Generando cambio

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HOMENAJE A UN TRABAJADOR TESONERO Y LEAL FALLECIDO RECIENTEMENTE: PDF Imprimir Correo
Escrito por Ediciones Agua Clara, Especial para Nuevo Paìs   
Domingo, 27 de Octubre de 2013 21:00

HISTORIA  DE MIGRANTES                                                                                                      

A orillas del Maldonado

Sus padres llegaron a la Argentina por mil nueve veintitantos, desde la aldea lituana, cercana a Vilno, vaya a saber cual era la distancia, pero  iluminarse con las luces de esa gran ciudad intelectual constituía motivo de orgullo, aún para los que apenas sabían leer.

Emigraron cansados de los continuos cambios de mano de su tierra, que a veces era rusa, otras polaca, algunas alemana y la menor parte de las veces lituana; y cada dominación les imponía nuevas discriminaciones.

En una de ellas, intercambio de bienes mediante,  funcionarios venales consintieron en trocar sus apellidos judíos por otros alemanes. El joven matrimonio se transformó en Joseph y Clara Ringue, a nuevo apellido nuevos nombres, lo que facilitó los trámites de inmigración en nuestro país, amén del relativo liberalismo que caracterizó a los gobiernos de Yrigoyen y Alvear.

Joseph era sastre, una de los oficios que les permitían ejercer en Europa. Con la ayuda de paisanos, instaló un taller de costura a fason (le proveían las telas y le pagaban la confección). Comenzó solo, luego empleó a un par de costureras, en la misma casita alquilada donde vivían, entre la Chacarita y las vías del ferrocarril San Martín, a dos cuadras del arroyo Maldonado, zona que cuando llovía fuerte se inundaba.

En la barriada convivían inmigrantes de distintas nacionalidades, judíos por la cercanía con  el Villa Crespo “idisch”, italianos musolinos, como se llamaba a los barrenderos, propietarios de carbonerías, talleres de reparación metalúrgica, también de autos; españoles panaderos, almaceneros, mozos de bar y restaurante, vascos lecheros, en fin una babel de gente humilde que logró transformar en barriada obrera el antiguo refugio de cabarutes y quecos del siglo XIX.

Por 1931 tuvieron el primer hijo a quien quisieron llamar Saúl, en recuerdo de familiares fallecidos, pero que terminaron llamando Raúl, cambio apenas, como el que suponía la tradicional circuncisión del varón, aún para los apenas religiosos.

Abordemos el objeto de nuestro relato, la historia de un trabajador argentino.

El muchacho manifestaba más capacidad para las tareas manuales y prácticas que para las contemplativas, como comprobaron cuando destrozó el violín, utilizado como poste improvisado por  los chiquilines para jugar al fútbol.  Los padres abandonaron el sueño de un Yehudi Menuhim, o de un Mischa Elman, que los elevara desde la pobreza hasta los reyes y los príncipes.  Pero deseosos de que tuviera la instrucción que a ellos se les había negado, lo mandaron a la escuela Industrial, que cursó sin dificultades hasta recibirse de Técnico Mecánico.

En la escuela, se vinculó al centro estudiantil, con los que soñaban en instaurar un orden social más justo, valorado como una realidad próxima.

Durante las vacaciones de verano  trabajaba de aprendiz mecánico, los dueños de los talleres se contrariaban cuando se iba al reiniciar las clases, pese a lo cual volvían a tomarlo al año siguiente porque era útil.

El resto del año, mientras estudiaba, planchaba las prendas terminadas en el taller de su casa, y su padre que se preciaba de hombre igualitario, las retribuía con una moneda por prenda. Durante varias horas por día con la plancha a carbón de siete kilos y el apresto acuoso de composición dudosa, un pan de jabón amarillo disuelto en cinco litros de agua, se procuraba lo necesario para sus viajes, contribuir a los gastos de  militancia, ir a la cancha, o tomar un café con un amigo.

Como reafirmación de su sentido independiente, a principio de 1951, decidió buscar trabajo y estudiar Ingeniería mecánica en la Plata.  No pidió postergación de la conscripción militar, a la que estaban obligados todos los varones de 20 años, confiado en que la suerte lo favorecería en el sorteo y sacaría número bajo, eran tres cifras  y los que sacaban hasta trescientos quedaban exceptuados, además de los niños bien o los acomodados. Sacó el 979. ¡Dos años en la marina!

