Generando cambio

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Diego Maradona en primera persona: el día que Dios se sentó a comer con nosotros PDF Imprimir Correo
Escrito por Enrique Villegas- Gentileza Diario La Nación   
Miércoles, 02 de Diciembre de 2020 00:00

La mañana del 8 de abril de 2004 quedará en esa zona de mi mente donde se guardan los tesoros imborrables. El ídolo más grande del fútbol mundial había aceptado un desafío para jugar al golf de uno de los más grandes golfistas de la Argentina: José Cóceres. Y sí, la suerte puso a mi familia en un lugar privilegiado. Somos amigos de José, un deportista de elite mundial que nació en un hogar humilde, en Chaco, y fue criado con mucho esfuerzo junto a una decena de hermanos. Instantáneamente tuvo feeling y mucha afinidad con el Diez. Sus orígenes humildes y dos vidas signadas por el esfuerzo y la gloria los conectaron.
Nosotros, los amigos de José de la pequeña localidad de Los Cardales, nos convertimos en los espectadores más cercanos de esa amistad. Aquel día, la veintena de amigos de José que él mismo había invitado con aprobación de Diego, nos sumamos al grupo de los hermanos Cóceres y algunos familiares, y vivimos la jornada más mágica de nuestras vidas.
Diego, sí, Maradona, llegó al Pilar Golf Club solo en su camioneta, acompañado por dos autos con sus colaboradores, que más tarde se retirarían. Los primeros cinco minutos fueron muy raros. Diego se mantuvo distante, pensativo y alejado de todos. Esa pequeña tribuna de amigos no dejaba de mirarlo. Observábamos cada uno de sus gestos y movimientos. Diego respiraba el aire fresco y con los ojos cerrados ponía su rostro al sol. Abría sus brazos y reconocía cada sector de la cancha.
Maradona se lamentaba por no poder concentrarse para jugar al golf en otros campos, porque siempre lo seguía una masa de gente, además de un sinfín de paparazzi. Pero ese día no. Ese día estaba cómodo. Habían pasado un puñado de minutos cuando comenzaron los chistes y risas. El match de golf informal estaba en marcha. Fue una larga caminata y Diego hizo los 18 hoyos con unos tiros excelentes y con mucha maestría, mano a mano con José. El Diez, se sabe, tomaba muy en serio cada competencia por amistosa que fuera. Un mal tiro lo llevó a un bunker lleno de agua y Diego pidió ayuda para sacar la pelota a algunos de los seguidores del partido.
Durante el juego, Cóceres le propuso un desafío con un golpe muy complejo, que Diego llevó a cabo sin problemas y por el cual recibió el drive del golfista como regalo. La pelota fue su amiga desde siempre y la de golf no era la excepción.
La mesa del Diez
Al mediodía llegó el momento de la picada y el asado en Los Cardales. Diego se sentó y comenzó a ponerles apodos a todos y cada uno de los presentes. Todo era chistes.
Se dio un momento de naturalidad en el que nadie preguntaba por el pasado de Diego, pero el astro sí quería saber sobre la vida de estos desconocidos que lo rodeaban. Carlitos, el asador, le preguntó tantas veces si le había gustado la carne que Diego decidió tirarlo a la pileta, vestido, con la ayuda de varios cómplices.
En medio de las risas, ya de sobremesa, apareció rodando una pelota. Era lo único que faltaba. Diego saltó de la mesa y se puso a jugar con los chicos de la casa. Armó una ronda y dio una clase magistral de trucos y jueguitos. Magia.
En medio de un "loco", marcó a uno de los chicos y le dijo "vos vas a tener futuro", mientras aplaudía y arengaba a todos cómo el capitán de siempre. Diego se transformó en un mago que hizo que todos lo siguiéramos en un picado desordenado, pero con arenga personalizada. Por algún motivo, Diego se acordaba de todos los nombres de los nenes, que había visto por primera vez ese día y que solo se habían presentado a su llegada.
