UN LITERATO EN CAMISETA   

El profe más popular del cole era Ismael Moreno, un viejo flaco hasta la consunción, que allá por los años de la primera guerra mundial, cuando los alimentos eran muy requeridos por los contendientes, publicó un audaz libro sobre la inicua explotación a la que eran sometidos los obreros, y las obreras, quienes incluso eran manoseadas y algo más por los capataces y jefes, en los frigoríficos de Avellaneda y Valentín Alsina. Pero su popularidad escolar  no radicaba en su condición de escritor comprometido, o en ese libro, creo que se llamaba “El matadero”, recuerdo las tapas marrones de simple papel madera, sino en su para nosotros extravagancia, la camiseta musculosa, el saco abierto y el gorro de cuero con visera con el que cubría la pelambrera perdida,  por la época la usaban los tacheros, vestuario con el que indefectiblemente en invierno y verano concurría a la escuela.
Ismael Moreno notable abogado, autor de un anteproyecto de Constitución para la provincia de Buenos Aires, tenía el estudio jurídico en una calle lateral por Sarandí, ocupaba un pequeño garage con azulejos blancos, muy angosto de aquellos para Ford T, reemplazado en su función legal por el escritorito, un modesto armario y varias sillas de diferente modelo.
Procuraba enseñarnos una vívida Instrucción Cívica, que las instituciones cambiaban, en 1948 se reunió una nueva Asamblea Constituyente, y los futuros ciudadanos deberían procurar acentuar su rol.
El viejo anarcosindicalista, había gozado de unas “vacaciones” en Ushuaia o Sierra Chica, cuando el teniente general José Félix Uriburu inauguró la moda de los golpes de estado, pero ni aún así consiguieron acallarlo.
Los miembros del prohibido centro de estudiantes, quienes arriesgaban que los expulsasen, merecían su especial atención, los dos o tres locos que en la escuela industrial además del centro se interesaban por la literatura  y concurrían asiduamente a su estudio.
Después de algunas críticas a las medidas disciplinarias con las que encubrían la represión, nos embelesábamos escuchando sus reflexiones literarias.
“Muchos escritores argentinos conocen la vida porque se la contaron, no les interesa contaminarse con la realidad y recurren a  imaginaciones  lo más distanciadas posible de las circunstancias ajenas” “Otros escriben sobre lo que leyeron, o lo que está de moda, a veces con maestría, para alcanzar los cenáculos literarios y gozar de los beneficios de ese Olimpo”
“Con la literatura tratan de entretener, de atrapar al lector, deslumbrarlo, aunque lo interioricen, lo alejen del intercambio de ideas, y  huyan de su realidad en vez de pensar.”
“Quizás por falta de pericia a veces caemos en el panfleto, lo que también es un error, nos dirigimos solamente a los que piensan como nosotros, que se regordean, o se masturben  con su única verdad.”
“El arte está en armonizar las situaciones  y las palabras de tal manera que penetren la  masa de preconceptos, lo que se llama ideas, o conciencia de los interlocutores, porque eso son en definitiva los lectores, interlocutores al mismo nivel del que escribe”
“Sugerir es aceptar el diálogo”
Después de tanto tiempo es posible que el recuerdo de sus afirmaciones se contamine con mis ideas, desfigurando las suyas, pero en definitiva esa impureza, la de la vida, es lo que él procuraba inculcarnos.
Era el único profesor al que las sus alumnos invitaban a los festejos del día del estudiante, por entonces los llamábamos pinics, preferentemente durante fines de semana, porque en dos días teníamos más posibilidades de conocernos y convivir. Concurría con su compañera, una mujer más joven que él, de alrededor de treinta años, cuyas piernas al aire constituían otro motivo de atracción para los alumnos de una escuela de varones que todavía no habían aprendido a comportarse como machos, a la vez que sin premeditación nos ponía en contacto con hábitos más liberales de los que regían entonces.