Generando cambio

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El valioso aporte de Agua Clara... PDF Imprimir Correo
Escrito por Ediciones Agua Clara   
Lunes, 12 de Noviembre de 2012 00:00
Vida difícil 4 (final, la síntesis dejó los otros 2, de los 6 proyectados, para algún futuro)  –
De la depresión, a los estrenos teatrales. Y del trabajo duro a los últimos libros.
Lo que no valoraba era el enorme esfuerzo físico y mental que realizaba en cada emprendimiento y las peripecias a las que sometía a mi familia. Antes del año vendí el departamento al contado, importe con el que compre un pequeño petit hotel cerca del Abasto, por entonces zona muy desvalorizada, y me hice cargo de la hipoteca, que fuimos pagando con mi sueldo y el de mi mujer, quien ejercía la docencia. En la planta baja funcionaban las oficinas de la deshidratadora y en las tres habitaciones del primer piso vivía con mi familia. Cuando después de otros cuatro años, comprendí que lo único que les interesaba a algunos de los dueños de la empresa era hacerse de dinero fácil, aún a costa de un vaciamiento, renuncié. Me exigieron una cantidad de dinero que según ellos era deuda de honor. A los 37 años caí en una profunda depresión, de la que salí mediante la amistosa atención del Dr. César Augusto Cabral, y la firme actitud de mi mujer que sólo aceptó vender el petit hotel si nos quedaba el dinero necesario para comprar un departamento antiguo.
Así se hizo. Pensé que de una vez y para siempre me desvinculaba de esos falsos redentores, que manipulaban intereses y debilidades personales. Pero no fue así, antes de transcurrido un mes recurrieron a mí para que me hiciera cargo de la comercialización.
Con mi amigo Raúl Antón, y otro empleado de los que quedarían desocupados, constituimos una sociedad, cuyo único vínculo con la Deshidratadora era comercializar sus productos, pudiendo vender también los de otros productores. Y nos fue muy bien, ayudaba mi conocimiento sobre la mercadería. Alquilamos un viejo depósito cercano a Pompeya, e incluso instalamos algunos equipos para el control químico de la mercadería que recibíamos.
Antón alcanzó por primera vez en 50 años a comprar el departamento donde vivía, desgraciadamente fue sujeto de una practica médica aberrante y falleció, lo que narré en un libro anterior. Me quedé sólo.
Después de un par de años con los beneficios obtenidos, decidí comprar propiedades, tenía la intención  de vivir de los alquileres y dedicarme ¡por fin! a escribir. Les dejé la distribuidora de leche en polvo, sin que mediara retribución, a dos de los colaboradores, quienes continuaron la actividad alrededor de diez años.
En ese período escribí dos libros, uno de ellos impreso por entonces, otro más tarde, y siete obras teatrales estrenadas, con la relativa repercusión de los que no están vinculados al aparato crítico comercial y son duramente castigados, con la excepción de Emilio Stevánovich quien en 7 días comentó todos mis estrenos.
Por mi rechazo a la intermediación, tomé nuevamente el camino difícil.
Tenía en muy mal concepto de los agentes inmobiliarios, y compré en  remates judiciales, donde operaba una mafia combinada con abogados, martilleros, jueces, y ¡cuando no! La policía. Pero no era fácil de arriar y compré, algunas a ellos mismos,  revendí las que no se prestaban a la renta con y alquilé las otras.
Para evitar reyertas con los mafiosos, los fines de semana concurría a remates en la  Provincia, así fue que compré dos en la Plata, una que revendí y otra que me robaron con la complicidad del aparato judicial y la policía represiva de Camps.   
Sorpresivamente llegaron al departamento familiar dos Falcon  para  secuestrarme.
Vendado y amordazado llegué a lo que después supe que era Puesto Vasco,
Fui sometido a feroces sesiones de picana preguntándome por Graiver, el fundador de Papel Prensa. Yo no sabía ni de quien se trataba, ensimismado en una adaptación teatral del Quijote, como antes con la del Decamerón,
que  se representó en el Uruguay auspicio mediante del Instituto Italiano de arte, y Gargantúa y Pantagruel que se ensayó sin lograr estrenarse.
Tanta ignorancia ahondó las sospechas y las sesiones de picana.
