Patria Grande
EXCLUSIVO l Un texto de Luiz Inácio Lula da
Silva, ex-presidente de Brasil, al cumplirse diez años de la presencia
de la Misión de Paz de las Naciones Unidas en Haití y cuatro años del
terremoto que devastó y agravó su frágil situación, del país más pobre
de América Latina.
Por Luiz Inácio Lula da Silva. Ex-presidente de Brasil
Traducción: Santiago Gómez
Grandes crisis institucionales y catástrofes naturales llevan países a
los titulares en todo el mundo y despiertan durante algún tiempo la
atención de la prensa internacional y de los gobernantes.
Pero después,
sobre todo si el país víctima es pobre y periférico, sin peso en el
juego geopolítico global, los reflectores se apagan, las noticias se
tornan cada vez más raras, el clamor de solidaridad se enfría y buena
parte de las promesas de apoyo son olvidadas. Hasta porque la
reconstrucción de las áreas afectadas y la solución real de los
problemas de su populación no sucede, obviamente, a la misma velocidad
con que las noticias son difundidas en internet y en la televisión.
Exige una actuación paciente y continuada, con inevitables altos y
bajos, a lo largo de los años, que va mucho más allá del socorro
humanitario. Y eso supone un fuerte compromiso ético y político de los
países desarrollados.
Vale la pena recordar que, en el primer semestre del 2004, Haití
sufrió una gravísima crisis política que terminó en la caída del
Presidente Jean-Bertrand Aristide y en la disputa por el poder entre los
distintos grupos armados, sacrificando brutalmente población civil. La
violencia y los atentados a los derechos humanos se generalizaron.
Pandillas de delincuentes pasaron a actuar libremente en Puerto
Príncipe, apoderándose incluso de predios y órganos públicos. Algunos de
los mayores barrios de la capital, como Bel-Air y Cité Soleil, fueron
completamente dominados por facciones criminales. En la práctica, el
Estado democrático entró en colapso, incapaz de garantizar condiciones
mínimas de seguridad y estabilidad para que el país continuase
funcionando.
A pedido del gobierno haitiano, y con base en la resolución del
Consejo de Seguridad, la ONU decidió enviar al país una Misión de Paz y
Estabilización –la MINUSTAH. Un general brasilero comanda el componente
militar de la misión, que cuenta con soldados de decenas de países, y es
integrada mayoritariamente por tropas de naciones sudamericanas.
Brasil y sus vecinos aceptaron la convocatoria de la ONU por un
imperativo solidario. No podíamos quedarnos indiferentes ante la crisis
político institucional y el drama humano de Haití. Y lo hicimos
convencidos de que la tarea de la MINUSTAH no se limitaba a la
seguridad, sino que abarcaba también el fortalecimiento de la
democracia, la afirmación de la soberanía política del pueblo de Haití y
el apoyo al desarrollo socioeconómico del país. De ahí la actitud
respetuosa y no truculenta –de verdadero compañerismo con la población
local- que se tornó su marca registrada.
Hoy la situación de seguridad se transformó profundamente: los
riesgos de guerra civil fueron neutralizados, el orden público
restablecido y las bandas de delincuentes derrotadas. El país fue
pacificado y el Estado reasumió el control de todo el territorio
nacional. Más allá de eso, la MINUSTAH ha contribuido para equipar y
entrenar una fuerza haitiana de seguridad.
Las instituciones democráticas volvieron a funcionar y están
consolidándose. Ya en 2006 fueron realizadas elecciones generales en
Haití, con la participación de todos los sectores políticos e
ideológicos interesados. Sin interferir en la disputa electoral, la
MINUSTAH garantizó la tranquilidad de la disputa y que prevaleciese la
voluntad popular. El presidente electo, René Préval, a pesar de todas
sus dificultades, cumplió íntegramente su mandato y, en 2011, transfirió
su cargo a su sucesor, Michel Martelly, también escogido por la
población.
