Generando cambio

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Escrito por Material de Ediciones Agua Clara   
Viernes, 06 de Mayo de 2011 00:00
A los docentes argentinos. EDUCACIÓN POPULAR
(Hasta donde no llega la información alcanza la ficción.)
De cómo y por que un chiquilín criado en los suburbios de Lomas de Zamora, cerca de la laguna Santa Catalina, donde el diablo perdió el poncho, se transformó en notable maestro y pedagogo.
Méritos de la educación popular que incluye y excede las enseñanzas de la escuela.
Curiosamente nuestro personaje evitaba referirse a su infancia, en la casa materna se refugiaba cuando los golpes de la vida lo dejaban desguarnecido, pero jamás mencionaba situación alguna en la que apareciera en ese hogar la figura paterna.
Su inteligencia natural había sido alentada por los maestros de quinto y sexto grado.. El matrimonio de docentes, ella en quinto, él en sexto, desarrollaban actividades extracurricu-lares,  aún  a costa de recibir sanciones.
Vencida la timidez propia de los pibes humildes, se animó a visitarlos en su casa. Las inquie-tudes intelectuales y sociales de los maestros, la cantidad de libros y el escaso moblaje, marcaron a fuego al preadolescente.
No sólo decidió, contra el viento y la marea de la pobreza, estudiar para maestro, sino que aprendió a disfrutar de los razonamientos, sin aislarse, ni transformarse en un ratón de biblio-teca. Las experiencias con los jóvenes de la barriada, jugaba al fútbol en las categorías menores del club Los Andes, ampliaron su bagaje y lo animaron a proponer soluciones para enfrentar las contrariedades cotidianas. Era su forma concreta de entender la cultura.
Al egresar del Normal ejerció como maestro en una escuela del lugar, donde comenzó con un sistema de enseñanza basado en ilustraciones y gráficos, desarrollados en el pizarrón como cuentos, que despertaban el interés de los alumnos; después de lograr que leyeran con fluidez, entre todos confeccionaban historietas sobre los temas del programa. Para suplir la falta de recursos de la mayoría, con parte de su magro sueldo compraba el papel de dibujo y los lápices de colores que usaban todos, hubiera preferido juntar los fondos solidariamente, aunque el contribuyera con diez y los alumnos con uno, pero estaba prohibido por el regla-mento, como los castigos corporales, aunque de vez en cuando alguno que se hacía el loco y no dejaba trabajar a los demás, ligara un coscorrón.
Del 1 al 5 se patinaba el sueldo entre material didáctico, libros con los que iba armando su biblioteca y algunas provisiones finas que llevaba a la casa de su madre, para satisfacer gustos que nunca habían podido darse.
Durante la conscripción se sintió constreñido, no podía obedecer sin pensar. Tras el período de ahogo, las ansias de libertad se materializaron en el amor por una  compañera de docen-cia, y para probarse a sí mismos y ser útiles en las condiciones más difíciles, se postularon a maestros en una escuela de la zona Formoseña habitada por los Tobas.
Enseñaban en español mientras los alumnos, los pequeños, los medianos, los adultos, habla-ban su lengua ancestral. Resultaba muy trabajoso, pero procuraron aprender los rudimentos de esa lengua e impartir enseñanza bilingüe, amen de sumar y restar, la aritmética indispensable para que no los engañaran cuando intercambiaban productos con los blancos.
Les costó ambientarse y abandonar prejuicios, para que la comunidad Toba, a su vez acepta-ra los conocimientos que impartían.
A los seis o siete años, allí no llegaba el cine y la radio se dejaba escuchar a veces, habían concebido cuatro hijos, cuantas veces se habrán desesperado al ver a sus hijos afectados por enfermedades de la infancia  sin los debidos cuidados médicos; creyeron egoísta seguir sustrayéndolos de su cultura y volvieron a Buenos Aires, la llamada Reina del Plata, que como todas las monarquías…
En Formosa aunque cobraban poco y atrasado iban tirando, en Buenos Aires había que pagar alquiler, luz, gas, ir mejor vestido, gastar en transporte. Trabajaban uno de mañana y el otro por la tarde, para turnarse también en la atención de los hijos, pero lo que ganaban no les alcanzaba, él se vio obligado a enseñar además en una escuela nocturna para adultos.
Lamentablemente lo que cobraba se le seguía escurriendo de las manos y vivía el desasosie-go de no disponer de tiempo para participar de actividades culturales, sugerir ideas, colaborar en la solución de problemas sociales.
