Generando cambio

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Escrito por Redacción Nuevbo País-Gentileza Agua Clara   
Miércoles, 30 de Noviembre de 2011 00:00
Gringos con y sin suerte
La FAO (organización mundial para la alimentación) advirtió que el hambre en el mundo solo podrá ser eliminado mediante el desarrollo de las pequeñas y medianas producciones diversificadas, el cese del desmónte y la reducción de las áreas destinadas a los cultivos transgénicos/Químicos impuestos por el comercio internacional.
PERIPECIAS DE CHACAREROS  (Gringos con y sin suerte)
Había sido premiado con el último orejón del tarro, una chacra abandonada hacía quince  años en la que había vuelto a enseñorearse el monte originario. Pero antes de hablar del protagonista contemos la historia de esa finca. Formaba parte de una Colonia que pretendía servir de modelo, dotada  con buenas casas, aljibes, alambrados de cinco hilos, maquinarias, riego con agua algo salada pero tolerable, en fin una joya. Los plantines de olivos no habían alcanzado para todas las parcelas por lo que algunas se entregaron medio peladas. Los chacareros adjudicatarios prepararon viveros con material de la poda de las pocas plantas existentes y adelante con los faroles. Hasta que un gran estanciero robó el agua del dique con el consentimiento de las autoridades militares gobernantes, enemigas de cualquier obra iniciada por Perón, y los chacareros que  quedaron sin agua para lavarse y hasta para tomar, se vieron obligados a emigrar. Algunos consiguieron venderlas por muy poco, otros simplemente dejaron abandonados los cadáveres de ilusiones.
Cuando pasados los  años volvió a juntarse agua en el dique como para atem-perar la sequedad del clima, una pareja de forasteros se prendó de la tranqui lidad del lugar y la vivienda confortable. Él se había jubilado como gerente de la agencia en Sudáfrica de Aerolíneas Argentinas y ella como azafata. El primer laboreo que emprendieron fue el arado de las fracciones en las que no se ha bían secado todos los olivos; es claro que no iban a arar ellos, sabían de avio-nes pero no de tractores, contrataron a los hijos de otro colono, según éstos el precio pactado no incluía el trazado de las acequias de riego, la discusión fue inútil y las posiciones irreductibles,  como a los nuevos dueños les interesaba
más la pacífica  soledad que la producción no hubo acercamiento entre las partes y se continuó sin regar.
Pasada la novedad, al piloto y la azafata la tranquilidad excesiva los abrumó, retornaron a la civilización y la pusieron en venta. Una pareja de ingenieros agrónomos recién recibidos, atraídos por la aventura y el buen estado en que se mantenía la vivienda, consiguieron de sus progenitores la suma que el aviador pedía para sacársela de encima. De inmediato ofrecieron sus servicios profesionales a propietarios que residían en lugares distantes. Tal vez si hubieran comenzado por  su propia finca con buenos resultados consiguieran clientes, pero como no movieron ni un dedo, pronto volvieron a la ciudad decididos a no residir más entre gente ignorante que no apreciaba los conocimientos académicos.
Así casi gratis un tano volvió veinte años después a hacerse chacarero, a ocuparse de lo  que sabía y le gustaba.  Su relación con la Colonia se remontaba a los tiempos de las adjudicaciones. A un compadre que tenía poco amor a la tie-
rra pero mucha marrullería con la que había conquistado varias verdulerías en la Capital de la Provincia, “Perone”, o los peronistas le asignaron una de las chacras, y como no podía atenderla, lo designó a él, que sí amaba la tierra de verdad, encargado con plenos poderes para hacer y deshacer. Nada mejor para revivir su adolescencia y primera juventud entre los olivos. “Verdes olivas de Frascati pulidas como puros pezones frescas como gotas de océano/ reconcentrada, terrenal esencia…” (PabloNeruda)
Aunque a los plantines les faltaba para que fueran  frutales y de poesia, niente piú la parola, en esas tierras tórridas, tan diferentes a las de su patria chica, experimentó sensaciones similares a las que inspiraron la poesía. Hasta encontró tiempo, sacrificando el descanso, para cultivar hortalizas en los callejones, tomates, pomas rojas para el pomidoro; se le dieron bien, las cosechaba con cuidado acariciando la piel brillante y las vendía a otros colonos, o las cambiaba por carne en los puestos ganaderos, hasta se animó a llevar algunos cajones en el carro a los pueblos cercanos, con lo que consiguió ahorrar unos pesos.
Andaba feliz y contento casoriado con una criolla buena moza que lo había cazado apenas  bajó del tren, recién arribado de Europa.
Pero se llevaron el agua del dique en medio de una gran seca y a la fuerza ahorcan, volvió a la ciudad de La Rioja amargado; fue tirando con una pequeña verdulería mientras los hijos crecían, le ayudo a instalarla su paisano afortunado, quien no quería que la pareja se le fuese lejos. Pero eso no era lo suyo y se le agrió el carácter, adquirió fama de bruto, de hombre de pocas pulgas, cascarrabias insensible a las falluterías de los charlatanes y a las buenas maneras.
Cuando después de tantos contratiempos logró comprar la chacra abandonada, creyó atrapar al cielo con sus manos. Se dedicó a la huerta, cultivaba todas las hortalizas  que consumían en la zona.  Los pueblos habían crecido, podría vender bien las cosechas.
A los comerciantes más grandes, que atesoraban las libretas de crédito de la población, y tenían poderosos equipos de camiones con los que iban a buscar los insumos a Córdoba, San Juan, o Mendoza, nos les convenía que aparecie- ran pequeños bolicheros con productos frescos y más baratos para hacerles la competencia; como quien no quiere la cosa se juramentaron para no comprarle, muerto el perro (pobre chusquito) se acabó la rabia. Las cosechas se le pudrían en las sementeras. Pidió permiso para instalar puestos en las plazas de los pueblos del departamento dos veces por semana.
El Intendente que cuidaba ante todo su posición, no quería enemistarse con los grandes comerciantes, ellos no cambiaban nunca de partido, estaban siempre con los que gobernaban, los políticos eran a la  vez hijos de esos comerciantes, ministros, jueces, abogados, miembros de la sociedad rural  u otros yuyos,  y se hizo el sordo. El tano se desesperaba, un año y otro, al ver marchitarse los cultivos no cosechados.
Durante una rabieta sufrió el síncope del trabajador testarudo, muerto el perro...
El compadre ex empleador del  tano no perdió la oportunidad de regularizar la situación con la recien enlutada, madurita todavía apetecible, los viudos se emparejaron y emprendieron un viaje de bodas por  Europa.
Concluyendo diremos que la rabieta al tano le ahorró el disgusto de ver la posterior decadencia de la Colonia. Los hijos de los puesteros se trasladaron al pueblo atraídos por empleos sin obligaciones, viviendas casi gratuitas y subsi- dios. Creció el consumo de agua domiciliaria y redujeron hasta la insignificancia los turnos de riego en la Colonia.
Con ese artilugio succionaron los fondos del Estado hacia sus negocios o negociados, se apropiaron de las tierras de los puestos vacíos y paralizaron, entre otros, a los colonos. A la par y como reemplazo, otorgaron diferimientos impositivos a 17 años para implantar olivos, a grandes empresas de cualquier ramo, que aprovecharon el negocio financiero, pero prefirieron no instalarse en el Sur de la Provincia.
Así consiguieron retrotraer la producción del departamento a la del siglo XIX y a reforzar la dependencia a los caudillos, o sus alcahuetes, de todo bicho que caminara en dos piernas.
Si el tano, gran amante del trabajo de la tierra, lo veía se volvía a morir.
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