En la esfera humanitaria y social, se consiguieron algunas mejoras
significativas, aunque persisten enormes desafíos y que el terremoto del
2010, con su ola de destrucción, haya comprometido parte del esfuerzo
anterior, generando nuevas carencias. A pesar de todo, la población
desabrigada, según el relatorio de la ONU del 2013, cayó de 1,5 millones
de personas a 172 mil. Tres de cada cuatro niños ya frecuentan
regularmente la escuela fundamental, frente a menos de la mitad en el
2006. La inseguridad alimentaria fue drásticamente reducida. El flagelo
del cólera está siendo combatido.
En las tres veces que visité Haití, fui testigo de la capacidad de
resistencia y dignidad de su pueblo. En el 2004 la selección brasilera
de fútbol estuvo en el país para un juego amistoso con la selección
local en post del desarme. Hasta hoy me conmuevo al recordar el cariño
con que la población haitiana recibió a nuestros atletas.
Más allá de su participación en la MINUSTAH, para la cual contribuyó
con el mayor contingente de soldados, Brasil ha colaborad intensamente
con el pueblo de Haití en el área social. Con recursos propios o en
colaboración con otros países, implementó una serie de programas que van
desde campañas nacionales de vacunación, hasta el apoyo directo a la
pequeña y mediana empresa y a la agricultura familiar, pasando por la
alimentación escolar y la formación profesional de la juventud.
Hay tres iniciativas brasileras, entre otras, que me entusiasman
particularmente. Una son los tres hospitales comunitarios de referencia,
construidos junto con Cuba y el propio gobierno de Haití, para atender a
las franjas más pobres de la población. Otra es un proyecto innovador
de reciclaje de residuos sólidos, elaborado y ejecutado por el grupo
IBAS (India, Brasil y África del Sur), que contribuyó al mismo tiempo
para la limpieza urbana, la generación de energía y generación de
empleo. Y la tercera es el proyecto de construcción de una usina
hidroeléctrica en Río Artibonite, que verdaderamente representará un
salto histórico en la infraestructura del país, ampliando el acceso de
la población a la electricidad, favoreciendo la agricultura y la
industria, y permitiendo a Haití reducir su dependencia de la
importación de petróleo. Se trata de un emprendimiento para el cual
Brasil ya elaboró los proyectos de ingeniería y donó 40 millones de
dólares (1/4 de su valor total) que están depositados en un fondo
específico del Banco Mundial, esperando que otros países completen los
recursos necesarios para la ejecución de la obra.
Algunos países desarrollados también han apoyado activamente la
reconstrucción del país. Los Estados Unidos, por ejemplo, invirtieron
recursos significativos en diversos proyectos económicos y sociales, por
ejemplo, el polo industrial de Caracol, en el norte del país.
Pero, infelizmente, no todos los que se comprometieron con Haití
cumplieron sus promesas. La verdad es que la mayoría de los países ricos
han ayudado muy poco a Haití. El volumen de ayuda humanitaria está
disminuyendo y hay entidades de cooperación que comienzan a retirarse
del país. La comunidad internacional no puede disminuir su solidaridad
con Haití.
En el 2016 deberá realizarse la próxima elección presidencial en el
país. Será el tercer presidente electo democráticamente desde el 2004.
Pienso que este momento debe ser un marco en proceso ya iniciado de
devolución al pueblo haitiano de la responsabilidad plena de su
seguridad. Pero eso sólo será posible si la comunidad internacional
mantiene –y si es necesario, amplíe- los recursos financieros y técnicos
destinados a la reconstrucción del país y a su desarrollo económico y
social.
Debemos sustituir cada vez más la vertiente de la seguridad por la
vertiente del desarrollo. Lo que implica mayor cooperación, aunque con
nuevas finalidades. ¿No será hora de que las Naciones Unidas convoquen
una nueva Conferencia sobre Haití, para discutir francamente lo que fue
hecho en estos diez años y qué hacer de aquí en adelante?
Fuente: Instituto Lula.
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