Generando cambio

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Escrito por Redacción Agua Clara   
Lunes, 28 de Marzo de 2011 12:04
DESENCANTO de un PATRIOTA (ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia)
Sus antepasados lejanos habían sido agraciados por los conquistadores españoles con buena parte del valle de Punilla (Pcia. de Córdoba). Pero de aquella merced  y de las pretensiones aristocráticas, a los gentilhombres de la familia en el siglo XX  les quedaban los títulos de algunas tierras, residiendo en Buenos Aires las arrendaban por poco, o por nada cuando en ellas residían criollos leales a la familia, que subsistían con algunos animales  o unas melgas de cultivos.
A su  abuelo gran señor no había llegado a conocerlo, al padre sólo le quedaba los aires de grandeza y un puesto de jefe civil en la administración del Ministerio de Guerra, con el que lo había beneficiado  el general Justo, todavía en los tiempos de Alvear, o de Irigoyen, además del chalet en un ”selecto barrio” edificado por el Estado en Parque Chacabuco. El hermano mayor había  cursado el Liceo militar, decidido a revivir el prestigio de antepa-sados. Pero el menor alegre y dicharachero, que a todo el mundo le caía simpático, tenía otras inquietudes, cursó tres años en el Industrial para desarrollar cierta habilidad manual y familiarizarse con tecnologías productivas, antes de incorporarse a la Escuela militar. A sus padres les pareció un despropósito, pero como los blasones estaban algo enmohecidos se lo permitieron en aras del futuro egreso como subteniente.
Se daba el lujo de tener ideas propias sin explicitarlas a los demás, tampoco hubiera podido.
No renegaba del Perito Moreno,  Roca y la Conquista del Desierto, porque de otro modo los chilenos que habían establecido relaciones comerciales con los aborígenes se hubieran quedado con la Patagonia, pero deploraba la matanza de pampas y tehuelches y la reducción a la servidumbre de los sobrevivientes, a las chinitas se las disputaban las familias aristocráticas para el servicio doméstico gratuito, hasta le daba lástima el pobre Ceferino Namuncurá que murió tuberculoso antes de los veinte años. En cambio admiraba a algunos militares, de menor prosapia, descendientes de gringos, Moscóni, Savio, que habían bregado para sacudirnos el yugo económico impuesto por las grandes potencias.
Cómo en el cumplimiento de órdenes no son muchos los que piensan, sobre todo desintere-sadamente, se destacaba entre sus compañeros de promoción, al punto que antes de cursar  la Escuela Superior de Guerra, lo mandaron a  la Escuela de las Américas de Panamá dirigida por los yanquis, sería un valioso oficial de Inteligencia. Ese adoctrinamiento no consiguió disipar sus dudas sobre la conveniencia de la subordinación a los objetivos de la primera potencia mundial. Lo que se acentuó cuando al terminar el curso lo destinaron a instruir a los “contras” en la frontera entre Honduras y Nicaragua. Casi todos habían pertenecido a las formaciones del dictador multimillonario Somoza, más que un cuerpo de ejercito  parecían una banda de criminales empedernidos. Pidió el traslado a la Argentina aduciendo que el clima húmedo del trópico perjudicaba su salud, su carrera como oficial de Inteligencia se tronchó. Como el calor le hacía mal, lo mandaron al Sur a dirigir un batallón de castigo, donde nunca iba a pasar de Capitán.  Cuando en 1982 se lanzaron sobre las Malvinas su batallón integró la primera línea. Tenía reparos sobre las posibilidades de éxito frente a la tecnología militar de los anglos, y la posible pérdida de mar continental que acarrearía, pero desengañado, se dispuso a luchar con denuedo contra quienes desde siempre nos usaron como pato de la boda. Fue uno de los pocos oficiales que compartió con los soldados el hambre, el frío, la falta de equipamiento, los pozos en vez de casamatas. En acción de guerra un proyectil lo hirió en la cabeza, casualmente en ese momento el frente estaba en calma, algunos de sus soldados pensaron que los jefes atrincherados en cómodos refugios fortificados se lo habían sacado de encima. Fueron tantas las bajas,  la Superioridad estimó que los caídos pronto serían olvidados, como los desaparecidos.
 
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