Generando cambio

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Escrito por Ediciones Agua Clara   
Sábado, 07 de Enero de 2012 00:00
SALTIMBANQUIS 2- mentir, mentir, que algo queda...
Mentir, mentir, que algo queda…
Era una persona autoritaria y de pocas palabras, con pose de machote,
se creía destinado a posiciones más altas, por lo menos como las que
alcanzó su padre.
Trabajaba en la usina. A él había que acudir para una conexión o para
restablecer el servicio cuando se cortaba la línea, o explotaba la
caja de tapones, lo que le otorgaba cierta importancia que podía
confundirse con capacidad. A quien no le resultaba simpático, o ponía en tela de juicio las
migajas de su poder,  las reparaciones para el restablecimiento del
servicio eléctrico podían demorarle más de la cuenta. En una
oportunidad procedió a cortar el servicio eléctrico en una finca de la
Colonia por facturas adeudadas. El nuevo propietario, un técnico
porteño que había instalado industrias en distintas zonas del país,
argumentó que no le correspondía pagar la deuda de los anteriores
dueños porque el servicio eléctrico es del titular que lo había
solicitado, no de la propiedad y exhibió la escritura a su nombre para
que lo considerara nuevo usuario. Pero el funcionario le contestó con
altanería que eso sería en Buenos Aires no en La Rioja, e impuso su
voluntad. Hacían como 45 grados a la sombra, era pagar o quedar sin
luz, heladera y ventilador.
Además de esos arrestos vigorosos, como hijo de un ex-intendente
heredó cierto buen concepto de su padre, quien no se había enriquecido
con el cargo y seguía atendiendo un pequeño negocio de almacén tirando
a ramos generales.
Durante la dictadura militar para  la intervención de la intendencia,
que en todo el departamento tenía a diez o doce empleados, designaron
a un teniente 1º, o capitán, la sinecura no brindaba perspectivas  a
militares de mayor graduación.
La obra más importante que realizaron durante el facto fue el
asfaltado, un simple mejorado  alrededor de las plazas en los dos
poblados principales del departamento. En  la antigua capital
desplazada cuando advino el ferrocarril, aprovecharon para arrancar de
cuajo un aguaribay dos veces centenario, en torno al cual se habían
rebelado dos mil paisanos engrillados, que no querían servir de carne
de cañón en la guerra de la triple alianza contra el Paraguay.
Con el retornó de la democracia, regalo del cielo, en la zona no se
había realizado ninguna acción contraria a la dictadura, el único
funcionario público sobreviviente era quien remendaba el tendido
eléctrico cuando se cortaba, los personajes importantes, dueños de
boliches con aspiraciones habían desensillado hasta que aclarase, no
fuera cosa que retornaran los que te dije.
El hijo del ex intendente aprovechó las circunstancias y ganó las
primeras elecciones al galope.
De acuerdo a su costumbre de despilfarrar fondos públicos a cambio de
los votos, el electo gobernador patilludo asignó partidas sin límite y
en poco tiempo los empleados públicos en el departamento fueron
trescientos, con el beneplácito del pobrerío que consiguió el sustento
sin obligación de trabajar, los principales problema que debían
resolver era conseguir las sillas para sentarse en las oficinas, o
crear los organismos que disimulasen la falta de obligaciones
laborales.
Nuestro hombre se sentía en la gloria, en una de sus visitas políticas
el gobernador patilludo pronunció un discurso en el que lo proclamó
joven esperanza de la política departamental, y enardecido por los
aplausos, hasta de la política provincial y regional.
Entonces a la Joven Esperanza se le subieron los humos, abandonó su
mujer y sus dos hijos por otra más tierna, cosa que a  los vecinos
familieros no les cayó muy bien, un asunto era tener amantes y otro
abandonar a la familia.
Por ese tiempo se enteró de la lluvia de recursos que caía sobre el
departamento otro hijo de ex intendente, lo que lo decidió a volver de
Córdoba, donde había quebrado  un negocio de computación (a él le
dedicaremos nuestro próximo Saltimbanquis 3), para irse preparando
compró un título de Licenciado de esos que venden  por Internet
supuestas universidades estadounidenses, en respaldo de sus
aspiraciones, que en conjunción con una vida familiar modelo lo
llevarían al triunfo. Él había realizado fraude en la quiebra pero
mantenía un matrimonio exteriormente ejemplar.
A los dos años se eligieron nuevas autoridades comunales y logró
derrotar a la Jóven Esperanza, con el argumento que este ya había dado
todo lo que podía, y él conseguiría mucho más, añadiendo que para
dirigir a tamaña cantidad de empleados hacía falta un graduado
universitario como él.
Triunfó gracias al apoyo de las mujeres que no querían se siguiesen
produciendo disoluciones que las desamparaban, incluidas las beatas
para quienes las familias, como fuesen, constituían la base de la
sociedad. También lo ayudaron remanentes del fraude cordobés, billetes
flamantes de cinco pesos que entregaba, uno por persona en cada
oportunidad, a quien se lo pidiese, completando el juego de pinzas
sobre la voluntad política de los electores.
A la Joven Esperanza no le quedó más remedio que ejercer la oposición,
pero ese papel que lo alejaba del poder y sus ventajas no se condecía
con su temperamento autoritario.
Por lo que pudiera pasar inició con anticipación otros negocios. Fue
preparando el terreno, aprovechó que un excelente mecánico, hijo de un
evangélico practicante de Traslasierra, era de sexualidad fogosa,
ajeno a la fidelidad. Con la calentura el mecánico se deschavetaba.
Cuando se enamoró a primera vista de una gitanita, la raptó usando la
camioneta que le había dejado en arreglo un cliente, sin acuerdo del
mismo que estuvo a punto de realizar la denuncia, ni obviamente de su
propia mujer.
Siguiendo con su previsión, la Joven Esperanza ubicó al mecánico
escasamente leído, en la lista de convencionales constituyentes
provinciales, función ideal para disimular deslices amorosos durante
los viajes a la capital provincial, por lo que quedaba  deudor de él.
Cuando finalmente el matrimonio del mecánico no dio para más, le
presentó “relaciones” cariñosas en la cabecera del departamento, donde
fundaron una línea de ómnibus, con vehículos que reparaba el mecánico,
elegidos de entre los que descartaban las líneas nacionales, y tuvo
suerte, el varón  enamoradizo también resultó un  esforzado
administrador.
Aunque nunca más pudo alcanzar su anterior posición, la Joven
Esperanza, a la fuerza ahorcan,  se consoló con  su mujer fresquita y
la empresa de ómnibus, mientras seguía aguardando circunstancias
favorables para pegar el zarpaso.
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