Generando cambio

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Coronel Pringles (Buenos Aires) PDF Imprimir Correo
Escrito por Fabio Rojas   
Viernes, 12 de Julio de 2013 21:00

Archivo Histórico Municipal – Aldo Pirola

El baúl de la Historia

La Helvecia: una comunidad que nace junto con Pringles

En 1958, nuestro vecino Horacio Riat recibió un regalo que conserva celosamente: un cuaderno escrito por su tío Ernesto con sus memorias. El sobrino quería saber cómo habían sido los orígenes familiares, y esa historia llega hasta nosotros, permitiéndonos asomarnos a ese lejano horizonte de los comienzos de Pringles. Los hermanos Francisco y Javier Riat llegaron al país en la década de 1860, y en 1875 sabemos que se instalaron en el partido de Lobería con una pulpería: La Suiza (citado en “Historia del partido de Lobería” de Andrea Feola). Dice Ernesto que allí arrendaban tierras a la que habían incorporado hacienda propia.
En 1879 adquirieron tierras “rescatadas a los indios”, luego de la conquista del territorio llevada a cabo por Julio A. Roca. Se instalaron en Pringles cuando todavía era Tres Arroyos, y establecieron Bella Suiza. Cuenta Ernesto Riat:
“Luego compraron en el Partido de Pringles dos leguas de campo (La Bella Suiza y La Helvecia). Después de construida La Bella Suiza, ahí se mudaron, trayendo de La Suiza vieja, además de las familias, cuanto poseían, hacienda, carros y demás enseres de trabajo.”
Ernesto Riat nació ya en Pringles el mismo año de la fundación del partido, 1882, cuando su padre, Javier, y su tío, Francisco, decidieron construir La Helvecia, por lo que se consideraba su “mellizo”. Cuenta de aquellos primeros años:
“En seguida abrieron la Casa de Negocio que pronto tomó mucho incremento pues la región se pobló con bastante rapidez y pronto se instalaron en ella otros estancieros: […]. Y muchos arrendatarios, todos con sus puesteros y peonadas. Toda esa gente se surtía en La Bella Suiza pues Pringles acababa de fundarse y no había, salvo algunas pulperías, casa de negocio tan bien surtida como La Bella Suiza, donde se vendía de todo: almacén, tienda, ropería, zapatería, carpintería, herrería, panadería, etc., etc. Además se compraban muchos frutos de la región: hacienda, lanas, cueros, etc., lo que le dio mucho impulso. Otros comerciantes eran los cajoneros (?) y los turcos. Los primeros venían a caballo con maletas llenas de mercadería y los caballos “matados del lomo” a causa de las pesadas arganas. Luego se modernizaron y circulaban en jardinera. Los turcos de a pie con sus cajoncitos llenos de baratijas. Mamá era buena clienta y a todos les compraba algo. Nunca dejaban de pasar por casa, seguros de que venderían algo y que comerían muy bien.
Uno o dos carros de repartidores llevaban a domicilio semanalmente la mercadería encargada. Las compras se hacían en Buenos aires, llegando a Bella Suiza en carretas de bueyes; luego llegó el ferrocarril a Tandil y después a Tres Arroyos lo que facilitó mucho. La correspondencia iba y venía por la Galera de Adúriz, de Tres Arroyos a Pringles. […]. Los fruteros que pasaban también en jardinera con buen surtido de frutas, tenían en casa buena clientela y con placer aceptaban de pasar la noche pues sabían que serían bien tratados, así como sus caballos”.
También relata cómo se hacían entonces las viviendas, lo que nos permite vislumbrar las actividades que en ella se hacían:
“La construcción se hizo como todas las de aquella época con ladrillos cortados y quemados a 2 ó 3 cuadras del edificio, revoque de barro naturalmente pues aunque en Pringles del arroyo Pillahuincó se podía extraer arena, el transporte costaba carísimo; todo el maderaje y las chapas para el techo, cerrajería, vidrios, pinturas y demás accesorios venían de Buenos Aires o por lo menos de Tandil y transportados por carretas de bueyes.
Su aspecto algo original para la época la distinguía de todas las estancias vecinas construidas casi en la misma forma con el tradicional techo de un agua y con aspecto de “casa de pueblo”.
Doce habitaciones la constituían, diez para la familia, cocina, comedor, dormitorios, piezas de huéspedes, peones y sirvientas, una para la panadería y otra para la carpintería. Otra pieza fue destinada a despensa, pequeño depósito de comestibles con sus correspondientes estantes y cajones; un almacén en miniatura. También había sótano para el vino en bordelesas. Luego se amplió el galpón de esquila, se construyó otro para pasto, máquinas y cochería, caballeriza y también se hizo la casa de peones (cocina y dormitorios) la casa lavadero y carnicería, tambo, establo para carneros finos, cerdos, etc.
Se hicieron las plantaciones de eucaliptus, acacia negra, acacia blanca, sauces, álamos y algunos frutales que a causa del clima (heladas a destiempo) no daban casi fruta. En su conjunto el monte era uno de los mejores de la región. Todo eso fue obra de nuestro padre, porque los “muchachos atendían con los peones a los quehaceres del campo, enormes y rudos en aquellos tiempos pues los alambrados no existían, había que pastorear las majadas y la hacienda vacuna y yeguariza, día por medio había que pedir aparte a los vecinos o los vecinos venían a pedirlo pues las haciendas de noche de mesturaban. Había más o menos 10.000 ovejas, 2.000 vacunos y 600 yeguarizos”.
Podemos imaginar un enjambre de personas trajinando diariamente en La Helvecia, cooperando en la construcción de una nueva comunidad. Un mundo al que hoy solo podemos acceder gracias al testimonio escrito de Ernesto, al cuidado con que Horacio lo atesoró, y a su generosidad permitiendo que toda la comunidad pueda hoy tener acceso a él.

 



 

 
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