HISTORIA DE MIGRANTES
A orillas del Maldonado
Sus
padres llegaron a la
Argentina por mil nueve veintitantos, desde la aldea lituana,
cercana a Vilno, vaya a saber cual era la distancia, pero iluminarse con las luces de esa gran ciudad
intelectual constituía motivo de orgullo, aún para los que apenas sabían leer.
Emigraron
cansados de los continuos cambios de mano de su tierra, que a veces era rusa,
otras polaca, algunas alemana y la menor parte de las veces lituana; y cada
dominación les imponía nuevas discriminaciones.
En
una de ellas, intercambio de bienes mediante,
funcionarios venales consintieron en trocar sus apellidos judíos por
otros alemanes. El joven matrimonio se transformó en Joseph y Clara Ringue, a
nuevo apellido nuevos nombres, lo que facilitó los trámites de inmigración en
nuestro país, amén del relativo liberalismo que caracterizó a los gobiernos de
Yrigoyen y Alvear.
Joseph
era sastre, una de los oficios que les permitían ejercer en Europa. Con la
ayuda de paisanos, instaló un taller de costura a fason (le proveían las telas
y le pagaban la confección). Comenzó solo, luego empleó a un par de costureras,
en la misma casita alquilada donde vivían, entre la Chacarita y las vías del
ferrocarril San Martín, a dos cuadras del arroyo Maldonado, zona que cuando
llovía fuerte se inundaba.
En
la barriada convivían inmigrantes de distintas nacionalidades, judíos por la
cercanía con el Villa Crespo “idisch”,
italianos musolinos, como se llamaba a los barrenderos, propietarios de
carbonerías, talleres de reparación metalúrgica, también de autos; españoles
panaderos, almaceneros, mozos de bar y restaurante, vascos lecheros, en fin una
babel de gente humilde que logró transformar en barriada obrera el antiguo
refugio de cabarutes y quecos del siglo XIX.
Por
1931 tuvieron el primer hijo a quien quisieron llamar Saúl, en recuerdo de
familiares fallecidos, pero que terminaron llamando Raúl, cambio apenas, como
el que suponía la tradicional circuncisión del varón, aún para los apenas
religiosos.
Abordemos
el objeto de nuestro relato, la historia de un trabajador argentino.
El
muchacho manifestaba más capacidad para las tareas manuales y prácticas que
para las contemplativas, como comprobaron cuando destrozó el violín, utilizado
como poste improvisado por los
chiquilines para jugar al fútbol. Los
padres abandonaron el sueño de un Yehudi Menuhim, o de un Mischa Elman, que los
elevara desde la pobreza hasta los reyes y los príncipes. Pero deseosos de que tuviera la instrucción
que a ellos se les había negado, lo mandaron a la escuela Industrial, que cursó
sin dificultades hasta recibirse de Técnico Mecánico.
En
la escuela, se vinculó al centro estudiantil, con los que soñaban en instaurar
un orden social más justo, valorado como una realidad próxima.
Durante
las vacaciones de verano trabajaba de
aprendiz mecánico, los dueños de los talleres se contrariaban cuando se iba al
reiniciar las clases, pese a lo cual volvían a tomarlo al año siguiente porque
era útil.
El
resto del año, mientras estudiaba, planchaba las prendas terminadas en el
taller de su casa, y su padre que se preciaba de hombre igualitario, las
retribuía con una moneda por prenda. Durante varias horas por día con la
plancha a carbón de siete kilos y el apresto acuoso de composición dudosa, un
pan de jabón amarillo disuelto en cinco litros de agua, se procuraba lo
necesario para sus viajes, contribuir a los gastos de militancia, ir a la cancha, o tomar un café
con un amigo.
Como
reafirmación de su sentido independiente, a principio de 1951, decidió buscar
trabajo y estudiar Ingeniería mecánica en la Plata.
No pidió postergación de la conscripción militar, a la
que estaban obligados todos los varones de 20 años, confiado en que la suerte
lo favorecería en el sorteo y sacaría número bajo, eran tres cifras y los que sacaban hasta trescientos quedaban
exceptuados, además de los niños bien o los acomodados. Sacó el 979. ¡Dos años
en la marina!
Antes
de incorporarse en 1952, consiguió aprobar Geometría, una de las materias de
primer año.
Se
presentó a la revisión médica y lo destinaron a Tierra del Fuego.