En Formosa había comenzado a escribir relatos, poesías, eso sólo no le alcanzaba. La mujer le reprochaba su incapacidad para administrarse, el despilfarro de los primeros días del mes, las desavenencias conspiraban contra el amor, cuando se desesperaba por el desafecto y el ahogo, corría por un día o dos, a refugiarse en casa de su madre, allí era diferente, disponía de tiempo para relacionarse con los vecinos, para interrelacionarse, hasta para pensar, y los retornos al hogar conyugal se fueron espaciando.
Añoraba la experiencia formoseña. Durante el verano el Consejo Nacional de Educación  organizaba intercambios entre alumnos del interior del país y de la Capital Federal; a los de una escuela próxima a  villas les correspondía viajar a La Banda, Santiago del Estero, donde se alojarían en una escuela modelo con gimnasio y hasta pileta de natación, pero los maes-tros eludían a ese contingente por las dificultades que podían presentarse con los villeritos.  A él, por el contrario, el desafío lo sedujo, como se intercambiaban alumnos de ambos sexos, lo acompañaba una maestra de buenos sentimientos, que trataba con simpatía a los desposeí- dos. Además de higienizarlos, debieron curar a los afectados de sarna y picaduras, para evitarque contagiasen a los demás en la pileta.
Nuestro educador no era promiscuo y las relaciones furtivas le brindaban pocas satisfacciones
Pasados los treinta y cinco años , no era físicamente un buen mozo, y le llevaba a la maes-trita, una rubia bien dotada, ocho o diez.  Ella se interesó por los personales métodos de ense-ñanza que él practicaba, luego descubrió al autodidacta; tuvieron tiempo para que le leyera sus relatos y poesías y se enamoró perdidamente, regresaron convertidos en pareja.
Cuando quedó embarazada, trabajaban en la misma escuela de doble escolaridad por Alma-gro, se fueron a vivir juntos. Tuvieron, uno tras otro, dos hijos varones.
Con el club de acampantes “Hueney “ que organizaron entre sus alumnos, recorrieron durante ocho años en las vacaciones de verano e invierno, todo el país, en trenes, micros, camiones, carros. Convivir con la gente del lugar constituía la base de la experiencia, a la par debían colaborar en la instalación del campamento, o arreglarse de alguna manera, participar en los turnos de limpieza, en la adquisición de alimentos frescos, cocinarlos y lavar su ropa.
Lo que aportaban los padres de los alumnos no alcanzaba y la maestra iba ahorrando dinero de su sueldo, mes a mes, para cubrir el faltante.
Mientras tanto fueron criando a sus hijos, desde bebes, en casa y en los campamentos.
Vivían en un departamento muy chiquito, después de los primeros días del mes el maestro que había gastado lo suyo en libros y comestibles finos, no tenía para contribuir al presu-puesto familiar, pero eso no la arredraba, con lo de ella tiraban como podían los veinte días que faltaban hasta cobrar los próximos sueldos.
El maestro volvió a sentirse atrapado, lo humillaba su incapacidad para sostener a su prole, admiraba el cariño que la mujer le profesaba y los esfuerzos que realizaba por la familia, ella ni tenía tiempo para cuidarse, había engordado, y hasta dejado de pintar paisajes, con lo que le gustaba.
Hubieran sobrellevado esa insatisfacción si no se hubiera cruzado una coqueta.
La personalidad del maestro, apartado de las costumbres burguesas, creativo y culto a su manera, apasionado cuando desarrollaba sus ideas, atraía a las mujeres, que suspiraban por lo que en casa no tenían.
La coqueta, esposa de un hombre adinerado, había sido hippie años atrás, luego hippie a la moda, se entusiasmó por conquistar al diferente, además había percibido que estaba atrave-sando un mal momento, adecuado para hacerlo objeto de sus encantos.
Comenzó a escribirle cartitas de amor, que él no respondía, lo asedió en la escuela, era el maestro de su hija. Hasta lograr inspirarle, como había sucedido con sus anteriores mujeres, ardorosos poemas de amor.
Era lo que la dama estaba esperando. De sopetón se presentó en el departamento conyugal para anunciarle a su sorprendida compañera,  con la que habían concebido los dos varones, que le quitaba el marido para convivir juntos, precipitando una actitud  a la que él no estaba decidido.
Pero no le quedó otro camino, la mujer después de tantos sacrificios se sintió traicionada, y no estaba dispuesta a transformar la relación en una coyunda.
Hasta lo ayudó a preparar el equipaje, los objetos personales y libros, para que se fueran lo antes posible, cuando no los viera más, trataría de recuperar la calma y abocarse a criar sola a sus hijos.
