Generando cambio

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EL BUSCAVIDAS* Y EL CAVILADOR PDF Imprimir Correo
Escrito por Ediciones Agua Clara   
Sábado, 08 de Septiembre de 2012 00:00
*Al fin y al cabo todos somos buscavidas.”                                                  
¿Tendrá que ver el reflexionar más de la cuenta con el dolor ciático?  
Que artrosis, que reuma, todos los diagnósticos lo llevaban al cuchillo, varios meses enyesado y un resultado incierto.
Antes de someterse a semejante recomendación, aceptó métodos menos cruentos, calor seco, masajes, acupuntura, quiropraxia y aunque experimentaba algún alivio al  muy poco volvía a lo mismo.
Decidió probar si las aguas termales podían ayudarlo. Eligió las termas de Santa Teresa en Catamarca, al borde de la Rioja, donde  el Automóvil Club había construido un hotel con pileta termal. Cuando llegó se encontró con la novedad que lo habían vendido a particulares porque no les daba ganancias. Los nuevos dueños atendían la pichincha a la que te criaste con el mínimo personal posible, pero como concurría muy poca gente las instalaciones más o menos funcionaban. La dificultad estribaba en  que no servían comida y a él el pinzamiento le dificultaba caminar.
Al mal tiempo buena cara, llegó totalmente contracturado del viaje, se puso la malla y como pudo llegó hasta la pileta. Le gustaba nadar; ya fuera por la distensión, por el masaje del agua o por las virtudes termales se sintió mejor. A lo lejos se divisaba un nevado, quizás el
Famatina.
Enfrente, a unos doscientos metros se encontraba el boliche, ramos generales, borrachería y servicio de manducatoria con lo que haiga, o con  lo que preparaba la patrona. Se puso los pantalones sobre la malla húmeda, una camiseta y en ojotas se animó a recorrer la distancia. El ciático apenas lo molestaba, el lugar era fresco, el techo de paja y la oscuridad contribuían. Lo trataron amablemente como a un visitante pero sin servilismo. -¿Y cuanto se va a quedar?  - No sé, diez días, si aguanto  -¿Por qué? Aquí al fin del invierno está muy lindo, no hace frío y para la temporada de las tormentas entoavía falta.-   
Comió sencillo, fiambre, salame y mortadela, no quiso, una carbonada, bah un guiso con lo que hubo y de postre queso y dulce de membrillo, el pan era casero, como novedad estaba bien y barato, el mismo precio a lugareños y turistas.
Se metió en el sobre* satisfecho y de nuevo a la pileta, la buena vida para él, que no atraía al gran público. Salió del agua ágilmente, sin darse cuenta y no experimentó ningún dolor, debían ser cerca de las cinco, se sentó al sol, estaba tibio pero no sofocaba y contemplando el paisaje se quedó hasta el anochecer.
Tenía mucho tiempo para pensar, las conversaciones con los lugareños no pasaban de ahí, a él tampoco le interesaba hablar por hablar, prefería volver a repasar episodios de su vida, tratar de ahondar en gente a la que se había vinculado. Algunos resultaban contradictorios, bien merecía la tranquilidad del descanso sin dolor conceder un tiempo a reflexionar sobre sus personalidades, aún cuando ya no los tratara, serviría para hacer comparaciones y en definitiva, seguir descubriéndose a sí mismo.

Esosn sujetos eran diferentes a los fútiles de las telenovelas, o a los  poderosos, que suelen anteponer sus ambiciones a cualquier objetivo,  maestros en el arte de disimular el ego y oficiar de cortesanos esperando su momento.
*cama, alude a  la  abertura  entre las sábanas.
II
Hacía unos años, nuestro cavilador, se había desvinculado de una tarea muy difícil en la que había contado con la colaboración de alguien que le fue leal, a quien vacilaba en seguir considerándolo cercano.
Vamos a ponerle nombre a la incógnita, Equis, un tipo esforzado hasta el sacrificio, que desarrollaba superactividad, trabajaba más allá de cualquier horario, y a la vez no tenía pruritos en presionar  a quien dependiese, o negociase con él; llegando al exceso de  firmar en nombre de la empresa cheques posdatados, de difícil cobertura, para seguir recibiendo materias primas con las que continuar producción; esperando que  fueran rebotados para ocuparse de arreglar el bolonqui.
