ARRIEROS
Hay silencios como hirientes
al paso de los arrieros
cabalgando entre pezuñas,
dibujándose entre cuernos.
Silencios que arden al viento
que sopla cual toro suelto
sobre cansados mugidos,
bajo nubarrones negros,
siendo hacia Chile la ida
y hacia Mendoza el regreso,
los cerros siempre saludan
con la nieve de sombrero
cuando el vino del descanso
vuelve más caliente el fuego.
Hay idas a puro grito
y vueltas a puro sueño
pensando en el alambique
en la tierra y en el dueño
que pagará los jornales
en argentino y chileno.
Quien no piensa en la llegada
Y aquel abrazo tan tierno
a la patrona que busca
con la cabeza su pecho
asomando entre polleras
la cara del más pequeño.
Las guitarras se hacen fiesta
compitiendo en bordoneo
a la caída del sol,
después del recibimiento,
aunque quizás la tragedia
vista de negro al encuentro
porque si habrá muerto gente
el carbón de los braseros
cuando el frío entra en la carne
pagando peaje al invierno.
Siempre llueven novedades
de las entrañas del pueblo,
felices y desgraciadas,
casamientos, nacimientos
o la partida esperada
de uno de los más viejos.
"Se preñó la hija de Juana
y de Pancho, el bolichero"
"Le han robado dos ovejas
al guampudo de Romero.
Para mí fue el pata e lana;
¡Yo a ese huevón no lo quiero!""
Y así son las circunstancias
apareadas al arreo:
o un regalo a los de casa
o flores al cementerio.
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