¿Habrían
influido en el destino al lejano Sur, el par de detenciones que sufriera en 1948 por concurrir a un acto en recuerdo del
7 de Noviembre (Revolución Rusa) y en 1950 por pintar consignas en las paredes?
Colimba destemplada
Los
obligaron a tomar el tren en movimiento con destino a Río Santiago y se golpeó al subir. Tras una somera curación
lo despacharon a Puerto Belgrano y de allí a Ushuaia en un barco transporte de tropas. Llegó con
fiebre y una herida purulenta. Internado en el pabellón de infecciosos del
hospital naval, como podía desplazarse rengueando, el estudiante de mecánica
aplicaba inyecciones a los pacientes de la sala.
Durante
la colimba, donde se realizan tantas cosas vanas, también consiguió ser útil.
El
gas
no llegaba a Tierra del Fuego, los cuarteles y las viviendas familiares
de
suboficiales y oficiales se
calefaccionaban con madera de lenga. En los tupidos bosques que rodeaban
al
lago Fagnano talaban y trozaban los rollizos, luego en el mismo camión
se encargaban
de repartirlos. Los rollizos medían alrededor de treinta centímetros,
pero el
diámetro era diverso, lo que les permitía hacer justicia, o tomarse
venganza. A
un zumbo que lo tenía a mal traer por su ascendencia judía, le
entregaba la cantidad asignada, pero de los rollizos más finitos.
-Que
hago hasta la semana que viene, no tengo ni para dos días?! –protestaba el
zumbo- Hacía un frío de cagarse.
Por
el lago Fagnano, residían algunos mestizos, descendientes de onas, que
mantenían relaciones con la superioridad, los educaban en el sentimiento de
nacionalidad. A cambio de ropa de abrigo proveniente del equipamiento les
aceptaban pisco chileno.
La
Municipalidad de Río Grande pidió conscriptos para la
construcción de un barrio popular, Tierra del Fuego era una gobernación
militar, y el mecánico se reencontró con el tablero de dibujo.
A los conscriptos constructores les permitieron brindar
algunos espectáculos, recitales de guitarra y canto, malambo zapateado, tenían
éxito y trascendieron los actos patrióticos.
Un par de aficionados al teatro organizaron
representaciones de sainetes. Raúl se ocupó de la realización escenográfica
y como lo sabían duro, lo designaron tesorero encargado de cuidar los fondos.
La novedad, atrajo a la gente del pueblo. A un peso la
entrada recaudaron más de tres-cientos
pesos. Era mucha guita, un vermouth con platitos costaba sesenta guitas.
Para
la periódica visita de inspección, las instalaciones militares debían
presentarse impecables. Ufa! De nuevo abandonar los uniformes de fajina, para
ponerse los de gala, con toda la joda de las hebillas, los borceguíes lustrados
y demás formalismos. Cuando falleció Evita, meta misas, organizadas por los
capos que la odiaban, mientras ellos se jodían repasando las galas de verano en
pleno invierno.
En
esta ocasión la tesorería del regimiento estaba exhausta, a un alma buena se le
ocurrió decomisar la pintura destinada a los decorados sufragada con parte de
los ingresos, pero ¡minga se la iban a
dar!
La
recaudación teatral, como la miel a las moscas, también atrajo a las señoras de
la beneficencia, pero nuestro tesorero era una fiera, no les largó ni un mango,
fueron destinados para brindar pequeños gustos a los conscriptos y suavizar la dureza del destino.
Debían
aislarlo -¿Así que dibujás?- Ya te vamos a sacar jugo...
Un
oficial descendiente de junkers prusianos, a cargo de un emprendimiento
“ecológico”, lo puso a diseñar jaulas
para atrapar castores.
Las
costumbres de las liebres patagónicas provocaban accidentes. Parte del transporte
y las comunicaciones se realizaba a caballo, que se mancaban en las madrigueras.
Cuando
un matrimonio europeo importó un casal
de castores, para rememorar a su tierra lejana, tan parecida a esta, se
adaptaron bien.
A
alguien se le ocurrió que los castores podrían competir por el habitat natural
con las liebres, lo que se traduciría en
menos madrigueras y equinos mancados.
Pero los castores, sin enemigos naturales, se transformaron en una plaga más
dañina que las mismas liebres, a las que,
por lo menos, diezmaban los zorros fueguinos.
