Generando cambio

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Libro de mi autoría "ENTRE DELIRIOS Y REALIDADES": Capítulo Dos PDF Imprimir Correo
Escrito por Gerardo Bova   
Viernes, 18 de Enero de 2019 01:54

Continuamos de acuerdo a lo prometido con el texto del libro de referencia:

CAPÍTULO DOS

Aniquilamiento –“Civilización” de las Comunidades Indígenas

Decía un antropólogo francés de cierto predicamento, llamado Jean Rouvellier, profesor en universidades francesas durante la década del 50 del siglo XX, que los indios, no necesariamente, eran tan violentos e incivilizados como se pretendía difundir. Estos conceptos estaban bien fundamentados por la actitud tomada frente a la visita de los jesuitas, a quienes recibieron con total deferencia, a pesar de las desconfianzas exhibidas y de sus costumbres religiosas totalmente ajenas a sus tradiciones. El desconcierto económico y social producido en Europa desde comienzos del siglo XIV hasta el XVI, los llevó a enfrentamientos internos de manera constante entre los grandes mercaderes, banqueros y la mismísima Iglesia Católica, agudizado además por la peste negra que ya había originado más de 25 millones de muertes, como fuera mencionado en el capítulo anterior, quedando solamente la oportunidad de “conquistar” nuevos rumbos que mitigaran tal desprotección.
Las noticias que llegaban de este lado del mundo al “viejo continente” europeo eran verdaderamente alentadoras para los reinados circunstanciales y comenzaban, ya a fines del siglo XV, las grandes “transferencias” de alimentos y joyas que pertenecían a los indígenas, engrosando fuertemente las arcas de los reyes.
Todo esto se producía, por supuesto, con el aniquilamiento de las tribus, las violaciones, saqueos y destrucción de las culturas nativas, pero no amedrentaba en absoluto a los “dueños” del poder.
Entonces, a través de los siglos, nos preguntamos: ¿qué tenían estos seres humanos de este espacio del universo para ser tan inhumanamente avasallados, haciéndolos pasar como salvajes, provenientes de otras galaxias? En realidad, por lo que conocemos a través de los investigadores e historiadores prestigiosos de todo el mundo, se puede colegir que los habitantes primitivos de América trabajaban denodadamente los metales, especialmente cobre y plata, que poseían armas desconocidas tal vez en el “viejo continente” y se adornaban con objetos confeccionados a veces primorosamente.
La unidad básica de la organización social era la comunidad familiar, las tierras eran de su propiedad, aunque sus miembros las explotaban en usufructo hereditario.
La diferencia visible, en cuanto a las tradiciones europeas, es que las capas fundamentales de estas tribus estaban formadas por una nobleza hereditaria (similar a los reyes), pero compuesta y reglamentada por una nobleza de mérito, a la que se accedía mediante distinciones bélicas.
También los comerciantes y sobre todo los artesanos, ocupaban una posición privilegiada. La masa de las poblaciones estaba formada por hombres libres y siervos, presuntamente, los habitantes más antiguos de la región.
Está a la vista que no todo era perfecto para quienes piensan en una actitud verdadera de una real democracia y el valor de un estado de derecho. Se sobreentiende que eran otras épocas, otras vivencias y estaba acorde  con  sus tradiciones culturales que se diferenciaba ostensiblemente de las europeas, pero fundamentalmente, por grandes diferencias ideológicas, religiosas y sobre todo por la prioridad que se le daba a la nutrición,  la salud  y el resaltamiento de las sanas costumbres familiares.
La más cruel invasión a nuestras tierras se vivió tal vez a principios del siglo XVI (1506 a 1508) en las antiguas Cuba y Puerto Rico. Allí ocurrieron las batallas más despiadadas, que produjeron ostensibles bajas entre los indios, por una parte, a causa de la  obsesiva brutalidad de los colonos y por la otra, a la debilidad de la cultura indígena, debilidad que les impidió sobrevivir al choque con una civilización más evolucionada.
Si analizamos con énfasis los avasallamientos que se producen actualmente, en el siglo XXI, nos daremos cuenta que han cambiado solamente el fuerte poder de las armas y la alta tecnología que permite la producción de esos elementos bélicos, pero, los procedimientos empleados, las intimidaciones, las violaciones continuas y desenfrenadas contra el derecho del hombre libre,  son los mismos que utilizaron a través de la historia los poderes de turno
¿Se imaginan en un matrimonio o en una simple amistad aniquilar al otro porque no pensamos de la misma forma?
No existen  comunidades pacíficas cuando son atacados, violados y destruídos sus más profundos credos religiosos, políticos y culturales. 
En todas las épocas, desde que se creó este mundo, ha pasado lo mismo. Ante un intento foráneo de penetración y posterior destrucción de una cultura a manos de otra, los resultados o conclusiones tuvieron el mismo detonante: grandes guerras que aniquilaron, no sólo algunas culturas, sino que se llegó a la pérdida innecesaria de millones de vidas humanas.
