Generando cambio

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PAN DE DIOS Y LAS CERÁMICAS DE TALAVERA PDF Imprimir Correo
Escrito por Ediciones Agua Clara   
Lunes, 23 de Enero de 2012 00:00

Un respiro entre plagas de saltimbanquis.
Durante una de las gobernaciones del patilludo asfaltaron el camino
que unía la antigua cabecera del departamento con la nueva, y
olvidaron, o se deglutieron, los últimos siete kilómetros, por lo que
había que desviarse por un camino de la época de la Colonia para
concluir el trayecto.
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En el triángulo de tierra delimitado por el desvío, vivía Pan de Dios,
fabricaba los mejores ladrillos y especialmente ladrillones de la
zona, grandes como adobes, adaptados a la tradición del lugar, con los
que se construye más fácilmente, se usan menos cal y cemento y
colocados como cordón a lo ancho resultan muy aislantes, aún sin
revoque exterior.
El ladrillero había cavado grandes represas que le servían como
reservorio de agua para sus animales, a la vez de proporcionarle gran
cantidad de tierra gredosa, evitando usar el manto superficial de
materia orgánica que sustenta la fertilidad. En el pisadero varias
yeguas se encargaban de mezclarla con paja y guano de los animales.
Para cortar los ladrillos requería la ayuda de algunos vecinos que se
acercaban por el buen trato y la paga segura
Luego de armado el horno con los mismos ladrillos, llegaba la hora de
quemarlos, usaba leña de poda, tanto suya como comprada, procurando no
desvestir el monte. Los quemaba muy lentamente para preservar su
calidad, aunque eso les demandara andar varios días desvelados durante
la cocción, a él y a su hijo.
Vuelta a vuelta en mis viajes al banco, o a las reparticiones
públicas, me detenía a echar una parrafadas con el ladrillero, pues
simpatizaba con su seriedad, cuando vendía ladrillos de primera, eran
primera, los de segunda no pretendía cobrarlos por buenos.
Casualmente se acercaban las fiestas patronales del viejo pueblo y el
ladrillero  estaba preocupado porque su hijo había prometido recorrer
los 17 kilómetros en parte a pié y en parte de rodillas.
Aunque él no era religioso practicante ni acostumbraba asistir a los
festejos de los santos, lo iba a acompañar para alentarlo en el
recorrido. Pero el hijo tenía veintitantos años y él se acercaba a los
sesenta.
En otra oportunidad, con la confianza que nos iban dando nuestras
conversaciones, me confió que guardaba valiosas piezas de cerámicas de
Talavera, lo había traído de España en el siglo XIX alguno de sus
antepasados españoles,  mixturados luego con hijos del país, hasta
derivar a sus manos criollas. Como prueba de confianza me invitó para
verlo a la humilde casa, donde vivían en varias habitaciones de
ladrillos con cielorraso de cañas.
No quise desilusionarlo, para él todo lo que se hacía con tierra era
noble, y la cerámica de Talavera excelsa. Constituían el resto de un
auténtico juego decorado, varias piezas sueltas, algo desportillada la
tetera, un par de tazas y platitos. Reconocí la autenticidad, y le
aconsejé que lo conservara en la familia  como símbolo de su historia.
Al par de años falleció mi amigo, al hijo le ofrecieron empleo de peón
en la municipalidad, de esos en los que se trabaja liviano algún día
por semana. Abandonó el horno de ladrillos, se mudó al pueblo con la
madre. Los ladrillos comenzaron a traerlos de otros lados en grandes
camiones, o fueron reemplazados por bloques de cemento, que aíslan
menos pero una vez revocados ¿quién lo advierte?
No sé donde habrá ido a parar la cerámica de Talavera.

 

 

 

 

 

 
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