Antes de incorporarse en 1952, consiguió aprobar Geometría, una de las materias de primer año.

Se presentó a la revisión médica y lo destinaron a Tierra del Fuego.                  

¿Habrían influido en el destino al lejano Sur, el par de detenciones que sufriera en  1948 por concurrir a un acto en recuerdo del 7 de Noviembre (Revolución Rusa) y en 1950 por pintar consignas en las paredes?

 

Colimba destemplada                                                                                                        

Los obligaron a tomar el tren en movimiento con destino a Río Santiago y  se golpeó al subir. Tras una somera curación lo despacharon a Puerto Belgrano y de allí a Ushuaia  en un barco transporte de tropas. Llegó con fiebre y una herida purulenta. Internado en el pabellón de infecciosos del hospital naval, como podía desplazarse rengueando, el estudiante de mecánica aplicaba inyecciones a los pacientes de la sala.

Durante la colimba, donde se realizan tantas cosas vanas, también consiguió ser útil.

El gas no llegaba a Tierra del Fuego, los cuarteles y las viviendas familiares de suboficiales y oficiales  se calefaccionaban con madera de lenga. En los tupidos bosques que rodeaban al lago Fagnano talaban y trozaban los rollizos, luego en el mismo camión se encargaban de repartirlos. Los rollizos medían alrededor de treinta centímetros, pero el diámetro era diverso, lo que les permitía hacer justicia, o tomarse venganza. A un zumbo que lo tenía a mal traer por su ascendencia  judía, le entregaba la cantidad  asignada, pero de los rollizos más finitos.

-Que hago hasta la semana que viene, no tengo ni para dos días?! –protestaba el zumbo- Hacía un frío de cagarse.

Por el lago Fagnano, residían algunos mestizos, descendientes de onas, que mantenían relaciones con la superioridad, los educaban en el sentimiento de nacionalidad. A cambio de ropa de abrigo proveniente del equipamiento les aceptaban pisco chileno.

La Municipalidad de Río Grande pidió conscriptos para la construcción de un barrio popular, Tierra del Fuego era una gobernación militar, y el mecánico se reencontró con el tablero de dibujo.

A los conscriptos constructores les permitieron brindar algunos espectáculos, recitales de guitarra y canto, malambo zapateado, tenían éxito y trascendieron  los actos patrióticos.

Un par de aficionados al teatro organizaron representaciones de  sainetes.  Raúl se ocupó de la realización escenográfica y como lo sabían duro, lo designaron tesorero encargado de cuidar los fondos.

La novedad, atrajo a la gente del pueblo. A un peso la entrada  recaudaron más de tres-cientos pesos. Era mucha guita, un vermouth con platitos costaba sesenta guitas.

Para la periódica visita de inspección, las instalaciones militares debían presentarse impecables. Ufa! De nuevo abandonar los uniformes de fajina, para ponerse los de gala, con toda la joda de las hebillas, los borceguíes lustrados y demás formalismos. Cuando falleció Evita, meta misas, organizadas por los capos que la odiaban, mientras ellos se jodían repasando las galas de verano en pleno invierno.

En esta ocasión la tesorería del regimiento estaba exhausta, a un alma buena se le ocurrió decomisar la pintura destinada a los decorados sufragada con parte de los ingresos,  pero ¡minga se la iban a dar!

La recaudación teatral, como la miel a las moscas, también atrajo a las señoras de la beneficencia, pero nuestro tesorero era una fiera, no les largó ni un mango, fueron destinados para brindar pequeños gustos a los conscriptos  y suavizar la dureza del destino.

Debían aislarlo -¿Así que dibujás?- Ya te vamos a sacar jugo...

Un oficial descendiente de junkers prusianos, a cargo de un emprendimiento “ecológico”, lo puso a diseñar  jaulas para atrapar castores.

Las costumbres de las liebres patagónicas provocaban accidentes. Parte del transporte y las comunicaciones se realizaba a caballo, que se mancaban  en las madrigueras.

Cuando un matrimonio europeo  importó un casal de castores, para rememorar a su tierra lejana, tan parecida a esta, se adaptaron bien.