Se podrían “justificar” esos esfuerzos de los grandes poderes si el resultado obtenido nos mostrase un mundo equitativo, con una brecha pequeña entre ricos y pobres. Pero la realidad es totalmente a la inversa. Los poderosos en todo el mundo  son los herederos naturales de aquellos que produjeron “las conquistas” hace cientos de años y los eternos olvidados y marginados de esta sociedad contemporánea son los herederos naturales de aquellos, que lucharon por la libertad de sus pueblos y por la defensa del no aniquilamiento de sus comunidades y bases culturales.
A comienzos del siglo XXI, con enorme tristeza, se verifica que de esas comunidades indígenas de mayas, aztecas, guaraníes, incas, o todas las tribus del sur argentino-chileno, sólo quedan entristecidos y pobres representantes, sometidos a las más crueles de las torturas humanas infligidas por el hambre, la desnutrición, el analfabetismo, la falta lógica de salud y vivienda y condenados al fracaso. Lo razonable sería, al menos, que esas sociedades pasaran por la historia viendo cristalizadas sus esperanzas con la ilusión de vivir una vida digna para ejercer las culturas que les legaron sus ancestros.
Todo este comentario que hago sobre la bibliografía rescatada de la historia, es para que el lector pueda descifrar al ir leyendo esta obra, haciendo hincapié en los capítulos siguientes, que no fue por casualidad, en ningún sentido la decadencia en todos los órdenes del hombre americano. Fue algo totalmente sistematizado que permitió la degradación del ser humano de esta parte del mundo y que a través de los siglos se fue acentuando cada vez más y en forma harto sostenida.
Tal vez no se lo comprendió o muchos no quisieron comprenderlo al  Gral. Manuel Belgrano cuando,  en 1815, en vísperas de la independencia argentina, peleó denodadamente por un Jefe Inca como presidente de la Asamblea para materializar en hechos las costumbres que hacían al hombre de estas tierras. Por supuesto, esto sucedía 323 años después de la conquista de América, pero dejaba en claro la intención e ideología de Belgrano y cómo vislumbraba la situación latinoamericana en ese entonces. Con esto demostraba además, una gran visión de futuro, a sabiendas de que iba a entorpecer gravemente el crecimiento de nuestros pueblos.
No tuvo el acompañamiento de algunos diputados (en  quienes Belgrano confiaba) representantes del Alto Perú –Sanchez  de Loria, Malabia, Serrano, entre otros- quienes conjuntamente con otros legisladores de la Pampa húmeda preconizaban un modelo de país “a la francesa” o  el conocido modelo imperialista español.
Hoy, a casi 200 años, las consecuencias están a la vista, no sólo en Argentina, sino en toda América Latina, por estas opiniones que no fueron escuchadas en su momento.
Sería digno y conveniente redebatir el nombre de nuestro continente. Todos sabemos que fue bautizado así en alusión a uno de sus conquistadores, Américo Vespucio, de origen europeo. Éste, además, le dio el nombre de Venezuela al país hermano de Latinoamérica, por ser similar, al parecer de su creador, a Venecia. Lo anecdótico es que Venezuela, siendo mucho más extensa que Venecia, tiene esa denominación porque en latín significa “pequeña Venecia”. ¡Qué contradictorio y jocoso! ¿No?
Así ha pasado en innumerables ciudades de este continente, que llevan nombres alusivos a sus conquistadores, sin respetar las culturas indígenas que, según lo comentado, venían con fuertes arraigos de tradiciones de notable valor y riqueza humana.
No pretendo ni quiero demostrar un acto de derrotismo, pero son pocos los países o capitales importantes que llevan nombres identificados con sus tradiciones históricas.
No importa la formación que hayamos tenido en estos últimos 500 años, creo que ha llegado el momento de comenzar a revalorizar nuestros verdaderos orígenes, no de sangre, ya que la mayoría descendemos de inmigrantes del otro continente, sino de nuestro lugar de nacimiento que sin duda, tiene que ver directamente con los primitivos del lugar. Esto ayudaría ostensiblemente a encontrar parte de nuestra identidad como naciones.
En cualquier país europeo, asiático e incluso del continente africano en gran medida, se estudia con notable interés las lenguas originales de sus respectivos países. Se sabe con total veracidad que en América esto casi no existe y sería necesario aplicar en los modelos educativos un programa viable para la revalorización, conocimiento y práctica incluída de nuestras lenguas y sus verdaderos orígenes.
Me gusta muchísimo la idea de la Radio Nacional Folklórica de Argentina, que difunde nuestras lenguas en su programación a través de la frecuencia modulada. Es impactante escuchar la voz del locutor cuando dice que “no tiene nada en contra de otros idiomas, si bien están a favor de la integración planetaria, pero a nosotros nos gusta el aire de aquí”. Entonces se emiten temas cantados o recitados por  intérpretes que se expresan en su lengua nativa, rematando alegremente la alocución con una frase magnífica: “en la Folklórica hablamos clarito, clarito”...  Además de tener un tinte verdaderamente educativo y cultural, suena de muy buen gusto. ¿No?
 

 
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