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DE LA INFELICIDAD Y LA ANGUSTIA EN TIEMPOS SALVAJES
La aceleración con que vivimos es propia de la más cruda competencia,.
Distintos agentes al servicio de vaya a saber que intereses provocan la exasperación, la ansiedad y con ella una permanente angustia existencial.
Comenzamos la jornada sobre ascuas, a distancias apreciables o siderales de nuestros hogares, en medios de transportes colectivos precarios e impuntuales, o en autos, o motos, que exigen toda nuestra atención entre el fárrago del tránsito.
Mientras los teléfonos celulares avisan que hemos olvidado en casa la carpeta preparada para la oficina, pagar la cuota vencida, caldo ardiente en el somos cocinados por los bogas, o sencillamente que regresemos porque se ha descompuesto la línea de producción y fuimos suspendidos.
La publicidad nos hostiga, por nuestro bien, debemos comprar un último modelo como el que tiene equis, el nuestro no es digno de un jefe, un vendedor, o un comisionista, y si no tenemos auto nos ofrece el más económico y accesible para abandonar endeudados el transporte público (como en el aviso del estúpido que besa al colectivero); postergando el “depar” acorde a nuestra categoría, o a la mínima comodidad que merece la familia en una zona residencial, dime con quién te juntas y te diré quien eres.
Por no mencionar al televisor con los últimos adelantos (en cuotas parecidas a las que quitan el sueño), otras prioridades: el horno de la cocina esta hecho pelotas y el frizer de la heladera dejó de congelar hasta al bichito que nos remuerde.
Los llamados medios (diarios, emisoras de radio y televisión) alertan: en cualquier momento nos pueden afanar hasta la camiseta y pegarnos un tiro, o secuestrar a nuestros hijos y violar a la abuelita.
Hay que tener cuidado con los morochos (por desgracia la mayoría de los argentinos somos morochos) desconfiar aunque parezcan buenos…
Las autoridades insisten en subsidiar a los pibes hambrientos con el dinero que ya no recaudan las AFJP ¿Y qué consiguen? A algunas chiquilinas les hacen hijos, o abortan ¡qué horror! en un mundo superpoblado.
El agravamiento de la situación económica puede dejarnos definitívamente en pelotas y sin derecho a comprar dólares, billetes impresos en otro lado y bastantes descontroladitos con los salvatajes bancarios (y banqueros salvados hace rato). Aunque ni soñemos con viajar fuera del país, el asunto es atesorarlos.
Tenemos hasta una mujer Presidenta y por costumbre a las mujeres las insulta cualquier infeliz.
En fin, los tipos de los medios (tipos medios, ni mayúsculas, ni minúsculas ) nos vuelven locos, está todo mal.
No hablemos del campo, ni del cambio climático, los cultivos intensivos envenenan a la gente, y se han morfado a los campesinos familiares, y hasta a los pequeños y medianos, unos arriendan los campos, otros se trasladan a la proximidad de las villas miserias en las grandes urbes, previo apoyo a los caudillitos regionales de su provincia.
Los yoyega almaceneros desaparecieron, reemplazados por enormes cadenas de super- mercados, cuyo mérito es llevarse las ganancias del país, para eso estamos obligados a facilitarles dólares a precio oficial, y que los demás paguen el negro, llamados blue porque es más disimulado y se presta a decolorarlos, o a blanquearlos.
Cuando para olvidarnos tomamos un par de copas somos considerados borrachos y no te digo nada si nos pillan con un porrito, o pegando algún narigazo, sólo posible en zona liberada, palacete, o antro que se pone con la cuota.
Como recreación nos queda el negociado del fútbol, que nos empacha hasta dejarnos dormidos en el sillón, porque ir a la cancha encierra peligros.
Los organizadores de la matufia, transferencias e intermediarios mediante, tienen barras de sicarios a sus órdenes.
De los que siguen aguantando audazmente, nos inspiran diversos relatos que, con suerte, agruparemos en un libro impreso.
Ediciones Agua Clara – www.edicionesaguaclara.com.ar-
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