Durante
la última semana de julio, la capital de la República Bolivariana de
Venezuela fue la sede del VII Encuentro Continental de Solidaridad con
Cuba. Allí viajamos la diputada Virginia González Gass (Partido
Socialista Auténtico en Proyecto Sur) y el firmante de esta nota,
integrantes del Grupo de Amistad de la Legislatura porteña con la isla
del Caribe.
Fueron jornadas intensas,
en el marco de un calor tropical atenuado por el aire acondicionado de
los salones, pero intensificado por el entusiasmo de los casi doscientos
participantes provenientes de veintitrés países de todo el continente
americano, incluyendo a Estados Unidos y Canadá.
A
través de las disertaciones, entre ellas la de Aleida Guevara, hija del
legendario Che, se describió la situación generada por el bloqueo
impuesto por los Estados Unidos y su impacto en la vida cotidiana de los
cubanos.
Por ejemplo, para obtener determinados medicamentos o insumos de vital importancia en diversos procesos productivos.
Además,
el encuentro se manifestó por la libertad de los cinco ciudadanos de
Cuba detenidos en cárceles de máxima seguridad de Norteamérica, por sus
investigaciones en la comunidad cubana de Miami, para descubrir y evitar
actos de sabotaje en la isla.
El
viaje a Caracas permitió tener una semblanza de la realidad venezolana
y, obviamente, visitar sitios de interés turístico y cultural, como el
Panteón de los Próceres, donde descansan los restos del libertador Simón
Bolívar.
En esos recorridos y en
cada uno de los actos pudimos constatar el dolor persistente por la
muerte del comandante Hugo Chávez Frías. Los venezolanos pertenecientes a
los sectores más humildes y postergados del país hermano están
elaborando el duelo. Y no es para menos: es que a partir de la irrupción
del chavismo, en 1998, millones de personas han podido acceder a una
mejor calidad de vida.
Para
comprender al menos en parte la dimensión de ese proceso de
transformaciones, bastaría con mirar atentamente las laderas de los
cerros que circundan la capital de Venezuela: en miles y miles de
viviendas precarias, al igual que las favelas brasileñas, viven millones
de personas en condiciones infrahumanas. Tremenda paradoja: un pueblo
pobre que vive sobre una fuente gigantesca de petróleo.
Esto
explica la adhesión política y afectiva de, al menos, algo más de la
mitad de la ciudadanía venezolana al proyecto liderado por Hugo Chávez.
Así pudimos constatarlo el último día de nuestra presencia en la
República Bolivariana, cuando visitamos el Cuartel de la Montaña, donde
descansa para siempre este hombre amado por los más pobres y odiado por
aquellos que defienden sus privilegios acumulados a lo largo de los
últimos doscientos años.
Despegamos
del aeropuerto caraqueño para regresar a nuestra patria, llevando en
nuestros oídos los acordes del himno venezolano que comienza diciendo
“Gloria al bravo pueblo”.