Se trataba de una empresa muy particular, como casi todas tenía algo que esconder. En este caso el vínculo con dirigentes políticos que esperaban recibir parte de las ganancias  para sus fines, y cuidaban que los empresarios pertenecieran a sus filas. Ellos le exigieron que despidiera a Equis, arguyendo que había incurrido en ventajeadas  varias en el  consorcio donde vivía y hasta cometido desfalco contra un banco, con el que ellos  también tenían relación.  
Lo del consorcio podía ser, las comisiones de consorcistas suelen ser bolsas de gatos.
Un muchacho  joven acostumbrado a rebuscársela, podía haber aprovechado esa posición para obtener ciertas ventajas, aunque menos de las que lo acusaban los vecinos avaros y lengua larga.
Sustraer un ladrillo de dinero de un  banco, era harina de otro costal, a nuestro cavilador le parecía inverosímil, entre otras razones porque veía a Equis acuciado por la falta de  dinero; la quiebra de un negocio que había acometido, lo había obligado a emplearse y a vender el departamento en el consorcio donde seguían viviendo sus detractores. Hasta le resultaba gravoso el alquiler de uno  más modesto donde recayó.
Cuando el cavilador le propuso a Equis trasladarse con su familia a residir a un pequeño pueblo del interior para hacerse cargo de la gerencia de fábrica que estaba vacante, y dado que deseaba ser útil donde hiciera más falta, aceptó de buen grado. Además le vendría bien, allí gastaría menos y no debería pagar alquiler.
Las estrecheces atravesadas y la aceptación del traslado fueron un argumento decisivo en contra de los que le atribuían una doble vida, u otras actitudes licenciosas.  
Nuestro cavilador se atrevió entonces a enfrentar la exigencia de los dirigentes políticos, gente brava  habituada  a imponer su voluntad, a expulsar o ensalzar.
III
El tiempo, la distancia de los hechos, podían ayudarlo a dilucidar entresijos de la personali-dad de  Equis, algún desconocimiento de circunstancias, o errores de apreciación, los cubriría con imaginación.
Equis  cuidaba la presentación, al trabajo concurría con un traje azul oscuro con rayitas blancas, el cincuentayúnico, camisa y corbata impecables, zapatos bien lustrados, en los que no se percibía el desgaste, y sobre todo manifestaba una tremenda tenacidad en el esfuerzo.  A menudo lo encontraba tras su escritorio entretenido en hurgarse los oídos con la esferográfica, tics vinculados al exeso concentración.

Cuando por circunstancias del mercado hicieron falta nuevos capitales o financiación liberal,
el cavilador recordó las vueltas que tuvieron que dar para que el Banco Industrial de la Nación les otorgara un préstamo millonario.
Inmediatamente de acreditado el importe en la sucursal provincial, un miembro de la “gente bien” del pueblo, el antiguo dueño del establecimiento, que conservaba una porción minoritaria de las acciones, se aprovechó de la confianza por la que seguía usando la firma cuando se le indicaba, y libró un cheque al portador por la totalidad del importe. Realizado el desfalco se escapó con el dinero con rumbo nunca descubierto.
¿Quiénes fueron sus complices?  Equis, quien no había previsto la circunstancia, segura-mente no. Los dirigentes políticos, complotados con el “gente bien” opuesto a sus ideas ¡qué menesesunda!... podían ser.
La fábrica funcionaba elaborando un producto de aceptable calidad. Se pensó en superar la estrechez financiera, ofreciéndole el capital mayoritario a alguna de las empresas líderes del ramo, pero un contador externo impuesto por los  políticos,  influenció para venderle el establecimiento a un señor que construía silos.
No era necesario ser muy sagaz para darse cuenta que se trataba de un vaciador de empresas. Nuestro cavilador renunció.
Equis fiel, aún en esas circunstancias, a quienes habían tratado de marginarlo,  permaneció un largo año más, hasta que cesó toda actividad.
IV
Vuelto Equis a Buenos Aires con su familia, se siguieron viendo episódicamente.
Uno de los dueños de la fábrica paralizada, era a la vez propietario de  un laboratorio de productos medicinales en el que había innovado con tecnología avanzada, y necesitaba alguien que le dirigiera su administración, el empleo le cayó como anillo al dedo.
Transcurrieron los años, el laboratorio andaba bien, Equis  se convirtió en indispensable. recibía jugosas compensaciones y comenzó a tomarse revancha de los zarandeos a los que lo había sometido la vida. Compró un terreno cercano a su trabajo, por Flores, y se dio el gusto de intervenir en cada detalle  y hasta a meter mano, capataceando, o peonando, en la construcción de la casona que hizo edificar.  
Para el 25 de mayo de l982 invitó a nuestro cavilador a cenar un locro patrio.