A alguien se le ocurrió que los castores podrían competir por el habitat natural con  las liebres, lo que se traduciría en menos madrigueras y  equinos mancados. Pero los castores, sin enemigos naturales, se transformaron en una plaga más dañina que las  mismas liebres, a las que, por lo menos, diezmaban los zorros fueguinos.

Los castores derribaban árboles jóvenes, atacaban la corteza hasta secarlos, se alimentaban de las raíces, con los árboles caídos construían endicamientos que desviaban el agua de los arroyos y provocaba la inundación de zonas bajas.

El teniente “junker” estaba abocada a encontrar un enemigo de los castores, para arraigarlo en la zona , mientras tanto instalaba trampas.

El mecánico dibujante, en la oficina había tenido la ocasión de darle un vistazo a la muy   elemental carpeta de proyectos del teniente, algunos artículos de diarios y revistas, ilustraciones del “Billiken”...

-Mi teniente, con su permiso. Cuando los  enemigos de los castores que importen se reproduzcan, que van a traer ¿Leones?

Se fue de boca. Cinco días preso a pan y agua.

Tantas veces lo habían perseguido con saña por su origen y se había contenido. Por insubordinación los condenaban a  prisión durante varios años en el penal militar de la Isla de los Estados.

Se había salvado, cinco días pasan más rápido que dos años.

A los 23 meses de la incorporación, en 1954, lo desembarcaron en Dársena A y le dieron la baja.

¿Con sus antecedentes y esa conducta, que le hubiera pasado en  la conscripción 25 años después?

 

La cuesta arriba.

Volvió a La Plata y adhirió a la huelga decretada por la FULP en solidaridad con los estudiantes de medicina. Lo  encarcelaron durante siete meses en la Alcaidía de Contraventores.

El 16 de Junio de 1955, coincidiendo con el bombardeo a Plaza Mayo, lo dejaron salir.

Durante la prisión habían concurrido varios dirigentes políticos opositores, vinculados a algunos de los detenidos.  Esos “dotores” le parecieron taimados, conspiraban en connivencia con los militares para voltear a Perón, las reivindicaciones estudiantiles les importaban un bledo.

Sorpresa mayúscula: No era más estudiante. En la facultad no figuraba en ningún lado. ¡Cómo! Si había aprobado Geometría antes de incorporarse a la milicia.

Probó inscribirse en la UBA pero no lo admitieron.  En el único lugar donde encontró vacante fue en una escuela terciaria de minería, y allí estudió un año.

 En 1956 lo aceptaron en la Universidad Tecnológica Nacional, que desde ese año  había dejado de llamarse Universidad Obrera y fue elegido Concejero al gobierno de la Universidad por el voto de los estudiantes.

A la vez desde 1955 trabajaba 8 horas diarias, proyectaba instalaciones de acero inoxidable, torres de destilación, de enfriamiento, pailas. En 1956 consiguió un empleo mejor remunerado y proyectó ventiladores de mesa, menaje para cocina en aluminio laminado y los chasis para los primeros televisores que se armaban en el país marca “Duncan”.

 En 1957 lo fue a buscar su compañero del barrio y de la secundaria, Borghetti, su padre era el dueño del taller metalúrgico donde había trabajado durante las vacaciones, convertido en una fábrica de asientos para vehículos, primero motonetas y motos, luego para autos. Además del sueldo multiplicado, lo atrajo la dirección de todo el proceso metal metálico, ya no se trataba solo de proyectar y supervisar la matricería.

En esa fábrica instalada en Villa Martelli sus tareas lo absorvían cada vez más 10, 12 hasta 14 horas por día. Le resultaba imposible seguir estudiando.

Después de tres años le confió al amigo que era entonces o nunca, para recibirse      necesitaba encontrar un trabajo con menos responsabilidad y remuneración, podía darse ese lujo porque tenía unos pesos ahorrados.

 

 

 Recaló como encargado de la matricería en una fabrica de ficheros metálicos y fichas perforadas para contabilidad mecanizada, allí operando un balancín, encontró a la muchacha de 21 años que se convertiría en el  amor de su vida.

 

 BEATRIZ                                                                                                                            

Cuando arribaron desde Rosario Tala ( Entre Ríos) la madre con 14 hijos, se conchabó como cocinera en el Ejercito de Salvación, donde le facilitaban alojamiento provisorio mientras colocaba a sus hijos como internos en escuelas religiosas. Tenía el sueño de que alguno siguiera estudiando y llegara a cura.

