Un respiro entre plagas de saltimbanquis. Durante una de las gobernaciones del patilludo asfaltaron el camino que unía la antigua cabecera del departamento con la nueva, y olvidaron, o se deglutieron, los últimos siete kilómetros, por lo que había que desviarse por un camino de la época de la Colonia para concluir el trayecto.Ediciones Agua Clara-
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En el triángulo de tierra delimitado por el desvío, vivía Pan de Dios, fabricaba los mejores ladrillos y especialmente ladrillones de la zona, grandes como adobes, adaptados a la tradición del lugar, con los que se construye más fácilmente, se usan menos cal y cemento y colocados como cordón a lo ancho resultan muy aislantes, aún sin revoque exterior. El ladrillero había cavado grandes represas que le servían como reservorio de agua para sus animales, a la vez de proporcionarle gran cantidad de tierra gredosa, evitando usar el manto superficial de materia orgánica que sustenta la fertilidad. En el pisadero varias yeguas se encargaban de mezclarla con paja y guano de los animales. Para cortar los ladrillos requería la ayuda de algunos vecinos que se acercaban por el buen trato y la paga segura Luego de armado el horno con los mismos ladrillos, llegaba la hora de quemarlos, usaba leña de poda, tanto suya como comprada, procurando no desvestir el monte. Los quemaba muy lentamente para preservar su calidad, aunque eso les demandara andar varios días desvelados durante la cocción, a él y a su hijo. Vuelta a vuelta en mis viajes al banco, o a las reparticiones públicas, me detenía a echar una parrafadas con el ladrillero, pues simpatizaba con su seriedad, cuando vendía ladrillos de primera, eran primera, los de segunda no pretendía cobrarlos por buenos. Casualmente se acercaban las fiestas patronales del viejo pueblo y el ladrillero estaba preocupado porque su hijo había prometido recorrer los 17 kilómetros en parte a pié y en parte de rodillas. Aunque él no era religioso practicante ni acostumbraba asistir a los festejos de los santos, lo iba a acompañar para alentarlo en el recorrido. Pero el hijo tenía veintitantos años y él se acercaba a los sesenta. En otra oportunidad, con la confianza que nos iban dando nuestras conversaciones, me confió que guardaba valiosas piezas de cerámicas de Talavera, lo había traído de España en el siglo XIX alguno de sus antepasados españoles, mixturados luego con hijos del país, hasta derivar a sus manos criollas. Como prueba de confianza me invitó para verlo a la humilde casa, donde vivían en varias habitaciones de ladrillos con cielorraso de cañas. No quise desilusionarlo, para él todo lo que se hacía con tierra era noble, y la cerámica de Talavera excelsa. Constituían el resto de un auténtico juego decorado, varias piezas sueltas, algo desportillada la tetera, un par de tazas y platitos. Reconocí la autenticidad, y le aconsejé que lo conservara en la familia como símbolo de su historia. Al par de años falleció mi amigo, al hijo le ofrecieron empleo de peón en la municipalidad, de esos en los que se trabaja liviano algún día por semana. Abandonó el horno de ladrillos, se mudó al pueblo con la madre. Los ladrillos comenzaron a traerlos de otros lados en grandes camiones, o fueron reemplazados por bloques de cemento, que aíslan menos pero una vez revocados ¿quién lo advierte? No sé donde habrá ido a parar la cerámica de Talavera.
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