Generando cambio

Generando cambio

Otra Joyita de Agua Clara PDF Imprimir Correo
Escrito por Ediciones Agua Clara   
Lunes, 05 de Noviembre de 2012 12:16
Vida Difícil  2:  De la militancia estudiantil al empleo como laboratorista.
El puntaje obtenido en el examen solo me valió para ingresar al Industrial de Barracas, lejos  de mi barrio, en un medio  que desconocía.
En el primer año la relación con mis nuevos compañeros me resultó  difícil, eran muchachos más grandes y desarrollados, una parte de los más vagos abandonó en primero o segundo año. Les resultaban incomprensibles algunos términos que yo empleaba, cuando cierta vez dije “énfasis”, se produjo  un jolgorio escandaloso. Solían abusar de juegos de manos y las dos horas al mediodía eran peligroso caldo de cultivo. Cuando trataron de meterme en el medio de una ronda para empujarme de un lado para otro, escupirme , o lo que fuese, se encontraron con que tiraba tremendos patadones capaces de dejarlos fuera de combate, y conmigo se acabó la joda, aunque no la incomprensión.
En las soporíferas tardes de los talleres, carpintería y hojalatería, llovían los tacazos de madera y las latas vacías.  Perdíamos lastimosamente el tiempo, me resultaban insufribles.
Pese a las dificultades de adaptación ese año me eximí de todas con el promedio más alto.
Fue ese periodo en el que me interpuse muchas noches en las peleas a golpes entre mis padres, y al llegar las vacaciones antes de ir a ocupar su puesto en el hotel de Mar del Plata mi madre decidió separarse.
El segundo año lo comenzamos viviendo en un altillo de la casa del tío Miguel de mamá, antiguo refugio de ratas.
Logré evadírme  vinculándome al ilegal centro de estudiantes y a los idealistas movimientos juveniles de izquierda, que me permitieron abstraerme de las desventuras cotidianas.
Un anochecer concurrí por primera vez a un local partidario. Cuando llegué la sección especial de la policía que se encontraba adentro me detuvo.
En el edificio policial de la calle Urquiza estuve firme de pié 24 horas. Nos interrogaron violentamente, tuve el honor de recibir tortazos en el estómago del mismísimo Subjefe Amoresano, irritado porque yo nada sabía de lo que me preguntaban, y ni siquiera podían señalar mis señas particulares ya que aún era una criatura imberbe.
Hacia fin de año me llamó el secretario de los Estudiantes Secundarios para que retirara toda la papelería de la sede de FESBA en la calle Charcas, antes de un allanamiento.
Yo me puse una boina,  un saco de lecherito, y en dos bolsas blancas de harina me llevé toda la papelería, no recuerdo haber sentido temor.
Ese año nos mudamos en un departamento oscuro y chico de planta baja, por el Once, que mi padre nuevamente había conseguido alquilar a la Administración Schindler. Pero como mamá rehusó volver a la vida matrimonial, el período en esa vivienda ue corto.
Ella compró la transferencia de locación de otro más grande, con habitaciones a la calle sobre Corrientes, a un matrimonio de actores, Rosemblum Melnik, contratados en Estados Unidos, y subalquiló temporariamente algunas, Uno de sus pensionistas fue el gran Jacob Ben Ami (considerado con el italiano Ermete Zacconni y el alemán Moissi los más grandes actores teatrales de la primera mitad del siglo XX) de gira por la Argentina.
En un barrio comercial me resultaba imposible hacerme de amigos, refugiado en la militancia estudiantil, pasaba de año sin pena ni gloria.
Durante las vacaciones trabajaba algún mes, ya en Mar del Plata ya en Buenos Aires. Voy a narrar lo sucedido mucho antes, una temporada mi madre, que no quería compartir la atención de la clientela del hotel con su hermano, a decir verdad ninguno de los dos lo deseaban,  tomó una concesión de limones de Misiones. Alquiló un local viejo, y una pieza de conventillo donde vivimos. Como los beneficios no daban para pagar un peón ella cargaba y descargaba los cajones de 23 kilos. Los que se ponían muy maduros  me  mandaba venderlos por los hotelitos con mi bicicletita. Un día la dejé estacionada en el cordón y la atropelló con su auto el dueño de la fábrica de  bicicletas “Brodway” quien prometió reponérmela, pero se debe haber olvidado porque quedé de a pié y seguí con la bolsita de limones al hombro.