Mi mujer realizó la inútil denuncia en la seccional de mi barrio, tenían orden de archivarlas sin más, y recurrió a un capitán de fragata retirado, quien había colaborado en la deshidratadora de leche , debíamos esperar nueve días, si para  entonces no aparecía la cosa era grave.
Al noveno día me hicieron firmar una declaración, vendado, sin posibilidad de leerla, y me trasladaron  primero al departamento de policía de La Plata, luego a la comisaría de Berisso.
Recién allí al reconocer a otros compradores en remates judiciales asocié el operativo a la mafia de los remates (reitero, compradores mafiosos, martilleros, personal judicial y policías) interesados en eliminar en su beneficio posibles compradores de los remates judiciales.
Transcurridos quince días de detención, hacinado en celda común con diversos delincuentes, el juez me dejó libre de toda acusación y conservando el buen nombre y honor que pudiere tener.
En el interín con la falsa excusa de una mora en el deposito judicial por la compra de la casa de La Plata,  ordenaron un nuevo remate, y me devolvieron el importe devaluado dos años después.
De allí en adelante cuando compré alguna propiedad lo hice a particulares en operaciones menos perturbadas por las mafias y los intermediarios, que viven rasguñando sin piedad.
Las mejores operaciones resultaron  varias casas de cuatro a seis unidades, ocupadas por inquilinos protegidos por la Ley de alquileres lo que reducía la renta a cero, por lo que se vendían muy baratas. Pocos años después cesó la Ley de alquileres y la renta subió.
Logré solventar el presupuesto familiar con holgura, pude estudiar teatro y luego escribir y dirigir mis propias obras, pero aunque tenía facilidad para el diálogo el mundo nocturno no era el mío, yo prefería acostarme a las nueve de la noche y levantarme a la madrugada.
Las circunstancias permitieron que pasara con mi familia los veranos en balnearios atlánticos y realizara viajes por la Argentina profunda.
Muy amigo del calor se me ocurrió comprar una casita arbolada  cercana a las Sierras Riojanas para refugiarme a escribir en invierno.
Mi primera compra en Aimogasta fue un fiasco porque la operación, realizada ante el abogado de la municipalidad, resultó falsa y perdí parte de la cuota inicial.
Volvímos sin desmoralizarnos, al pasar por Olta, tierra donde fue asesinado el Chacho, dimos con un pequeño lote olivícola en la Colonia O. de Ocampo y luego otro de 15 Has. con una vivienda tipo que compré en cifra módica.
Como las primeras cosechas no me las pagaron, decidí empleando mis conocimientos de química en alimentos preparar las aceitunas, es más transformé la producción y la elaboración en orgánica, acreditando una marca reconocida por ese sector. Agregué otro par de fincas de 15 Has.
El dificultoso emprendimiento, la existencia de pseudos oligarcas y  sátrapas condiciona las llamadas zonas pobres del país, me exigió dedicación casi exclusiva durante  treinta años, en los que crecí en experiencia sin obviar sacrificios personales. Durante varias cosechas y elaboraciones, hasta formar colaboradores, desde mediados de febrero a fines de abril, sólo dormía los domingos. Recuerdo que en los viajes a San Juan para comprar aceitunas crudas, nuestra capacidad de elaboración excedía lo que cosechábamos, llevaba un alfiler de gancho para, pinchazo mediante, no dormirme mientras manejaba.
El resto del año me abocaba a organizar la pequeña empresa, preferí mantenerme  al margen de la promoción industrial, y del  diferimiento impositivo a diecisiete años, promovidos por Menem, despilfarro de fondos públicos que disimulaban satrapías  más grandes.
Período en que no escribí regularmente, salvo poesías, y algunos artículos que publicaba “El Independiente” de La Rioja.
A los 77 años, cedí la explotación, incluido el capital comercial, al personal que quiso hacerse cargo. En los siguientes tres años me di por fin el gusto de escribir un libro de relatos: “Personas” deseos y angustias en el sube y baja, y otro de poesías “Sentires” reportaje a mi mismo, que espero  ver impresos.
Más allá de las contrariedades y sacrificios, digo con Violeta Parra: ¡Gracias a la vida, que me ha dado tanto!
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