La relación de La Cámpora con otros espacios militantes se ha
entendido usualmente como de mutua competencia. Esto responde a una
incorrecta comprensión del mapa político.
Por José Cornejo
Para aquellos que militaron antes de 2003, integrarse o convivir con La Cámpora ha sido una experiencia traumática.
La organización ideada por Néstor Kirchner y materializada por Máximo
comparte los mismos valores que las demás organizaciones K
contemporáneas y preexistentes: crítica a los 90, reivindicación del
2001, recuperación de la Memoria y la Justicia, latinoamericanismo,
peronismo (de izquierda) y un minucioso etcétera.
Sin embargo, en cuanto a su arquitectura militante, La Cámpora tiene
una diferencia meridiana. Está pensada desde las necesidades del elenco
gobernante, es decir, desde un verticalismo férreo que se mueve en
función de las vicisitudes concretas de gobierno y no de un vago ideario
popular.
En las demás organizaciones, el verticalismo existe, pero se
desdibuja mucho en función de las necesidades de la base y la tradición
asamblearia de una militancia formada en la antipolítica de los 90.
La lógica indicaría que La Cámpora y el resto de las organizaciones K
siguieran por caminos cada vez más distanciados. Esto no es así. Aún
cuando alguna organización construye identidad en oposición a La
Cámpora, en el gran mapa del sistema político argentino, toda la
militancia kirchnerista representa una fracción.
El peronismo no agota toda la política nacional, el kirchnerismo es
una gran parte de él pero no todo (está también “el peornismo”) y dentro
del entramado del Frente para la Victoria, gobernadores, intendentes y
sindicalistas tienen una buena cuota de poder. La Cámpora, por
exposición pública y presencia estatal, es quien mayor peso tiene fuera
del mundillo del activismo.
Esto genera la necesidad de constituir un circuito virtuoso entre
cámporas y demás organizaciones. El camporismo necesita empoderarse,
mostrar la mayor espalda posible, y el resto de las organizaciones
encuentran – no sin dificultades – un intelocutor aceptable en el mapa
del poder real. De allí que La Cámpora siga transpirando para sostener
Unidos y Organizados, de allí las frecuentes visitas militantes a los
dirigentes camporistas en periodos electorales.
En síntesis, el destino de La Cámpora es la del conjunto militante.
Una eventual debacle de la organización que conduce Máximo Kirchner
debilitaría al conjunto de las organizaciones en su acceso al poder
estatal.
Una aclaración. “Demás organizaciones” no significa que el resto de
los espacios militantes hayan alcanzado la misma importancia. Un ejemplo
es el Movimiento Evita, cuya dimensión le ha permitido destacarse en
movilización y convocatoria militante. Esto explica las agudas tensiones
entre ambas organizaciones pero también la necesidad mutua de apoyarse.
No fue otra cosa aquel acto fundacional de Unidos y Organizados en
Vélez: la convergencia (¿competitiva?) de ambas orgas. Otro ejemplo de
diferente tipo es Seamos Libres, espacio novedoso que cobija al
legislador Pablo Ferreyra. En su mismo acto de nacimiento, el principal
invitado fue el diputado Andrés Larroque. No podía ser de otra manera si
quieren romper la tradición de la izquierda partidaria anodina.
Si este razonamiento es correcto, muchos militantes kirchneristas
deberían abandonar la sorna con que suponen al camporismo luego de 2015.
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