Como no exigía nada y no advertían en mí alguien que les pudiera hacer competencia, fui designado secretario de organización de los estudiantes secundarios por la fracción de izquierda más numerosa, pero no pasé de ahí, el dogmatismo inflexible no me atraía; a la recolección de firmas por la paz y las campañas financieras, les prestaba relativa atención, me parecía que no contribuían a la madurez de ideas y a la reflexión, con todo era uno de los que más juntaban. En una jornada de afiliación hubiera correspondido que me dieran el primer premio, tampoco me importaba, se los dieron al hijo de un funcionario para ellos más seguro.
La Secretaria General, muy inflexible, expulsó a un buen muchacho y buen  militante porque dudaba sobre si en la guerra de Corea habían atacado primero los del Sur o los del Norte ¿quién podía saberlo? A ella la designaron para participar en el congreso de la juventud a realizarse en Varsovia. Quedé a cargo de los estudiantes secundarios durante casi un año, al término del cual me defenestraron, la principal acusación fue que cuando hablaba no miraba a los ojos, sino para abajo. Sigo conservando esa costumbre tal vez como un resabio de timidez.
Mi descenso fue abrupto, sólo debía participar de tareas técnicas, como llevar los periódicos al lugar donde el secretario de prensa, un sujeto de escasa inteligencia y groseramente autoritario dirigía la reunión.
Eso no era para mí y dejé de realizarlas. Cuando  comencé a trabajar como laboratorista de una fábrica me aparté casi completamente de la organización, lo que no obstaba para conversar sobre la vida y mis ideas con los obreros, entre los que me hice de entrañables amigos.
Recuerdo que cuando me trasladaron a juntar dinero, le comenté al Secretario de Recursos, un tallerista joyero con varios dependientes, cuanto me pagaban en la fábrica, casi el doble de lo que ganaba un peón, lo que me alcanzaba para mantener la casa de mi madre, y se burló del químico que trabajaba por chauchas.
Eran dos mundos no compatibles. Con el camión de la fábrica fui varias veces a los actos peronistas de Plaza Mayo, aunque yo no era peronista ni simpatizaba con el Líder, pero me oponía a una alteración del orden Constitucional que iba a constituir un retroceso.
Y después de tres años, en los que no había faltado nunca al trabajo, esa fue la causa  
de mi retiro.  Los militares que habían desplazado a Perón se llevaron presos a los delegados de las fábricas grandes, o medianas como la nuestra.
Yo concurrí a las reuniones de La Matanza, en las que mi experiencia política ayudó a constituir una comisión por la liberación de los delegados, trabajadores como nosotros,  que empleaban algunos francos gremiales en seguir construyendo sus modestas viviendas.
Los marinos a cargo de la zona, ordenaron la concurrencia a una asamblea en el depósito principal de semillas oleaginosas; después de escuchar sus razones pedí la palabra, el  Doctor en Química, director general (no era mal hombre, a él aludo en el relato “Cáscara gruesa, pulpa dulce”) se opuso aduciendo que yo no pertenecía al personal obrero sino al directivo. Señalé que si habían hecho una revolución en nombre de la libertad me tenían que dejar hablar y a continuación expliqué que los delegados eran simples obreros sin cargos políticos, que a lo sumo se habían beneficiado con algún franco restado a la actividad gremial.
Al día siguiente el Director me citó a su despacho para ofrecerme subirme el sueldo a casi el doble, una suma considerable, si dejaba de tratar totalmente a los obreros.
Los controles del Laboratorio, con solo un laboratorista y un ayudante andaban bien y prefería no cambiar.
Yo no podía trocarme en otro, y a cambio de preparar al ayudante para realizar los controles, que él podía supervisar, le pedí cuatro meses de sueldo.  Dicho y hecho, el aceptó y yo me hice de unos pesos; en vez de aprovechar la oportunidad de ganar un sueldazo quedé desocupado.
Durante varios meses me la rebusqué vendiendo muñequitos (Don Pipo, me agacho, me levanto y me da hipo) y artículos para bebes a pequeños comercios
Al año siguiente cuando me iba a casar con la compañera de toda mi vida, un domingo por la mañana llegó al departamento de la vieja por el Once, una delegación de obreros, desde La Matanza, con un regalo apreciado, la olla a presión último grito del progreso culinario.
Sinceramente me emocionaron.
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