Los
castores derribaban árboles jóvenes, atacaban la corteza hasta secarlos, se
alimentaban de las raíces, con los árboles caídos construían endicamientos que
desviaban el agua de los arroyos y provocaba la inundación de zonas bajas.
El
teniente “junker” estaba abocada a encontrar un enemigo de los castores, para
arraigarlo en la zona , mientras tanto instalaba trampas.
El
mecánico dibujante, en la oficina había tenido la ocasión de darle un vistazo a
la muy elemental carpeta de proyectos
del teniente, algunos artículos de diarios y revistas, ilustraciones del
“Billiken”...
-Mi
teniente, con su permiso. Cuando los
enemigos de los castores que importen se reproduzcan, que van a traer
¿Leones?
Se
fue de boca. Cinco días preso a pan y agua.
Tantas
veces lo habían perseguido con saña por su origen y se había contenido. Por
insubordinación los condenaban a prisión
durante varios años en el penal militar de la Isla de los Estados.
Se
había salvado, cinco días pasan más rápido que dos años.
A
los 23 meses de la incorporación, en 1954, lo desembarcaron en Dársena A y le
dieron la baja.
¿Con
sus antecedentes y esa conducta, que le hubiera pasado en la conscripción 25 años después?
La
cuesta arriba.
Volvió
a La Plata y
adhirió a la huelga decretada por la
FULP en solidaridad con los estudiantes de medicina. Lo encarcelaron durante siete meses en la Alcaidía de
Contraventores.
El
16 de Junio de 1955, coincidiendo con el bombardeo a Plaza Mayo, lo dejaron
salir.
Durante
la prisión habían concurrido varios dirigentes políticos opositores, vinculados
a algunos de los detenidos. Esos
“dotores” le parecieron taimados, conspiraban en connivencia con los militares
para voltear a Perón, las reivindicaciones estudiantiles les importaban un
bledo.
Sorpresa
mayúscula: No era más estudiante. En la facultad no figuraba en ningún lado.
¡Cómo! Si había aprobado Geometría antes de incorporarse a la milicia.
Probó
inscribirse en la UBA
pero no lo admitieron. En el único lugar
donde encontró vacante fue en una escuela terciaria de minería, y allí estudió
un año.
En 1956 lo aceptaron en la Universidad Tecnológica
Nacional, que desde ese año había dejado
de llamarse Universidad Obrera y fue elegido Concejero al gobierno de la Universidad por el
voto de los estudiantes.
A
la vez desde 1955 trabajaba 8 horas diarias, proyectaba instalaciones de acero
inoxidable, torres de destilación, de enfriamiento, pailas. En 1956 consiguió
un empleo mejor remunerado y proyectó ventiladores de mesa, menaje para cocina
en aluminio laminado y los chasis para los primeros televisores que se armaban
en el país marca “Duncan”.
En 1957 lo fue a buscar su compañero del
barrio y de la secundaria, Borghetti, su padre era el dueño del taller
metalúrgico donde había trabajado durante las vacaciones, convertido en una
fábrica de asientos para vehículos, primero motonetas y motos, luego para
autos. Además del sueldo multiplicado, lo atrajo la dirección de todo el
proceso metal metálico, ya no se trataba solo de proyectar y supervisar la
matricería.
En
esa fábrica instalada en Villa Martelli sus tareas lo absorvían cada vez más
10, 12 hasta 14 horas por día. Le resultaba imposible seguir estudiando.
Después
de tres años le confió al amigo que era entonces o nunca, para recibirse necesitaba encontrar un trabajo con menos
responsabilidad y remuneración, podía darse ese lujo porque tenía unos pesos
ahorrados.
Recaló como encargado de la matricería en una
fabrica de ficheros metálicos y fichas perforadas para contabilidad mecanizada,
allí operando un balancín, encontró a la muchacha de 21 años que se convertiría
en el amor de su vida.
BEATRIZ
Cuando arribaron desde Rosario Tala ( Entre Ríos) la
madre con 14 hijos, se conchabó como cocinera en el Ejercito de Salvación,
donde le facilitaban alojamiento provisorio mientras colocaba a sus hijos como
internos en escuelas religiosas. Tenía el sueño de que alguno siguiera
estudiando y llegara a cura.