Uno de los hijos de Equis se había recibido de maestro mayor de obras y durante la conscripción dibujaba en Tierra del Fuego fortificaciones y trincheras para las fuerzas que habían mandado a Las Malvinas. Equis, se vanaglorió de haberlo instado  a solicitar el trasladado a las islas para combatir al imperialismo.
Nuestro cavilador  le reprochó que se atreviera a arriesgar al hijo. - ¿Por qué no vas vos a que te arruinen la vida? Pensá un poco en el muchacho para que sufra lo menos posible.
La relación que con los cambios de actividad de ambos había disminuido, se redujo aún más.
Con todo, cuando nuestro cavilador deseando encontrar un lugar tranquilo donde escribir y a la vez  emplear su experiencia en la producción de alimentos, compro una finca olivícola en una colonia, Equis y su mujer hicieron los más de dos mil kilómetros para visitarlo.
En conversaciones ocasionales con colonos a los que recién conocía Equis reiteró sus aires  de grandeza, en fin un poco de publicidad nunca viene mal : Pensaba comprar varias fincas para darle otro impulso a la zona, propósito que olvidó en cuánto subió al coche para emprender el regreso.
V
¿De dónde le venían esos delirios de grandeza, pretendía emular el éxito del padre?
Entre mate y mate, después de cada remojada, nuestro hombre cavilaba acerca de los escasos datos que tenía sobre la infancia de Equis.
Hijo de inmigrantes gallegos, su padre luego de abandonar a la mujer y desentenderse totalmente de sus cinco hijos, llegó a ocupar un alto cargo en la Esso del Uruguay.
En su humilde hogar las hermanas y un hermano mayor se veían obligadas a trabajar, y
hasta Equis en plena infancia changueaba vendiendo diarios o realizando mandados.
En una de sus incursiones por el puerto se cayó al agua,  con tan poca fortuna que al caer se golpeó contra el buque amarrado, lo que le provocó el estallido del hígado, la atención hospitalaria y el vigor de sus pocos años lo ayudaron a  restablecerse.
La madre gallega procuró que además de trabajar, todos sus hijos estudiaran, Equis terminó el secundario, donde se vinculó a la militancia partidaria  y también a una muchacha, hija de judíos polacos, de la que se enamoró, madre de sus  hijos y compañera para siempre.
VI
Una vida azarosa suele aleccionar sobre como sobrevivir y huir de la pobreza. En Equis se manifestaba la contradicción entre el hombre que se hizo solo desde la humildad del origen, y la añoranza por otra vida, el abandono del padre lo impulsó a mantenerse fiel a su familia y a sus ideales políticos aún a costa de cualquier sacrificio. Contra el destino nadie la talla.
Pero desde su ingreso al laboratorio de productos medicinales la situación  había dado un vuelco.
El profesional dueño del laboratorio, como les sucede a tantas personas, sufría de carencias o de inmadurez afectiva; tras un desengaño fue resignando la dirección comercial en reco-mendados de sus correligionarios políticos, quienes aprovecharon su debilidad para irlo desplazando.
Finalmente aceptó le financiaran un pequeño laboratorio de investigación lejos de Buenos Aires, a cambio de sus acciones en la empresa farmacéutica, que de tal manera fue sustraída también a los herederos de su primer y segundo matrimonio.
Equis debe haber coadyuvado a tal cambio por lealtad ideológica, no exenta de convenien-cias  personales.
Es decir que los mismos que en una época buscaron desacreditarlo como persona, expulsarlo y dejarlo en la calle, lo aceptaron como colaborador en la apropiación de una empresa rentable.  Poco importó entonces el envilecimiento que las presiones propias de esos manejos societarios provocara en Equis, o desde otro ángulo, el empleo de cierta falta de escrúpulos que anteriormente le habían reprochado.
Durante años siguió siendo el gerente administrativo de la empresa, hasta que colisiones con el gerente general, mejor vinculado a los mandamases, o más mañoso, determinaron su alejamiento.
Pero no se quedó de brazos cruzados, y en su búsqueda dio con un ramo en auge, la venta de piedras semipreciosas a turistas ricos, en un local de la galería más aristocrática de la calle Florida. Tras cartón se asoció a una empresa  minera del ramo.
Sus hijos, profesionales exitosos de otro ramo, no lo acompañaban comercialmente, aun cuando la familia  mantenía su cohesión.
Lo pasado, pisado. Así alcanzó  Equis la respetabilidad ambicionada
Después de arribar a esa hipótesis nuestro cavilador continuó contemplando el paisaje.
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