Esa fue también la agonía de los campamentos que habían dirigido en conjunto. El siguiente, último que se realizó resultó un desastre.La coqueta exigió dormir en hotel, desentendiéndose de los acampantes, tampoco colaboró con las tareas diarias, y aunque los pibes más grandes hicieron lo que pudieron, no alcanzaron a reemplazar el esforzado trabajo de la anterior mujer que anteponía el bienestar de los pibes a su descanso. El descontrol en los gastos los dejó sin dinero, el recorrido se redujo y se vieron obligados a regresar algunos días antes.
A los seis meses, satisfecha su vanidad, para sostener el hippismo de utilería que le venía bien, decidió restablecer vínculos con el marido adinerado y lo despidió.
Al maestro no le quedó más remedio que pedir auxilio a su anterior pareja, con la esperanza de ser readmitido. Ella logró hacerse de una catramina con la que lo  fueron a buscar, pero no estaba dispuesta a aceptarlo, ni a perdonarle el menosprecio, sólo le permitió  pasar la noche en el sofá del departamento, y luego al maestro no le quedó más remedio que rumbear nuevamente para Lomas a refugiarse en la casa de su madre, desde donde viajaba hasta la escuela de Almagro.
Siguió desarrollando sus criterios docentes de siempre. Se sirvió de Hueney para organizar
Los fines de semana, visitas a museos, bibliotecas y monumentos públicos, a los que también llevaba a sus hijos.
Pese a que lo trataba muy poco, cuando el hijo mayor de su primer matrimonio, que había viajado a Chile tras una novia, fue detenido por esbirros de Pinochet, no vaciló en viajar inme-diatamente y tuvo el coraje necesario para rescatarlo y volver con él a la Argentina.
Durante las reiteradas dictaduras militares los gremios docentes eran perseguidos,con Alfredo Bravo aceptó concurrir a solicitar ayuda económica a centenares de padres de sus ex alumnos, aunque no compartía con ese dirigente algunas ideas, ni su afán de protagonismo.
El desinterés con que actuaba, sus experiencias de autodidacta, la originalidad de ideas con las que procuraba  esclarecer a quienes lo rodeaban, seguían interesando a las mujeres.
Con una joven separada, madre de un ex alumno, que poseía una humilde vivienda por Pompeya, organizó una movida barrial. Colaboraron los vecinos y anónimos artistas pintaron en los frentes, temas tradicionales de la zona, plantaron árboles y arbustos florales, embelle-cieron las calles y hasta fundaron un incipiente centro cultural, biblioteca y sociedad de fomen-to reivindicativa. Su nuevo amor lo llevó a residir por Pompeya, allí pasados los cincuenta a ños tuvo su última hija, que mereció los mimos de un padre viejo. La historia volvió a repetir-se, no alcanzaba a contribuir con lo suficiente para solventar los gastos del hogar, lo que provocaba desavenencias, lo hacía sentir culpable, e impulsó a la mujer de treinta y tantos años hacia otros rumbos. Optó por irse y no le guardó rencor por su reemplazo con un hombre más jóven y proveedor. Lo consolaba la relación paternal con la criatura, fruto apreciado del vigor menguante.
Durante la democracia fue asesor de legisladores vinculados a los gremios docentes, pero no invocó esos servicios, para incrementar los haberes, cuando le llegó la hora de jubilarse.
Frente a las segregaciones y el auge de las escuelas privadas, que consideraba elitistas, sos-tenía el valor educativos de la educación común, del trato cotidiano en condiciones de igual-dad entre diferentes clases sociales, beneficiando a los humildes por la elevación de la calidad de la enseñanza, y a los que provenían de hogares con más recursos, o cultura, porque el trato con diferentes vigoriza y ayuda a realizarse relegando prebendas y ventajas.
Acercándose a la vejez ancló en un inquilinato por la Boca, donde colaboró con el Centro de Jubilados, dictaba cursos y charlas sobre temas culturales y de actualidad, por no llamarlas conferencias ad honores, organizó acciones reivindicativas y les donó su copiosa biblioteca.
Presintiendo que le quedaba poco tiempo acrecentó su actividad. Estudió abogacía en la UBA y se recibió en cuatro años, fue designado ayudante en varias cátedras.
También participó del Concurso Nacional Literario para Jubilados, un cuento suyo mereció el primer premio.
La salud, muy descuidada, le jugó en contra, debieron intervenirlo en el Sanatorio de la Obra Social y trasladarlo a un centro de rehabilitación, donde falleció al cumplir 73.
Del velorio participaron las mujeres con las que había tenido hijos y cuatro de éstos, el mayor que había rescatado en Chile, los dos de su segundo matrimonio, quienes solventaron parte de los gastos de su enfermedad e intento de rehabilitación, y la más chica y mimada.
Los vecinos de la Boca organizaron actos recordatorios y pintaron murales en su memoria.
Ex alumnos miembros de Hueney  rindieron homenaje “al genial maestro Juan Carlos Espinosa”
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