EL CORTEJO
Detengan el cortejo. Inclinan los faroles su cerviz de hierro al paso marcial de los caballos tan bellamente negros. Que lo detengan, dije. Están huyendo las flores del peso de las coronas
Son cálices que he hierven alineados resistiendo al Misterio, porque libres son de absoluto perfume y el póstumo homenaje se hará a la vera pero nunca jamás en la quietud del cementerio Alto los coches, que no merece el tizne de las noches ni el discurso de ocasión, o lo que viene. Déjenlo gritar su última arenga y al silencio pongan el oído, porque su voz ni muerta se detiene. Llora el pueblo y desolado soldado lo saluda a nuestro viejo. Con la mano y con el rostro del color del pueblo. En su ataúd, Peron frunce el entrecejo devolviendo el saludo. No se ve, pero lo hizo, Deténgase el cortejo porque el Pueblo llora. Prosiga el cortejo porque el Pueblo vive.
UN TRAMO MÁS Esta ritual madurez que siempre llega,
invasor, irremisible,
antesala de lo que también siempre llega
para acabar en memoria.
En el cosmos de un tiempo no anotado
los espejos lloran la belleza ajada
o el bamboleo del frágil equilibrio
de la resignación.
Más vale ser Tartufo.
Reír y hacer que ría la venial arruga
en el acantilado donde brota descendencia.
Porque el sueño del ayer soñado
quiere hoy reverdecer en la inocencia.
Mienten siempre los espejos si de soñar se trata
porque la edad no es apenas racimo de recuerdos
sino potencia algo marchita, pero potencia.
No ha de ser tan lánguida la ciencia
de crear belleza o testimonio,
de alegar a Dios como un demonio
la virtud de ser viviendo un tramo más.
|