Generando cambio

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Los pobres de hoy son los ratis del mañana PDF Imprimir Correo
Escrito por Agencia Paco Urondo   
Lunes, 07 de Enero de 2019 03:07

"Se trata de formar a una masa ignorante, empobrecida, con todo el resentimiento social que el capitalismo genera, dispuesta a ejercer orden y control con una nueve milímetros en la cintura y el apoyo estatal".
Por Ezequiel Palacio La ecuación es singular: el pobre de los años noventa es el Vigilador estatal del nuevo neoliberalismo del s. XXI. ¿Qué motivaciones empujan a la gente de escasos recursos a enlistarse en las Fuerzas Armadas o en las distintas policías nacionales? La respuesta es simple, aunque efectiva: el dinero.
En las fuerzas represivas del Estado Argentino, un batallón de desocupados encontró su primer empleo. El batallón de pobres y el batallón de soldados dispuestos a dar la vida por un poco de comida o un salario, se parecen bastante. La lógica es perversa en sí misma.  No oficia el oficio, sino la lógica del empleo seguro, del salario fijo.  Argentina tiene uno de los ejércitos más parásitos de la región porque básicamente lo que debemos preguntarnos es para qué necesitamos tener uno.  Así como muchas personas de nuestra sociedad se preguntan qué hacemos con los pobres o para qué queremos pobres, muchísimas personas hoy nos preguntamos para qué queremos soldados.
Dos batallones, donde uno muere por el disparo reglamentario de la policía bonaerense o federal cuando sale a juntar cartón y aluminio por los barrios y el otro batallón el del pobre convertido en sabueso adiestrado, que come gratis del Estado y cuando se lo necesita en inundaciones, incendios forestales o similares, mira para otro lado.
Cuando en el menemato noventoso Argentina era el alumno aplicado en esta escuela espantosa del entregar soberanía y recursos a cambio de basura, la mitad de la población del país se encontraba por debajo de la línea de pobreza. El índice de desocupación sumergía a 25 millones de argentinos en el indignante procedimiento de comer basura, revolver basura, vender basura, juntar basura.
En ese caos sistemático los adolescentes se volcaron a la fuga del territorio en busca de nuevos horizontes económicos y otro porcentaje se volcó a engrosar las filas de las fuerzas represivas.
Pobres o no tanto, que recibieron una educación intelectual deficiente, salidos de una dictadura cívica-eclesiástica-militar acostumbrados a nada, a comer desperdicios, consumistas de las sobras de una clase media empobrecida pero necia, bruta que por lo bajo y a entre dientes aun soñaba con el regreso de las “botas” para contener la oleada de robos y asesinatos para sacarte las zapatillas o por dos pesos. Los secuestros al boleo; las filas larguísimas para cubrir un puesto de trabajo; el auge del “remisero”  antecesor del “Uber” moderno: el laburo del desocupado. Las barriadas yendo a comer a la escuela, formadas en la dependencia del puntero y viciadas en el dominio del transa que vendía falopas mientras la policía custodiaba la cuadra. Rodeadas por el “sálvese quien pueda”, de la opulencia obscena de los que hacían dinero.  Con toda esa carga simbólica de desprecio de clase sufrida históricamente en nuestro país, las clases más bajas de nuestra sociedad, se lanzaron en la década de los noventa a asegurarse un empleo: ser policías.
En 2004, Dos Minutos, banda oriunda de Valentín Alsina, barrio obrero convertido en aguantadero de matones, chorros y pungas por igual, cantaba:
“Carlos se vendió al barrio de Lanús,
El barrio que lo vio crecer.
Ya no vino nunca más por el bar de Fabián
Y se olvido de pelearse los domingos en la cancha.
Por la noche patrulla la ciudad
Molestando y levantando a los demás”




 
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