La Señora. era laboriosa y muy buena cocinera, por lo que la recomendaron para que, además de cocinar allí, también lo hiciera para un artista plástico, y a través de él, consiguió una entrevista con Eva Perón en la Fundación.                                                                       

Recibieron una casita de tres ambientes en un barrio recién construido por Caseros, totalmente equipada, camas, colchones, ropa blanca, vajilla y hasta una máquina de coser. Y por el resto de sus vidas al que les hablara mal de Evita lo sacaban vendiendo almanaques.

Así pudo reunir esa madre a parte de su cría, a los que estaban en condiciones de trabajar. Los menores, entre ellos Beatriz, seguían pupilos en escuelas religiosas.

Beatriz, cursó el primario, el secundario y el noviciado.  La destinaron a un convento de Mendoza, lejos de su familia. Justamente a ella que era muy mamera, o quizá por eso.

Se encargó de la atención de un curso de jardín de infantes y lo hizo tratando de retribuir el cariño con el que algunas monjas la habían tratado, fue la preferida de los chicos.

Además la más presentable, se ocupaba de las compras en la feria y los feriantes por el mismo dinero le despachaban más y mejores provisiones, con el debido respeto, no era ocasión de desestimar el ahorro para la congregación.

Comenzaron los celos y rivalidades con otras novicias. La Superiora dispuso que fuera trasladada, a un convento en el norte de Chile, cuando superara una afección a las rodillas, rezaban arrodilladas con fervor durante muchas horas. El médico encontró una solución terapéutica para las dos partes, para ella,  a la que afligía la mayor distancia de los suyos, volver a su casa, y para el modelo de sumisión incondicional, alejar el peligro de la individualidad. Pero le negaron los certificados por los estudios que había cursado, y con ello la posibilidad de acceder a la enseñanza terciaria o Universitaria. Previa renuncia al noviciado, aún no se había confirmado, se le apareció de sopetón a la madre en Buenos Aires.

La atención de un balancín que perforaba fichas fue su primera ocupación, la segunda un joven lobo ávido de avecillas tiernas, que no le era indiferente

Los conflictos cambiaron de carácter, la madre de Beatriz aceptaba a un muchacho que prometía, futuro ingeniero, aunque  él no fuese creyente . Pero la familia de Raúl se lanzó a una guerra total para impedir que se casara con una cristiana.

Raúl  no podía entenderlo, ellos  le habían inculcado ideas de avanzada, los tíos comba-tieron en los destacamentos guerrilleros de Chapaiev, y reconocían en ese inculto jefe más méritos que en cualquier general.

Su vieja se tiraba al suelo y mesaba los cabellos –Oy oy weis mir! Me moiro! Y el padre, que durante la segunda guerra mundial, donaba la confección de sacones para la nieve a los combatientes soviéticos, no lo miraba más a la cara.

Una parienta judía ortodoxa lo abordó para increparlo. Le tironeaban del ánimo, pero no consiguieron que perdiera su calma, su amor se fortalecía con la borrasca. No deseaba romper su vínculo con ellos, debía encontrar alguna forma de tranquilizarlos.

 En 1961 cuando recibió el título de Ingeniero Mecánico en la UTN, comenzó los     contactos para viajar a Cuba a colaborar con la Revolución, junto a su amor, lejos de los prejuicios familiares. 

Como sus compañeros de militancia no mantenían contacto con el Movimiento 26 de Julio, recurrió a los socialistas de Coral.          

Debían viajar a Montevideo. El Uruguay  mantenía relaciones con Cuba y de allí partía  la Cubana de Aviación.

 Beatriz en un extremo del vapor de la carrera se despidió de su madre, Raúl en el  

 otro de su padre, que esperaba verlo regresar al poco tiempo tras el cruce turístico del charco.

En Montevideo, abordaron el avión con  unos sesenta especialistas, entre ellos varios médicos, que como él iban a trabajar por sus ideales.

 

     Otra experiencia de vida.

Lo designaron, cargo tan extendido como sus obligaciones,”Jefe del Departamento      Técnico Productivo de Empresas Consolidadas de Conformación Mecánica”.

