Generando cambio

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Coronel Pringles (Buenos Aires) PDF Imprimir Correo
Escrito por Fabio Rojas   
Miércoles, 12 de Junio de 2013 21:00

El baúl de la Historia

Organizar desde (casi) la nada: José Ciriaco Gómez

Pueblos de origen tehuelche primero y mapuche después ocuparon el territorio que hoy conocemos como partido de Coronel Pringles y la zona de la Ventana. Los sucesivos gobiernos y los viajeros extranjeros han dejado testimonio de su paso por el Pillahuincó Grande, sin haberse establecido por mucho tiempo ninguna población estable. En el marco de la consolidación del estado nacional, durante la presidencia de Sarmiento, en 1869, se encomienda al Coronel de Ingenieros Juan Fernando Czetz trazar una línea de fortines para ampliar la frontera y terminar con el desierto –según se lo denominaba entonces-, que entre nosotros se concreta en el Fuerte General Belgrano instalado en enero de 1870.
Lentamente comienzan a afincarse pobladores, que para comienzos de la década siguiente alcanzaban un número suficiente para justificar la creación de Coronel Pringles. Luego, los acontecimientos se precipitan: en septiembre de 1882 se instala el primer gobierno y en 1884 las autoridades se trasladan al ejido del pueblo.
El 14 de febrero de 1885, José Ciriaco Gómez se hace cargo de la presidencia de la Municipalidad. Cuando luego de un año entrega el puesto a su sucesor (y hermano), Ramón, el presidente saliente “manifestó (…) que antes de dejar su puesto iba a dar cuenta para su satisfacción, la de la Municipalidad y vecindario de la marcha de la administración que hoy para él termina”.
A través de la reseña que lee el secretario del cuerpo, podemos conocer su labor.
Es él quien decide el traslado de la escuela rural del paraje Las Cortaderas –a cuyo frente estaba el maestro Flesia- al ejido del pueblo, y preocupado por la educación, crea un establecimiento destinado especialmente a las niñas.
Las obras públicas, que serían asiento de las principales instituciones, serán parte de su preocupación. En el año que abarcó su gobierno, concreta el Cementerio, porque “Las inhumaciones continuaban en su primitivo uso, arregladas a la costumbre de la vida nómade o salvaje; se sepultaba indistintamente en cualquier parte del campo, sin intervención ni noticia de autoridad alguna, perdiéndose hasta la huella tal vez de los crímenes que pudieran cometerse”. La obra se terminó en septiembre, “incluyendo una pirámide que se le ha agregado en su centro”.
Con respecto a los demás edificios públicos, enumera la necesidad de “casa Municipal, Juzgado, Comisaría, Telégrafo y Cuartel, así como los de la capilla y casa parroquial”, pero lamenta no haber podido concluirlos debido a que los planos debían “ir firmados por arquitecto patentado”. Pero, según manifiesta, “en ningún pueblo, de esta comarca del Sud había arquitecto patentado”. Dichas obras darán lugar a largos años de conflictos. La casa con destino a la municipalidad se inaugura en 1889, pero la iglesia debe aguardar, en medio de permanentes reclamos y debates en el deliberativo, hasta 1899.
También le preocupa la construcción de Corrales de Abasto, destinados a la matanza de reses para el consumo, pero también para identificar su procedencia y cobrar los impuestos municipales que permitirían la evolución del pueblo. Estos corrales se ubicaron detrás del Cementerio, y de ellos tomó el nombre el Almacén Los Corrales, sobre la actual ruta 51 lugar hoy transformado en empresa apícola.
Ordenar las calles fue otra de las preocupaciones de José C. Gómez, pues si bien el plano estaba concluido, los edificios “se levantaban según el capricho de cada uno”, por lo que toma las medidas para que las casas se restringieran a las líneas de demarcación que se les indicase.  
Iluminarlas fue otra de sus preocupaciones. En un primer momento, apela “a la buena voluntad de todos los vecinos, principalmente del gremio del comercio, pidiéndoles que vería complacido que cada uno de ellos concurriese a alumbrar el frente de sus respectivas casas”. Además, había enviado hacer a Juárez –ya que aquí no había quien los hiciera- cuarenta faroles a kerosene
Pensando en las necesidades de una población que comenzaba a establecerse, vende a don Juan Fitte una chacra “donde existe la cascada principal”, para construir allí un molino que a su vez estimularía la agricultura.
También inicia gestiones para instalar el telégrafo “ese invento maravilloso de la civilización”, pero este proyecto deberá esperar varios años para ser realidad.
Pese a reconocer la importancia de otras necesidades, como la construcción de cercos y veredas, o el cobro de impuestos municipales por extracción de arena o piedras, decide posponerlas para facilitar “la corriente de inmigración y el desahogo del trabajador”.
También fue él el responsable de subdividir los siete cuarteles originales llevándolos a un total de catorce, aunque la falta de alcaldes, o su inoperancia, dificultaban la puesta en práctica de esta medida.
En la misma reseña de su gestión hace referencia a la tierra pública que estaba a la venta desde 1884: la reducción del precio (de los $14 iniciales, a $10 y finalmente, a $5 la hectárea de los terrenos de chacra).  Pese a que ve “con grata satisfacción el entusiasmo que reina en la demanda de chacras, viniendo hasta de puntos distantes a solicitarlas”, no todo estaría muy bien, ya que a fines de 1887 se inicia un sumario por fraude en la venta de solares en este partido.
Sin duda, estas medidas llevaron unos años después a que se reconociese su actuación, poniéndole el nombre de José Ciariaco Gómez a la calle hasta entonces nombrada como San José, importante arteria en la que se encontraba la casa del gobierno municipal y a la que hoy conocemos como Juan Pablo Cabrera.

 




 
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