La Señora. era laboriosa y
muy buena cocinera, por lo que la recomendaron para que, además de cocinar
allí, también lo hiciera para un artista plástico, y a través de él, consiguió una
entrevista con Eva Perón en la Fundación.
Recibieron
una casita de tres ambientes en un barrio recién construido por Caseros,
totalmente equipada, camas, colchones, ropa blanca, vajilla y hasta una máquina
de coser. Y por el resto de sus vidas al que les hablara mal de Evita lo
sacaban vendiendo almanaques.
Así
pudo reunir esa madre a parte de su cría, a los que estaban en condiciones de
trabajar. Los menores, entre ellos Beatriz, seguían pupilos en escuelas
religiosas.
Beatriz,
cursó el primario, el secundario y el noviciado. La destinaron a un convento de Mendoza, lejos
de su familia. Justamente a ella que era muy mamera, o quizá por eso.
Se
encargó de la atención de un curso de jardín de infantes y lo hizo tratando de
retribuir el cariño con el que algunas monjas la habían tratado, fue la
preferida de los chicos.
Además
la más presentable, se ocupaba de las compras en la feria y los feriantes por
el mismo dinero le despachaban más y mejores provisiones, con el debido
respeto, no era ocasión de desestimar el ahorro para la congregación.
Comenzaron
los celos y rivalidades con otras novicias. La Superiora dispuso que
fuera trasladada, a un convento en el norte de Chile, cuando superara una
afección a las rodillas, rezaban arrodilladas con fervor durante muchas horas.
El médico encontró una solución terapéutica para las dos partes, para
ella, a la que afligía la mayor
distancia de los suyos, volver a su casa, y para el modelo de sumisión
incondicional, alejar el peligro de la individualidad. Pero le negaron los
certificados por los estudios que había cursado, y con ello la posibilidad de
acceder a la enseñanza terciaria o Universitaria. Previa renuncia al noviciado,
aún no se había confirmado, se le apareció de sopetón a la madre en Buenos
Aires.
La
atención de un balancín que perforaba fichas fue su primera ocupación, la
segunda un joven lobo ávido de avecillas tiernas, que no le era indiferente
Los
conflictos cambiaron de carácter, la madre de Beatriz aceptaba a un muchacho
que prometía, futuro ingeniero, aunque
él no fuese creyente . Pero la familia de Raúl se lanzó a una guerra
total para impedir que se casara con una cristiana.
Raúl
no podía entenderlo, ellos le habían inculcado ideas de avanzada, los tíos
comba-tieron en los destacamentos guerrilleros de Chapaiev, y reconocían en ese
inculto jefe más méritos que en cualquier general.
Su
vieja se tiraba al suelo y mesaba los cabellos –Oy oy weis mir! Me moiro! Y el
padre, que durante la segunda guerra mundial, donaba la confección de sacones
para la nieve a los combatientes soviéticos, no lo miraba más a la cara.
Una
parienta judía ortodoxa lo abordó para increparlo. Le tironeaban del ánimo,
pero no consiguieron que perdiera su calma, su amor se fortalecía con la
borrasca. No deseaba romper su vínculo con ellos, debía encontrar alguna forma
de tranquilizarlos.
En 1961 cuando recibió el título de Ingeniero
Mecánico en la UTN,
comenzó los contactos para viajar a
Cuba a colaborar con la
Revolución, junto a su amor, lejos de los prejuicios
familiares.
Como
sus compañeros de militancia no mantenían contacto con el Movimiento 26 de
Julio, recurrió a los socialistas de Coral.
Debían
viajar a Montevideo. El Uruguay mantenía
relaciones con Cuba y de allí partía la Cubana de Aviación.
Beatriz en un extremo del vapor de la carrera
se despidió de su madre, Raúl en el
otro de su padre, que esperaba verlo regresar
al poco tiempo tras el cruce turístico del charco.
En
Montevideo, abordaron el avión con unos
sesenta especialistas, entre ellos varios médicos, que como él iban a trabajar
por sus ideales.
Otra experiencia de vida.
Lo designaron, cargo tan extendido como sus obligaciones,”Jefe
del Departamento Técnico Productivo
de Empresas Consolidadas de Conformación Mecánica”.