Eran 32 talleres pequeños y medianos, con tecnología y equipamiento envejecidos,    diseminados por toda la isla, que él debía recorrer enfrentando las dificultades que se presentaban a cada momento. Parte del personal superior había emigrado, o tenía entreojos a la Revolución, lo que por un lado provocaba complicaciones y por el otro resultaba favorable, ya que la corrupción, propia del régimen de Batista, estaba muy arraigada entre ellos. Se olvidó de los horarios, le facilitaron un Ford 57, uno de los tantos autos que las empresas y allegados al sargento mafioso habían abandonado en su huida. Cuando la larga jornada  y la falta de descanso, lo hacía necesario, hasta podía disponer de un chofer.

Fabricaban alambre trefilado, electrodos, cierres relámpagos, tornillos, tuercas, baldes, tinas, carretillas, tambores, bolas y repuestos forjados para molienda en los trapiches, equipos  de inyección plástica, camillas ortopédicas, equipamiento de ambulancias.  Además reparaban las maquinarias de otras industrias.

 Fidel que vivía a unas cuadras del taller de las camillas hospitalarias, pasaba caminan-do. Los operarios se le quejaron porque el galpón les resultaba chico.

-¿Y el terreno baldío contiguo?

-Es propiedad de un español, quien no nos permite usarlo.

Fidel se mesó la barba.

-Los únicos propietarios de estos terrenos, chico, llevaban plumitas y murieron hace siglos.  La alambrada del terreno baldío desapareció como por arte de magia, o de reflexión.

 Durante los primeros días la pareja se alojó en el Habana Libre (ex Hilton) allí  concibieron a su primer hijo, luego les proporcionaron  una casita de cuatro ambientes en Siboney, a una distancia de la Habana como la de Adrogué y Buenos Aires. 

La comisión solidaria de residentes argentinos  integrada por el Ché, Jhon W. Cooke, Raúl y otro compañero, se reunía una vez por semana.

Incorporada la gran masa del pueblo a la atención de la salud, el aumento de la demanda  y la emigración de una parte de  los profesionales cubanos, provocó una gran escasez de especialistas en medicina, paliada en parte, por la colaboración de médicos de todo el mundo.

Beatriz que durante su noviciado se  había dedicado al cuidado de niños y enfermos, aprovechó la oportunidad para seguir un curso de enfermería accidentológica, que incluía la atención de los heridos durante la guerra.

En 1962 tuvieron la felicidad de recibir al primer hijo.

Como la mayoría de los cubanos Raúl se había acostumbrado a fumar habanos. Ese vicio, y el exceso de trabajo le provocó una congestión pulmonar de la que le costó mejorar, los medicamentos eran escasos, y los especialistas en enfermedades respiratorias hablaban otros idiomas, primero un checo y luego un ruso, que fue quien acertó a sacarlo del trance. 

Al año siguiente contrajo una hepatitis que lo postró durante meses, no disponían

de los remedios adecuados. Iba de mal en peor, hasta que con un tratamiento

a base  de jugo de frutas, naranja, mamey, melón de Castilla, la enfermedad   

comenzó a ceder.

Durante su convalecencia, el médico le recomendó viajar a la Argentina donde  podría reponerse más rápido. Les facilitaron  pasajes de ida con la vuelta abierta para que retornara  repuesto. Ese era su propósito, habían vivido una experiencia inolvidable y  querían seguir colaborando en la construcción de un orden social más justo.

 

El apego a los afectos.

En Buenos Aires encontraron a la madre de Beatriz casada con un siriolibanés, partida-rio del tercer mundo, hicieron buenas migas.

La familia de Raúl, en especial la madre chocha con el nieto, se olvidó de los Oy! Oy!

Todo ello incidió en que fueran postergando el regreso a la isla, pese a que extrañaba su militancia, reducida por la desconfianza de sus compañeros hacia quienes habían mediado en el viaje..

Con sus ahorros alcanzó a pagar la parte de contado de una casa en Ciudadela, cercana a la General Paz y Gaona. En el Registro Civil de la zona inscribieron a su hijo, en el 65 llegó el segundo, y en el 66 una hija. A los varones, por acuerdo entre un padre ateo y una madre creyente pero no religiosa, les dejaron intacto el apenas.

