Generando cambio

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Un trabajo de Agua Clara... PDF Imprimir Correo
Escrito por Ediciones Agua Clara para Nuevo País   
Domingo, 24 de Marzo de 2013 12:29

AFINANDO LA PUNTA

Antecedentes de la noche de los lápices
En 1945 La Escuela Industrial número 3, en Buenos Aires había sólo cuatro industriales, funcionaba (y lo que queda de ella sigue funcionando) en un galpón abandonado por la Shell o la ESSO, ya que no reunía las condiciones para almacenar latas y tambores de combustibles o lubricantes.
En la Planta baja adoquinada funcionaban los talleres, y en un primer piso, o entrepiso metálico las aulas para enseñanza teórica, separadas por chapas de cartón prensado y cielorrasos parciales del mismo material, asentado sobre travesañitos de hierro te por los que corrían las ratas con algún sándwich como trofeo, arrancado al almuerzo de los estudiantes. Las prácticas que se realizaban en los talleres, hojalatería y carpintería en primer año, herrería en segundo, ajuste manual en tercero, fundición en cuarto, tenían por objeto que los estudiantes se familiarizaran con el uso de herramientas, aunque esas técnicas anticuadas la industria ya no las empleaba.
Hasta el año anterior el Director Nacional de Enseñanza Técnica Ing. Devoto Moreno,  había propuesto la realización de talleres de producción, donde a la vez de habituarse al trabajo fabril los alumnos pudieran tener el incentivo de alguna remuneración, pero sus sucesores vaya a saber por qué desecharon la idea.
Por fortuna la escuela quedaba cerca de la estación Barracas del Ferrocarril Sud y a algunos profesores,  al regresar de sus cátedras en la Universidad de La Plata, les quedaba a mano bajar en Barracas, eran pocos los que poseían auto, para dictar clases en el Industrial 3 lo que elevaba el nivel de la enseñanza.
Durante 1945 y 1946, funcionaba también en un turno intermedio de 11,30 a 14 hs. el Industrial 4, mientras construían su edificio en la calle Lacarra (Mataderos). Lo que constreñía los horarios pero permitía a los del 3, que no vivieran demasiado lejos, almorzar en sus casas.
Además de los Industriales existían escuelas de Artes y Oficios, cuyos títulos no habilitaban
para ingresar a la enseñanza superior, las que durante el Gobierno de Perón se transformaron en Industriales, a más de crearse en todo el país infinidad de Escuelas Industriales, o Técnicas.
Es cierto que la deserción en estos establecimientos, era mucho mayor que en los Nacionales (liceos) y Comerciales, en parte por el horario, lunes a sábado  mañana y tarde
y en parte por la escasa preparación de los alumnos para razonar, mucha matemática, física, química y menos materias de cultura general, en las que la enseñanza se  basaba en la memorización. También influían en la deserción las dificultades de los jóvenes egresados, para encontrar empleo en su profesión, pese al marcado desarrollo de manufacturas en esa época.
La creación o participación en un centro de estudiantes estaba terminantemente prohibida, pese a lo cual nucleaba  a un pequeño número de estudiantes  en relativa clandestinidad.
¿Cuáles eran las reivindicaciones? En primer lugar los talleres de producción que hubieran proporcionado más conocimientos y algunos pesos atractivos que contribuirían a reducir la deserción. Luego las comunes a todos los secundarios, los libros gratis que había propuesto el Diputado Bonazzola, y como es de suponer la legalización de los Centros.
Durante los primeros años ante la escasa repercusión del Centro, las autoridades hacían la vista gorda, o a lo sumo la sanción se reducía a amenazas o amonestaciones.  Tal es así que a  algunos alumnos apresados en un acto político de izquierda por la Sección Especial de la Policía, donde fueron torturados con suavidad, 24 horas de pié sin comer, y algunas trompadas y cachetazos a imberbes de 14 años, en la escuela no se los sancionó.
Pero a partir de 1948 el ministro Ivanisevich, no conforme con la introducción en la enseñanza de las materias Religión, o Moral, que dividía a los estudiantes en hijos y entenados, designó como director del Industrial 3 al Ing. Pagés, eyectado hacía poco del Otto Krausse por la desorganización que reinaba en ese Industrial, el más conocido del país. Correligionario del ministro en el Opus Dei, favoritismo que luego retribuirían a Perón propi-
ciando el golpe militar antipopular que lo derribó del poder.
Pagés  se destacó enseguida, la primera prioridad la otorgó a la construcción en el espacio abierto del corralón, piso de adoquines y alquitrán, un altar de la Virgen de Luján, ante el cual los alumnos volvían a dividirse entre los que se persignaban o no, y la segunda a la persecución de los estudiantes que militaban en el centro. Expulsó a varios, entre ellos a uno afectado de parálisis,  Sighzamian que con muletas realizaba el sacrificio de viajar desde Pompeya a Barracas, de trajinar por las escaleras metálicas de la escuela y que había llegado a tercer año con buenas calificaciones, sin llevarse ninguna materia. En su casa se reunían algunos miembros del centro de estudiantes. El padre, un humilde inmigrante armenio que  trabajaba como obrero en un frigorífico,  agasajaba a los compañeros del hijo convidándolos,  cortesía oriental mediante, refrescos y galletitas. Tal vez prefería el Erevan soviético a las persecuciones que habían sufrido en Turquía, los compañeros de su hijo pensaban que eso era cosa de él, por las que no correspondía marginarlo.
A Sighzamian le encontraron en la escuela un volante del centro invitando a un acto por los libros gratis. Pagés ordenó expulsarlo de inmediato.
El vía crucis de Sighzamian, el desprecio por el esfuerzo del muchacho paralítico por integrarse a los demás, adelantó su muerte.
Fue uno de tantos. Un adelanto de lo que treinta años después se perpetró en la noche de los lápices.
Que los adolescentes continúen aprendiendo a pensar y a rebelarse contra las injusticias, debería alentar nuestras esperanzas.

 
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