Eran
32 talleres pequeños y medianos, con tecnología y equipamiento
envejecidos, diseminados por toda la
isla, que él debía recorrer enfrentando las dificultades que se presentaban a
cada momento. Parte del personal superior había emigrado, o tenía entreojos a la Revolución, lo que por
un lado provocaba complicaciones y por el otro resultaba favorable, ya que la
corrupción, propia del régimen de Batista, estaba muy arraigada entre ellos. Se
olvidó de los horarios, le facilitaron un Ford 57, uno de los tantos autos que
las empresas y allegados al sargento mafioso habían abandonado en su huida.
Cuando la larga jornada y la falta de
descanso, lo hacía necesario, hasta podía disponer de un chofer.
Fabricaban
alambre trefilado, electrodos, cierres relámpagos, tornillos, tuercas, baldes,
tinas, carretillas, tambores, bolas y repuestos forjados para molienda en los
trapiches, equipos de inyección
plástica, camillas ortopédicas, equipamiento de ambulancias. Además reparaban las maquinarias de otras
industrias.
Fidel que vivía a unas cuadras del taller de
las camillas hospitalarias, pasaba caminan-do. Los operarios se le quejaron
porque el galpón les resultaba chico.
-¿Y
el terreno baldío contiguo?
-Es
propiedad de un español, quien no nos permite usarlo.
Fidel
se mesó la barba.
-Los
únicos propietarios de estos terrenos, chico, llevaban plumitas y murieron hace
siglos. La alambrada del terreno baldío
desapareció como por arte de magia, o de reflexión.
Durante los primeros
días la pareja se alojó en el Habana Libre (ex Hilton) allí concibieron a su primer hijo, luego les
proporcionaron una casita de cuatro
ambientes en Siboney, a una distancia de la Habana como la de Adrogué y Buenos Aires.
La
comisión solidaria de residentes argentinos integrada por el Ché, Jhon W. Cooke, Raúl y
otro compañero, se reunía una vez por semana.
Incorporada
la gran masa del pueblo a la atención de la salud, el aumento de la
demanda y la emigración de una parte
de los profesionales cubanos, provocó
una gran escasez de especialistas en medicina, paliada en parte, por la
colaboración de médicos de todo el mundo.
Beatriz
que durante su noviciado se había
dedicado al cuidado de niños y enfermos, aprovechó la oportunidad para seguir
un curso de enfermería accidentológica, que incluía la atención de los heridos
durante la guerra.
En
1962 tuvieron la felicidad de recibir al primer hijo.
Como
la mayoría de los cubanos Raúl se había acostumbrado a fumar habanos. Ese
vicio, y el exceso de trabajo le provocó una congestión pulmonar de la que le
costó mejorar, los medicamentos eran escasos, y los especialistas en
enfermedades respiratorias hablaban otros idiomas, primero un checo y luego un
ruso, que fue quien acertó a sacarlo del trance.
Al
año siguiente contrajo una hepatitis que lo postró durante meses, no disponían
de
los remedios adecuados. Iba de mal en peor, hasta que con un tratamiento
a
base de jugo de frutas, naranja, mamey,
melón de Castilla, la enfermedad
comenzó
a ceder.
Durante
su convalecencia, el médico le recomendó viajar a la Argentina donde podría reponerse más rápido. Les
facilitaron pasajes de ida con la vuelta
abierta para que retornara repuesto. Ese
era su propósito, habían vivido una experiencia inolvidable y querían seguir colaborando en la construcción
de un orden social más justo.
El apego a los afectos.
En
Buenos Aires encontraron a la madre de Beatriz casada con un siriolibanés,
partida-rio del tercer mundo, hicieron buenas migas.
La
familia de Raúl, en especial la madre chocha con el nieto, se olvidó de los Oy!
Oy!
Todo
ello incidió en que fueran postergando el regreso a la isla, pese a que
extrañaba su militancia, reducida por la desconfianza de sus compañeros hacia
quienes habían mediado en el viaje..
Con
sus ahorros alcanzó a pagar la parte de contado de una casa en Ciudadela,
cercana a la General Paz
y Gaona. En el Registro Civil de la zona inscribieron a su hijo, en el 65 llegó
el segundo, y en el 66 una hija. A los varones, por acuerdo entre un padre ateo
y una madre creyente pero no religiosa, les dejaron intacto el apenas.
Su
sentido práctico lo llevó a emplearse en una fabricaba de herramientas de
corte, mechas, machos, brochas, para la industria automovilística, Ford, Gral.
