El "nuevo" consenso menemista
El establishment lleva a cabo una constante prédica catastrófica y pide por cambios que implicarían un notable retroceso. Las
térmicas de la Ciudad se recalentaron en las últimas semanas con el
incremento de las temperaturas, pero también con el incesante cabalgar
de los tradicionales economistas y opinadores del establishment, quienes
desde los medios de comunicación dominantes llevan a cabo una constante
prédica catastrofista. Pero, aunque esta sea repetida y monótona,
persiste en su vano intento por rechazar y revertir el rumbo político de
la última década, y, consecuentemente, las principales conquistas
conseguidas en estos años. Sus argumentos son recurrentes, no proponen
nuevos caminos alternativos que puedan ser valederos, y con el paso del
tiempo se les deshilacha el disfraz "del cambio", asumiendo crudamente
las perimidas ideas de los noventa, cada vez en forma más abierta y
vehemente.
Según estos voceros,
presentados como "gente seria y sabia", todo puede ser explicado a
partir de la supuesta ineficiencia y sobredimensión del aparato estatal,
que con sus altos impuestos ahogaría las energías del sector privado, a
la vez que con sus elevados gastos –y la consiguiente emisión de
dinero– contribuiría decisivamente a incrementar la inflación. Una
suerte de Estado "hipertrófico", según las palabras que utilizó hace
unas semanas Paolo Rocca, mandamás de Techint, quien, como era de
esperar, no recaló en las mejoras sociales conseguidas, y mucho menos en
las grandísimas ganancias de su holding empresario, que a esta altura
ya tiene su sede legal en paraísos ultramarinos. En
esta línea, aunque con aire más académico, Fernando Navajas, de FIEL,
sostuvo que tanto oficialistas como opositores "se niegan a aceptar en
público que el despliegue descontrolado de gasto público ha sido un
error que llevó a un despilfarro de recursos insostenible", y que "los
argentinos estamos pagando y vamos a pagar consecuencias terribles si no
se establece un nuevo consenso social, que incluya una discusión
abierta del tamaño y la eficiencia del Estado". Sus conceptos son
elocuentes, y nos afirman en lo ya señalado: son las mismas frases que
decían a fines de los '70, en los '80 y desde los '90 y hasta el 2001. Los
argentinos sabemos que el extraordinario proceso de crecimiento con
inclusión de la última década no hubiera sido posible si se hubiera
descansado en los preceptos de la "mano invisible del mercado" y el
Estado "mínimo" al que algunos desean volver, aunque utilicen eufemismos
y volteretas diversas. Nuestra propia experiencia, y la de casi todo el
planeta, con esta línea neoliberal nos obliga a rechazarla en todos sus
términos, ya que implicaría un severo y doloroso retroceso para nuestro
pueblo. Estas visiones desconocen el
rotundo fracaso de la lógica privatista y antiestatista del menemismo,
amigable para las empresas con tarifas "dolarizadas", pero que chocó con
los severos límites del nuevo modelo económico fundado en el 2003. Este
encuadre podría servir de base para rediscutir de una manera amplia y
democrática, ya no sólo el cuadro tarifario, sino la necesidad de que el
Estado sea el proveedor de los servicios públicos y no los privados,
sobre la base de un paradigma social basado en que los servicios deben
ser provistos con regularidad y eficiencia. La vida ha demostrado
palmariamente que la noción de servicio público a la comunidad colisiona
con el objetivo excluyente de lucro del sector empresario, y más cuando
los actores son corporaciones de origen transnacional que demandan
divisas para girar a sus casas matrices en el exterior. Por
su parte, hay que subrayar que el fenómeno de los cortes de luz es un
escenario ideal, para quienes se montan en la irritación que generan,
para afirmar la necesidad de recortar subsidios para aliviar las
presiones inflacionarias. Este razonamiento pone el foco deliberadamente
en el accionar estatal y no en las responsabilidades de los grandes
empresarios, a quienes se contrató para que brinden el servicio pero
siempre terminan anteponiendo el desprecio a los usuarios para
incrementar sus márgenes de ganancia. La idea luce peligrosa, ya que hoy
es el tema de los subsidios, pero mañana irán por la Asignación
Universal por Hijo, o por los beneficios previsionales logrados en estos
años. De forma sintética, la lógica
que se trata de instalar queda reflejada en la frase del economista
Hernán Lacunza, quien señaló que "no habría emisión espuria para
financiar al Tesoro (y presión sobre el mercado cambiario formal e
informal) sin déficit fiscal, y no habría déficit sin subsidios a la
energía y al transporte". Otra vez se observa el mismo y remanido
discurso. Lógicamente, en esa línea tampoco proponen diferenciar
tarifas, subsidiando a los núcleos sociales más vulnerables y retirar
los mismos a los más ricos que no lo necesitan. Otro
elemento importante a tener en cuenta es el plano de las expectativas,
sin descuidar el sentido de oportunidad de quienes deliberadamente
tratan de instalar la idea del descontrol inflacionario, ya no como
problema económico y social, sino como fantasma para chantajear a la
sociedad, justo en los momentos previos a que comience a negociarse la
mayoría de las paritarias. Una vez más, el inoxidable Carlos Melconian
fue uno de los que sostuvo que el año "termina con una suba que no era
la esperada y ya pone al primer cuatrimestre de 2014, con un alza anual
de 30%", parecido a lo que opina Martín Redrado. Todos "consultores
estrella" con miles de segundos de televisión y kilómetros de
centimetraje en los medios gráficos. Cuando
se apagan los fuegos artificiales de estas "estrellas", aparece
nítidamente el objetivo buscado por el establishment: devaluación y
ancla salarial, como forma de asegurar las ganancias de los
exportadores. Su excusa más usada para reclamar la caída de los salarios
es la competitividad. Esta es la categoría que utilizan para evitar
hablar de su verdadero Dios: la tasa de ganancia, a la que todos
deberían sacrificarse. En el fondo,
no dejan de ser reacciones ante un gobierno que ha dado nuevamente
muestras de firmeza resistiendo a los cantos de sirena del ajuste, y que
ha optado por profundizar las políticas que viene implementando.
Siempre hay margen para mejorar; en cuanto a lo otro, ya sabemos cómo
termina.
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