí mismas un espacio de contención.
Hablaban de cosas que nadie hablaba: Kirchner y la vuelta de la
política, los misterios del conurbano, los grises de la administración
pública, las manipulaciones de Magnetto, el poder de la Sociedad
Rural... Eran novedosos, hasta contraculturales, por la independencia de
su agenda y la espontaneidad de su aparición. Leer Artepolítica, o a
Martín Rodríguez, a Lucas Carrasco, a Ezequiel Meler, etc., resultaba
entretenido, pedagógico y hasta esperanzador; esto quiere decir que sus
textos permitían imaginar un ciudadano argentino sumamente diferente al
que dejaban traslucir las entumecidas, mortuorias columnas de Morales
Solá. Para un joven de clase media con un mínimo de sensibilidad, lo
peor es la experiencia de su condición pequeñoburguesa; en el medio del
revuelo político del 2008, estas páginas volvían inteligible el fenómeno
mismo de la politización, y permitían imaginar otra vida, otra
juventud. Esta otra juventud llegó pronto, demasiado pronto, y
trajo un nuevo problema. La contradicción político-social entre el
kirchnerismo y el conservadurismo se trasladó a la conciencia
individual, dando lugar a la cuestión de hasta dónde iba a llegar cada
uno en la “toma de partido” por el kirchnerismo. Como es normal, algunos
se encuadraron, y otros quedaron sueltos. Unos se fueron haciendo más y
más kirchneristas; otros, menos y menos. En términos extremos, unos
optaron por la militancia orgánica, otros por el análisis político. La
militancia orgánica era la praxis: implicaba aceptar la lógica de la
organización, los roles, es decir, hacer política de modo directo,
coordinado, colectivo –operar directamente sobre la realidad, siguiendo
voluntariamente las directivas de la conducción. El análisis político,
en cambio, suponía la persistencia en la teoría: después de haber
interpretado que el kirchnerismo era algo distinto de la Sociedad Rural…
seguir interpretando; la lectura de la realidad política no se ponía al
servicio de la militancia, sino de una carrera en el periodismo
político. Quedaban así delineadas dos figuras: el militante y el
analista. Encarnaban respectivamente, y extrapolando un poco, la praxis y
la teoría. Con la salvedad de que la praxis no seguía a la teoría, sino
a la conducción nacional. Los militantes no actuaban de acuerdo al
análisis político de los blogs, sino al de Cristina Kirchner. Ahí empezó
la alienación: según todos los comentaristas, la militancia era lo que
le faltaba al kirchnerismo –pero cuando la tuvo, era lo que le sobraba.
Al principio, el problema era que Kirchner no enamoraba; después, que
enceguecía hasta el embrutecimiento. Para el analista, el militante
resultaba exageradamente idealista, ya no tenía, para analizar la
realidad, ojos distintos a los de la conducción. Contra este fervor
dicotómico el analista insistía en el “sentido común” de la reflexión
política argentina, que consistía en señalar continuamente la presión de
la realidad por sobre las ansias de refundación o transformación: para
ser claros, persistía en el hecho de que el peronismo “cambia de color
según la ocasión”, y que el momento kirchnerista no era más que eso, un
momento (hoy kirchnerista, ayer menemista, mañana sciolista, massista,
etc). Pensar lo contrario significaba, por supuesto, caer en la
ingenuidad o en el quijotismo. El peronismo es una máquina de conservar
poder, tal sería el refrán básico de los analistas, enunciado madre de
la realpolitik que le contraponen a la práctica concreta de los
militantes kirchneristas. Sin embargo, se producía así una curiosa
inversión dialéctica: la realpolitik quedaba del lado de los analistas y
teóricos (quienes en principio no hacían política en ningún lugar
concreto), y el “idealismo” del lado de los militantes, que estaban
sumergidos en el fragor diario de la lucha política… Notemos el
refinamiento hegeliano de esta paradoja; lo “lógico” sería que los
analistas pidan cosas imposibles y los militantes le respondan
remitiéndose a la cruda realidad, pero ocurre precisamente lo contrario:
los militantes están convencidos en la necesidad y posibilidad de una