Su sentido práctico lo llevó a emplearse en una fabricaba de herramientas de corte, mechas, machos, brochas, para la industria automovilística, Ford, Gral. Motors, Chrysler, Auto Unión. Los conocimientos adquiridos le resultarían útiles, en Estados Unidos se estudiaban como especialidad: Tools Engeniery, pero aquí no, por lo que los expertos eran muy requeridos.

Transcurridos un par de años, la marca lider en máquinas de coser, necesitada de un ingeniero herramientista, le ofreció mejores condiciones. Cuando esa empresa se trasladó a Brasil, su competencia italiana no perdió la oportunidad y tomó al ingeniero herramientista.  Entre una y otra transcurrieron otro par de años, durante los cuales las máquinas de coser familiares caían en desuso.  Los profesionales sufrían los vaivenes de la Industria Nacional, pero  Raúl,  tenía para elegir.

Prefirió una fábrica mediana donde además de la matricería y el maquinado, podía dirigir una producción nacional de armas de mano,  revólveres, escopetas, carabinas, matagatos.

En 1969 asaltaron la fábrica y se llevaron diversas armas, intervino Coordinación Federal y el Ingeniero debió aclararles que se habían llevado armas incompletas, en proceso de fabricación, con las que no podrían hacer fuego. Verificaron los registros y encontraron todo en orden. Raúl, que no había cometido ningún delito, no se puso nervioso. ¿Hubieran aceptado sus explicaciones siete años después?

 Con el patrón, un viejo tornero, se llevaba bien, pero en 1972  renunció por diferencia de criterios con el jefe de administración.

Los principales fabricantes de  trépanos  y elementos para pozos de exploración petrolífera, requerían un  ingeniero herramientista. Transcurridos cinco años, cuando se trasladaron a Río Negro, no quiso mudarse y cambió de empresa dentro del mismo ramo. 

Por fin, recaló en  Bernal donde producían repuestos de parrillas y otros elementos de la suspensión para diversos modelos de automóviles. La venta de esa producción se veía afectada por el robo y desguase de autos para repuestos, según la represión o el arreglo de esos “empresarios” ilegales con la policía. Gran negocio del hampa que se rige por las leyes del mercado, los “levantadores”, que arriesgan el cuero, reciben “chauchas” y los capos se quedan con el “toco”. Con el auge de los arreglos mafiosos, la producción se reducía, despedían obreros y otras yerbas. Aguantó hasta jubilarse, a la vejez viruela, le tiraba la estabilidad, los dueños antiguos operarios de Siam lo trataban bien, y  no tenía ánimo para volver a enfrentar el régimen de una gran empresa.

Beatriz se ocupó de la casa y de los hijos, uno biólogo, con varias campañas en la Antártida, radicado en Esquel, el otro que después de recibirse de agrotécnico había estudiado  psicología,  como docente de la Universidad Nacional de Córdoba, desarro-llaba aplicaciones de los títeres y el teatro a la pedagogía, la hija maestra de alma eligió ejercer en el Sur, donde se sentía más necesaria.

Beatriz atendía enfermos delicados a domicilio, aportando un ingreso   que venía bien.

Lo jubilaron con mil y pico de pesos, que no alcanzaban ni en Ciudadela, ni en ninguna parte.  Con ánimo para seguir tirando,  se vinculó a otra empresa de Borghetti, que fabricaba yates de fibra de vidrio y resina. Raúl aportó ideas en rotomoldeo, para  la construcción de tanques, baños químicos y algunos interiores de los yates. A los setenta comenzó a sentir el desgaste y dijo basta, tenían seis nietos para entretenerse.

Se ajustó el cinturón y tramitó la reconsideración de su exigua jubilación, había conseguido a fuerza de austeridad, que los hijos estudiaran y eso le parecía más importante que andar en auto, o disponer de otras comodidades.

Se mantenía inquieto, contemplando nuevas realidades, ayudándose con un bastón para caminar, mascullando ideas, recordando el pasado. Tal vez si hubiera vuelto a Cuba… donde se había sentido en su salsa. Renegaba de sus viejos compañeros de militancia, burócratas, personalistas encubiertos, que lo habían segregado.

Los tiempos de la fraternidad se retrasaban, pero no abandonaba sus convicciones ni perdía la esperanza. Y algún domingo, para despuntar el vicio, iba a la cancha de Vélez, el Atlanta de su juventud le quedaba lejos y encima jugaba en la B…en fin.

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