Por Pablo Seman, en su blog I Desde
hace seis años viajo a córdoba varias veces por año y recorro algunos
barrios, especialmente el barrio en que vivi cuando tenía entre 6 y 12
años. La ciudad no deja de asombrarme por las transformaciones que, me
llama la atención, no estén más en primer plano en la crónica de los
hechos de hoy. Seguramente el cuadro es incompleto y superficial, pero
en algún grado todo lo que decimos de aquí en más, es parte de la
ecuación del estallido.
Una de las grandes transformaciones de Córdoba capital son las
ciudades dormitorios, satélites o como quiera llamárselas. Son el
resultado de la erradicación de villas que ocupaban terrenos caros a la
especulación inmobiliaria y al boom inmobiliario que trajo la
recuperación económica de la provincia de la mano de la soja y la
consolidación de la industria automotriz. Pero también son una herida
en la sociedad (y de esta herida difícilmente alguien se hace cargo).
Las ciudades dormitorio eran la promesa de relocalización “justa” y con
servicios suficientes para las nuevas unidades habitacionales. Resulto
en unidades inmobiliariamente miserables y segregadas por un celoso
cerco policial que retiene en esas ciudades a miles de ciudadanos que,
por portación de edad, cara, zapatillas inconsistentes con el prejuicio
del observador, etc son objeto de retenes policiales sistemáticos. Los
retenes demoran, aíslan y ofenden. Este orden que se aceitaba con los
recursos que el narcotráfico le derivaba a la policía ha perdido
transitoriamente su lubricante. Las denuncias sobre el narcoescandalo
traen penuria a los guardianes del orden, mientras la inflación atiza
el ánimo humillado de los excluidos de siempre en un contexto en que
cierto estancamiento da lugar a más motivos de queja.
Me asombra, cada vez que voy, la ausencia, la
debilidad relativa de la presencia numérica de aquellos sujetos que el
racismo impiadoso de Córdoba podía llamar “negrazones”. Viví en Córdoba y
la convivencia de descendientes de europeos, de sujetos que se
reconocen como “blancos” y población hija del crisol de conquistadores,
pueblos originarios, era una realidad problemática. El grado en que lo
era esta grabado en la piedra aparentemente leve, pero ominosa, de un
humor que por muy gracioso que sea “pone las cosas y los hombres en su
lugar”. El famoso humor cordobés ordena y ordenaba las diferencias de
clase y expresaba, muchas veces, no siempre, en la perspectiva blanca,
el ridículo del “negro” en el salón. Las ciudades dormitorio segregaron
geográficamente una población marcada por su pobreza y por su
“biotipo”. Justamente: su circulación en la ciudad, en horarios y
lugares rigurosamente vigilados, es la función de una policía que desde
su sola presencia física es también temible. En tiempos normales en
Córdoba hay mucha policía en la calle, en todos lados, especialmente en
el centro y en donde “los negros no deben estar”. Mucha en serio.
Policías que ademas de ostentar uniformes llamativos, armas, y
patrulleros que van y vienen, son curiosamente grandotes. La policía en
Córdoba me daba la impresión de ser una gendarmería permanente,
beligerante y numerosa. Son un factor vital del orden social imperante.
Ese orden social que aisló a “los negros” en las ciudades dormitorio. Y
es de esperar que si se ausenta ese orden no funcione en automático.
Y no hay que dejar de observar la contraparte. Nueva
Córdoba, barrio emblemático de los beneficios del boom de la soja,
tiene verdulerías decoradas al modo de New York, vinerias finas,
panaderías francesas, fotocopiadoras de lujo. Tiene de ese tipo de
negocios en cantidades increíbles: uno de cada uno en cada cuadra en la
que ademas siempre hay una casa de ropas de marcas personalizadas y
locales nocturnos para la diversión de miles de estudiantes que vienen a
estudiar desde las prósperas localidades vinculadas a la expansión del
agronegocio. Todo para una población de estudiantes que no gasta menos
de 20000 pesos mensuales y viaja habitualmente a EEUU, Europa y el
caribe. No todos los habitantes de Nueva Córdoba viven así, pero hay
mucha gente que en nueva Córdoba vive así. En la Nueva Córdoba los
“negros” casi no tienen lugar: ni como dependientes de almacén, ni
repositores o asistentes de limpieza. Hasta para esos “puestos viles” se
ve la presencia dominante de hijos de colonos gringos más pobres, pero
“blancos”. La de los “negros” es una presencia rara, que no amenaza
por que, se sabe, está la policía que mira, para, expulsa al “invasor”.
La policía garantizaba ese orden y en gran medida parasitaba de otro
prospero negocio: el del tráfico de drogas.
Amigos míos, progres, mentan los peligros de la
bajada de San Vicente, un barrio pobre, como si se tratase de Harlem
retratado por los progres blancos de NY. Es obvio que con ese
progresismo combatiente y colonial que habilitó la vulgata sociológica
no se evita, en las expresiones cotidianas, la posibilidad de redoblar
algo que no es más racista porque, además de todo, es muy clasista.
Viajé a la bajada San Vicente y comprobé que la distancia entre el
relato y la realidad que intuía iba a comprobar: era exactamente la
misma que pude palpar cuarenta años antes cuando, violando la
prohibición familiar, fuimos en bicicleta con los chicos del barrio a la
“temible” bajada de San Vicente. Y descubrimos nada: sí, un barrio
pobre más, unos peligros más, nada del otro mundo. Hasta los críticos
han caido en las trampas del orden. Se lo entiende, entonces, a Andrés
Rivera viviendo, obrando en Córdoba según la máxima “no ser un burgués
es una teoría y una práctica” .
Volvamos al lenguaje “antiguo” que tal vez tenga algo
para decirnos: es preciso trascender la posición de “fracción
subordinada de la burguesía” y de “minoría blanca” para ver Córdoba con
los ojos bien abiertos. Córdoba es entre otras cosas un cruce explosivo
de lógicas de exclusión que dejaron en la desigualdad abisal,
“gritante” y congelada, un “pueblo” entero. No reivindico el saqueo, no
lo miro románticamente. Tampoco creo que sea sólo espontáneo, pero
entiendo el carácter masivo del horror que emerge para todos lados
cuando uno de los principales reaseguros de ese orden era la presencia
constante, masiva, pedagógica, correctiva de una policía que
desapareció de la ciudad. La córdoba dividida y desigualada a la
fuerzan ha mostrado por un segundo la arquitectura y el dolor
generalmente enmudecidos de su constitución social.
PD: el año pasado habíamos escrito, aquí mismo, algo sobre la exclusión en Córdoba. http://wp.me/p2SPeH-1O (cordobesismo y bantustanes).
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