transformación radical del país, mientras los analistas los reprenden
escépticamente por incurrir en un voluntarismo que no magnifica la
verdadera situación política argentina. Esta situación, como es obvio,
presupone el lugar común del carácter a-ideológico y camaleónico del
peronismo. El peronismo como pura voluntad de poder que “huele
sangre”, que “acompaña sólo hasta la puerta del cementerio”, etc., es un
lugar común del análisis político. Hay obvios ejemplos en contrario (la
resistencia, los desaparecidos), pero esto al parecer no importa. Lo
dice Morales Solá, lo dice Sarlo y lo dice Martín Rodríguez. Conviene
detenerse un poco sobre este último nombre. En efecto, Martín Rodríguez
encarna el prototipo del bloguero que pasa del kirchnerismo originario a
la realpolitik analítica precisamente por negarse a entrar en un
esquema de militancia orgánica. Es una referencia central en el universo
de los nuevos analistas políticos, y esto porque tiene algo que los
demás no: una obra. En efecto, a diferencia de todos los otros nombres
conocidos de los blogs, Rodríguez escribió libros. Poemas,
particularmente, que fueron efectivamente leídos por jóvenes poetas
argentinos y valorados como tales. Es más parecido a un intelectual
clásico tal como lo podía describir Sartre: una persona que desarrolló
una obra y luego opina sobre los asuntos públicos; en ese sentido, la
obra funciona como un soporte permanente de legalidad para las opiniones
variables de la coyuntura. Sarlo no se habilita de otra forma; pero sí
Lucas Carrasco o Luciano Chiconi, quienes no tienen otro respaldo que
sus propios blogs. Rodríguez es la menos evanescente de estas figuras y
de algún modo marca la línea del resto. Primero, lo ya dicho, porque
posee una obra; segundo y derivado, porque escribe mejor, rasgo para
nada insignificante (la actual importancia de Carlos Pagni se basa en la
distinción literaria de sus columnas, no en la certeza o novedad de sus
reflexiones). En una palabra, Rodríguez tiene más espesor cultural. Es
fácil minusvalorar la importancia del respaldo en una obra –fácil hasta
que nos ponemos a examinar el funcionamiento concreto de la vida
cultural. Y bien: Rodríguez es también el caso modelo del
adecentamiento del bloguero, y marcó el paso del adecentamiento general
por la vía de la reapolitik (por ejemplo, insistiendo en sus críticas
contra la militancia kirchnerista, entendida en bloque como un fatigante
e impráctico “comisariado semiótico”, y divulgando como contrapartida
la idea de un “país normal”, desideologizado, tranquilizado y sin
novedades –conducido, claro está, por un peronismo socialdemócrata). Es
sencillo ver la pregnancia de estas ideas en las redes sociales. Se
trata de nociones conservadoras: hay que terminar con “el bussiness del
país dividido” y olvidar la batalla cultural, hay que recostarse en el
“peronismo ortodoxo”, arreglar con los bancos, con Clarín, no hay que
molestar a la clase media, hay que promover una “salida pacífica” en la
candidatura de Massa, etc. Este conservadurismo choca con la inicial
adhesión de Rodríguez al kirchnerismo, y sería poco provechoso
reconducirlo a cuestiones personales o psicológicas. En realidad, es la
posición misma del analista la que incluye el elemento conservador: para
decirlo claro, en este momento de la historia argentina, donde se abrió
después cuarenta años y treinta mil desaparecidos la posibilidad de
militar “idealistamente” en política, o lo que es lo mismo: con una
conducción que no va a pactar ni va a traicionar –en este momento, todo
aquel que pudiendo optar entre la militancia y el análisis, opte por el
análisis, es... realmente algo para lamentar, y supone una postura
difícil de sostener, cuyo corolario es la adopción de una postura de
realpolitik para la lectura social. En efecto, ¿qué hace falta para que
"estén dadas las condiciones" para una adhesión militante, activa, a un
proyecto que ha dado sobradas pruebas de enfrentar a los poderes
fácticos? Lo lamentable, por cierto, no estriba en el hecho de que
ciertas personas escriban en lugar de actuar, sino de que escriban
