Generando cambio

Generando cambio

Coronel Pringles (Buenos Aires) PDF Imprimir Correo
Escrito por Fabio Rojas   
Miércoles, 13 de Noviembre de 2013 22:49

Archivo Histórico Municipal – Aldo Pirola -El baúl de la Historia

Las calles de Pringles: Calle 19. Coronel Manuel A. Pueyrredón – 2ª parte
En el artículo anterior, se inicia la reseña de la tercera expedición realizada por el gobernador Martín Rodríguez, primera en tomar contacto con nuestro actual partido. El relato se conoce por las Memorias escritas por el Coronel Manuel Alejandro Pueyrredón, edecán de Rodríguez, y cuyo nombre lleva la calle 19 de nuestra ciudad.
Luis De Paola transcribe lo que se conoce en nuestra historia como el Combate de Pillahuincó. Al acercarse a las sierras, los expedicionarios ven en los cerros a grupos de indios que se asomaban para observar al ejército. Cuando se encontraban en un llano, aparecieron en formación unos tres mil indios. Martín Rodríguez avanzó acompañado solamente de la escolta dispuesto a observar los movimientos de los indígenas e hizo alto. Los indios permanecían inmóviles. Sobre los cerros, como vigías esperaban. Como una fuerza que brotara de la naturaleza, crecían los indios en las faldas de las montañas. Iban descendiendo lentamente, algunos.
El Gobernador y la escolta echaron pie a tierra esperando al ejército que empleó una hora en llegar. A pesar de las manifestaciones que le hacía su edecán, creía que los indios no pelearían hasta no tener un número de cinco a seis mil guerreros.
¿Estás pensando –le decía a Pueyrredón- que estos son los Araucanos?
No señor –le contestó- bien se ve que no tienen nada de común con los araucanos, pero si no pelean hoy, no pelearán nunca. Yo conozco esta guerra. Y yo también, contestó el General Rodríguez. Veremos quien se equivoca agregó.
Apenas el ejército llegó al lugar donde se encontraba la escolta la línea enemiga se movió con el ímpetu característico de sus famosos combates, dando la impresión que cual un alud arrastraría todo a su paso.
En ese instante, el Gobernador gritó a su edecán: ¡Ven a mudar caballos”, pero junto con los indios un terrible viento que más parecía un huracán sopló sobre el campo y a pesar de todos los esfuerzos que hacían no podían conseguir a los caballos pues al bramido del viento se agregaba la confusión y el bullicio.
Viendo la imposibilidad de mudar caballos, gritó Pueyrredón: “Síganme los que están montados”. Ya había conseguido agarrar a su caballo y pudo salir “perdiendo pellones y sobrecinchas” que se los voló el viento, además de un estribo que se le cortó al montar.
Cuando llegaron, los indios habían rechazado a los milicianos en número de cuatrocientos y a la escolta del General Rondeau, pero estos apoyados por el batallón de Cazadores se sostenían al frente del cuadro, entreverados con los bárbaros.
La escolta entró en el combate y a los primeros lances un indio volteó con caballo y todo a uno de los hermanos Valenzuela, que cayó apretándose a una pierna. Otro indio viéndolo caído vino a clavarlo en el suelo en el preciso instante que aparecía el otro hermano, quien usaba lanza porque era manco, y no podía manejar la carabina. Le clavó al infiel la lanza en la nuca, “sacándolo del caballo como si fuera un pajarito”.
Entonces, el primero de los Valenzuela nombrados, pudo levantarse pistola en mano amagando a cada indio que lo quisiese atacar –que eran muchos.
En tal estado, cargaron los Colorados de las Conchas al mismo tiempo que los Húsares y los indios huyeron dejando los cadáveres en el campo.
Fue en estos días que murió el cacique Quiñihual, “un indio fuerte y tozudo que no quiso abandonar su lugar ante el embate cristiano”, en palabras de Arturo Carrera.
La expedición sigue avanzando hasta la costa del Sauce Grande. Finalmente se decide no establecer la población proyectada –que se concretaría en 1828, cuando se fundó Bahía Blanca.
En las proximidades del Napostá, el hambre ya cercaba a hombres y mujeres. Los salvó el coronel Pueyrredón que tomó a los indios de Pillahuincó un botín de doce mil ovejas y algunos vacunos.  Al respecto el historiador Enrique Ferracutti, dice: “…al llegar el arreo tomado a los indios lo recibieron con ruidosa alegría y hombres y mujeres disputaban con pequeños lazos para tomar una oveja o un cordero.  Como el desorden se generalizó el gobernador debió aplacarlo apelando al látigo, secundado por los soldados, que con palos trataban de contener el desborde.  No obstante estas medidas se carnearon alrededor de mil ovejas y se perdió la mayor parte del ganado vacuno”.
El regreso estuvo lleno de sinsabores. Cuando atravesaban nuestro partido refiere Pueyrredón: “Jamás he experimentado tanto frío como en esas pampas desiertas ni aún en los páramos de la cordillera cuando la pasaba con la nieve a medio cuerpo, y si a esto se agregaba la calidad de los campos, de puros cañadones en que se caminaba por entre el agua, se podrá hacer una idea aproximada de lo que tendríamos que sufrir. (…) Todos los días morían tres o cuatro y hubo algunos de siete, sin embargo de que se empleaban los medios del arte para salvar a muchos que amanecían helados”. Escaseaban la leña y el ganado. Cuando por fin llega el ganado pedido a Tandil, refiere: “había que ver el ansia con que los hombres comían la carne gorda, después de tantas vigilias y penalidades, sobre todo los negros, esos pobres negros víctimas del mal trato que se les daba y de su propio abandono: ellos fueron los que más sufrieron. (…) Las carretas del parque venían llenos de enfermos, más de sesenta quedaron inválidos, comidos los pies, que se les caían a pedazos sin sentir”.
Así, Pueyrredón nos dejó su testimonio del pasado pringlense. Falleció en Rosario, el 10 de noviembre de 1865.

 
Joomla 1.5 Templates by Joomlashack