Motors, Chrysler, Auto Unión. Los conocimientos adquiridos le resultarían
útiles, en Estados Unidos se estudiaban como especialidad: Tools Engeniery,
pero aquí no, por lo que los expertos eran muy requeridos.
Transcurridos
un par de años, la marca lider en máquinas de coser, necesitada de un ingeniero
herramientista, le ofreció mejores condiciones. Cuando esa empresa se trasladó
a Brasil, su competencia italiana no perdió la oportunidad y tomó al ingeniero
herramientista. Entre una y otra transcurrieron
otro par de años, durante los cuales las máquinas de coser familiares caían en
desuso. Los profesionales sufrían los
vaivenes de la
Industria Nacional, pero
Raúl, tenía para elegir.
Prefirió
una fábrica mediana donde además de la matricería y el maquinado, podía dirigir
una producción nacional de armas de mano,
revólveres, escopetas, carabinas, matagatos.
En
1969 asaltaron la fábrica y se llevaron diversas armas, intervino Coordinación
Federal y el Ingeniero debió aclararles que se habían llevado armas
incompletas, en proceso de fabricación, con las que no podrían hacer fuego.
Verificaron los registros y encontraron todo en orden. Raúl, que no había
cometido ningún delito, no se puso nervioso. ¿Hubieran aceptado sus
explicaciones siete años después?
Con el patrón, un viejo tornero, se llevaba
bien, pero en 1972 renunció por
diferencia de criterios con el jefe de administración.
Los
principales fabricantes de trépanos y elementos para pozos de exploración
petrolífera, requerían un ingeniero
herramientista. Transcurridos cinco años, cuando se trasladaron a Río Negro, no
quiso mudarse y cambió de empresa dentro del mismo ramo.
Por
fin, recaló en Bernal donde producían
repuestos de parrillas y otros elementos de la suspensión para diversos modelos
de automóviles. La venta de esa producción se veía afectada por el robo y
desguase de autos para repuestos, según la represión o el arreglo de esos
“empresarios” ilegales con la policía. Gran negocio del hampa que se rige por
las leyes del mercado, los “levantadores”, que arriesgan el cuero, reciben
“chauchas” y los capos se quedan con el “toco”. Con el auge de los arreglos
mafiosos, la producción se reducía, despedían obreros y otras yerbas. Aguantó
hasta jubilarse, a la vejez viruela, le tiraba la estabilidad, los dueños
antiguos operarios de Siam lo trataban bien, y
no tenía ánimo para volver a enfrentar el régimen de una gran empresa.
Beatriz se ocupó de la casa y de los hijos,
uno biólogo, con varias campañas en la Antártida, radicado en Esquel, el otro que
después de recibirse de agrotécnico había estudiado psicología,
como docente de la Universidad Nacional de Córdoba, desarro-llaba
aplicaciones de los títeres y el teatro a la pedagogía, la hija maestra de alma
eligió ejercer en el Sur, donde se sentía más necesaria.
Beatriz
atendía enfermos delicados a domicilio, aportando un ingreso que
venía bien.
Lo
jubilaron con mil y pico de pesos, que no alcanzaban ni en Ciudadela, ni en
ninguna parte. Con ánimo para seguir
tirando, se vinculó a otra empresa de
Borghetti, que fabricaba yates de fibra de vidrio y resina. Raúl aportó ideas
en rotomoldeo, para la construcción de
tanques, baños químicos y algunos interiores de los yates. A los setenta
comenzó a sentir el desgaste y dijo basta, tenían seis nietos para
entretenerse.
Se
ajustó el cinturón y tramitó la reconsideración de su exigua jubilación, había
conseguido a fuerza de austeridad, que los hijos estudiaran y eso le parecía
más importante que andar en auto, o disponer de otras comodidades.
Se
mantenía inquieto, contemplando nuevas realidades, ayudándose con un bastón
para caminar, mascullando ideas, recordando el pasado. Tal vez si hubiera
vuelto a Cuba… donde se había sentido en su salsa. Renegaba de sus viejos compañeros
de militancia, burócratas, personalistas encubiertos, que lo habían segregado.
Los
tiempos de la fraternidad se retrasaban, pero no abandonaba sus convicciones ni
perdía la esperanza. Y algún domingo, para despuntar el vicio, iba a la cancha
de Vélez, el Atlanta de su juventud le quedaba lejos y encima jugaba en la B…en fin.
EdicionesAguaClara-
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