Por mi cabeza pasaban una cantidad de imágenes que no podía procesar. Estaba el 10 para nosotros en el jardín de una casa. Esa zurda que nos había dado toda la gloria en el '86 seguía teniendo la magia muchos años después. Parecía una película, o mejor dicho, un sueño. Se me venía todo el tiempo la secuencia de la gambeta infinita a los ingleses, los rulos al viento, la celeste y blanca. Y ahora Diego estaba ahí, a medio metro de distancia.
Y ahí estaba yo, siempre con mi cámara, que por momentos y por la emoción dejaba de lado. Entonces la agarraba mi hermano, Ricardo, para seguir disparando. "Ponela en modo Auto y apreta el botón. Escuchá que pase bien el rollo..."Lo único que me importaba era pasar un rato más con el Diego.
Diego seguía desplegando su show. Pasado el mediodía, la calma de Los Cardales cayó bajo el efecto Maradona: se corrió la voz y unas dos mil personas rodearon la quinta de Cóceres. Mucha gente llegó, incluso, de localidades vecinas como Campana y Escobar. Esa tarde de abril de 2004, el centro del universo era la casa de José.
A pedido de Maradona, la puerta de casa se abría de a ratos y pasaban familias enteras que besaban y abrazaban a Diego quebrados en llanto. Le daban decenas de camisetas para firmar. Pasó un rato y Diego pidió un respiro. Yo en ese momento imaginaba que el cuerpo de Diego estaba gastado de tantos abrazos. De tanto afecto imparable.
La sensación más grande que me quedó de ese día, es que Diego quiso saber más de nuestras vidas, unos perfectos desconocidos, y se sintió como uno más.
En un momento, Diego quiso refrescar sus piernas en la pileta. Mi viejo y José lo acompañaron. De pronto vi cómo Maradona se sentaba en el borde y le preguntaba a mi papá cómo era su familia. De dónde venía y por qué no se había dedicado al fútbol. Las respuestas de mi viejo fueron las de cualquier ser humano común que alguna vez quiso tener su lugar en el fútbol: "Vine de Villa María, Córdoba, a probarme a Argentinos, y no me banqué los entrenamientos." Diego ya casi en secreto le comentó todo lo que tuvo que dejar de lado para llegar a dónde llegó: la familia, algunos cumpleaños de los más queridos y parte de su juventud. José Cóceres asentía. Él también sabía de los esfuerzos y lo que hay que entregar para llegar a lo más alto.
Diego habló mucho de los héroes de su vida: Doña Tota y Don Diego. Los nombró infinidad de veces. Todo el tiempo habló del apoyo de sus padres y de la familia desde la humildad de Villa Fiorito. Se preocupaba por las nuevas promesas del fútbol de la época. Esperaba que no caigan en los errores que él había cometido en su vida. "Es otra época, ahora ganan mucha plata de golpe". Dejó en claro que siempre se dedicó a ayudar al que "no andaba bien" y contó que decidió ir a Nápoli de Italia "para ayudarlos" y llevarlos a lo más alto. "Yo no pensaba en la plata", repetía, e insistía en que siempre puso el pecho y se hizo cargo de todo. "Siempre fui yo el que ponía la cara"
La sensación más grande que me quedó de ese día, es que Diego quiso saber más de nuestras vidas, unos perfectos desconocidos, y se sintió como uno más. Era la "tarde del Diez" dedicada a un grupo de amigos. El aroma de los eucaliptos nos acompañó toda la tarde.
Al bajar el sol, Maradona nos dijo que se tenía que ir. Parecía el momento de despertarse del sueño, pero José, en honor a semejante visita, ofreció descorchar una botella de champagne enchapada que había ganado en el Campeonato de golf de Dubai Desert Classic, allá por el año 2000.
"José, no la abras para mí, por favor ¡no!", dijo Diego con su humildad de siempre.
La botella se abrió. El brindis fue el momento más emocionante de la jornada. Diego abrazó y besó a cada uno y nos saludó por nuestros nombres, otra vez. Los más chicos se aferraban a sus piernas. Nadie lo quería dejar ir.
Después de esa tarde mágica, como las que tantas veces nos había regalado, pero esta vez en vivo y en directo, se subió a su camioneta, nos saludó con la mano en medio de sonrisas y se perdió en el atardecer de la Ruta 6.

 
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