abandonando la posición militante y asumiendo una postura
no-kirchnerista, que definitivamente no es por la que comenzaron a ser
visibles, ni a volverse legibles. La gracia era que defendían al
gobierno –y no su apuesta por conformar una nueva generación de
analistas políticos "sensatos". Elegir hoy la carrera de analista
político es algo sumamente extraño; sobre todo, bastante anticuado. En
los 90, sin dudas, no había otra opción. Los interesados en la política,
o bien se plegaban cínicamente a la traición de los sectores populares,
o bien se refugiaban en el progresismo, más exactamente en los diarios
(o en las cátedras de ciencias sociales). La profesión del analista
político, en términos históricos, tiene sentido como táctica de
repliegue: cuando no se puede actuar directamente, y por ende no es
posible asumir responsabilidades respecto de ningún colectivo, entonces
se publican las opiniones personales a fin de, por lo menos, sentar una
posición. Pero hoy, cuando como nunca están dadas las condiciones para
la praxis directa (un proyecto claro, una conducción indiscutida,
organizaciones con mística, garantías democráticas), contraer el rictus
del análisis político y publicar cualquier cosa que se nos venga a la
mente (autocríticas, matices, objeciones al microclima, al verticalismo
militante, críticas a los "ultraideologizados", etc.) para “estimular el
debate interno” (¿debate “interno” publicado en redes sociales?) se
explica fundamentalmente por el miedo de ingresar en un colectivo
respecto del cual uno deba responder. Por esa razón, la realpolitik es
temor –básicamente, temor de que, cuando el kirchnerismo termine, los
idealistas sean expulsados de la vida política y cultural, y de algún
modo mueran. Por todo lo anterior, no es raro que la figura de
Massa encarne el nuevo objeto de pasión de muchos blogueros, devenidos
analistas políticos de profesión. En efecto, Massa es el discurso del
miedo: no en el sentido de que genere miedo, sino de que el
enaltecimiento desideologizado de su candidatura palia el temor de
comprometerse directamente y arriesgarse a ser considerado un
“impresentable” en el porvenir –porvenir que avizoran negro. Pero con
esto se pierden de hacer la experiencia histórica de su generación. Lo
cual resulta difícil de entender, ya que con ello (y contra lo que
parecen suponer) van perdiendo interés. Lucas Carrasco era un provocador
cuando estaba en el kirchnerismo; afuera, parece un periodista más.
Perdió la "locura" constitutiva del kirchnerismo. Ahora es sensato. Este
moderantismo generalizado termina en funcionalidad directa con Clarín.
Hoy, a diferencia de lo que ocurría hace un par de años, Luciano Chiconi
puede ser citado como una referencia por Clarín (su post sobre el
"municipalismo"). Es difícil ver el interés provocador, rejuvenecedor y
refrescante de ser utilizado por los poderes fácticos. O sin ir tan
lejos, el de hacer comentarios políticos a las doce de la noche en una
FM cualquiera, y publicar textos en medios opositores. En otras
palabras, se desprendieron de su aspecto novedoso, contracultural, y van
camino a formar parte del elenco estable de la cultura conservadora
argentina –aunque sin el peso de figuras como Ricardo Roa o Mariano
Grondona: un análisis político no es interesante por la lectura que
presenta sino por el poder real que representa; en otras palabras, el
análisis político, o bien expresa la postura de la fuerza social en la
que se apoya, o bien es un juego cansador de ocurrencias. Cuando los
blogueros eran kirchneristas, expresaban algo concreto, la fuerza social
popular. Ahora no expresan eso, y entonces expresan una versión
descafeinada y confusa de la ideología dominante. Lo cual constituye una
pérdida para todos... ahora tenemos que volver a leer a Morales Solá
–dado que los analistas blogueros escriben lo mismo que él: el peronismo
es camaleónico, al argentino le encanta el dólar, la izquierda
peronista es peligrosa, se debe terminar con la inútil confrontación, no
se puede vivir mirando el pasado, Clarín en realidad es un gran diario.
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