de la agreste soledad rocosa
de algún prodigioso ojo de agua
de las intrincadas quebradas lejanas?
¿acaso del rocío matutino?
¿de los pasos malos en medio de la montaña
de la tierra del puma en acecho,
o de la tormenta estruendosa
que eleva los sonidos y los perfumes
mientras apaga los colores?
Recorriendo la floresta verde
tapizada de yuyos y de flores
hasta llegar raudo en su frescura,
a mitigar la sed de los cultivos
y la ansiedad de los hijos de la tierra.
Y está aquí acariciando mi piel
veloz e inmaculado
mientras sigue cantando.
El arroyo Reconquista (1956)
Este es un río,
que en su cauce inundado de flores marchitas
arrastra un trozo de tierra hacia el mar.
Sobre la velada superficie
los rayos yertos de la aurora
son creadores de inmemorial espejo,
destrozado y deshecho
por soplos fugaces                                                                          

por el lecho fangoso,
deshecha a la vez nuestra imagen
repleta de vientos y de aromas
salpicada por burbujas huidizas
alcanzando con ellas las estrellas.
Eternamente prisioneros
del cristal impuro
irisado en círculos perfectos.
Eternamente alejados de la perfección.
Vano y ligero ensoñamiento
hijos del agua y de la tierra.
ANOCHECE 1961
Es la hora en que me invade
la quietud de la noche.
El agua de la acequia
se troca en incomparable espejo.
Las pequeñas plantas
que riega el cauce
duplican su pobre imagen en el agua.
Hasta los postes de los alambrados
en las orillas
ajenos al egoísmo posesivo
emergen de la nada.
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