Generando cambio

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Escrito por Ediciones Agua Clara para NUEVO PAÍS   
Lunes, 18 de Febrero de 2013 11:02

LA GALLEGUITA Y EL MAGO DEL PAPEL MACHÉ (Milagros de la mestización)

Historia inicialmente triste con final abierto.

(A la gran escritora brasileña Nélida  Piñon y a mis amigos uruguayos.)
Comenzaremos por incursionar en el tema de tantos novelones o telenovelas, el de la pobre galleguita. En nuestro caso, no alcanzó la felicidad, ni la relativa realización que nos puede
ofrecer la vida, vía amores y matrimonio con un miembro de la aristocracia, ni con una herencia, o golpe de suerte, nuestra historia es más pedestre, real, repetida en millones de casos, tan creíble que hasta puede confundirse con …, pero basta de prolegómenos y vayamos al grano.
La galleguita hacia 1880 no había alcanzado aún la pubertad, tendría diez, u once años, cuando se le presentó la oportunidad  de acompañar como lazarillo  a un viejo pariente ciego hasta América, donde sus hijos se ganaban el pan. Y justamente de pan se trataba, o de polenta, tocino, leche de cabra, y esas cosas que entre los duros montes seculares nutrían escasamente a su familia, del pan que dejaría de consumir la galleguita y alimentaría a los demás. No imaginen crueldades, mucho vacilaron y lloró con su madre antes de enfrentar tal porvenir, pero a la fuerza ahorcan.
Las lágrimas de la galleguita se fueron secando durante el viaje en carro, que pagaba el ciego, como el pasaje  en barco desde Vigo hasta el Uruguay, nombre curioso el de esos países extraños, como curiosas también le resultaron las tierras gallegas, pues nunca había dado un paso fuera de su aldea natal. Además el viejo llevaba buena ración de tocino,
queso y hasta pan blanco, que no le mezquinaba. La tarea le resultó liviana, acompañar, comer y mirar, sobre todo eso, disfrutar el paisaje antes de abandonarlo.
El viaje en barco fue más penoso, cientos hacinados en la bodega por casi dos meses,
con poco aire y menos de luz, conduciendo los pasos del ciego entre los cuerpos y los bártulos desparramados, para que hiciera las necesidades, lavarlo, darle la comida en la boca y cuidar que no la vomitara, siquiera fuera pasable, el bamboleo en la mar lo mareaba y había que limpiarlo de nuevo, con agua de un grifo distante, volcar los residuos del balde en el mar, enjuagarlo con agua salada, mientras en ese escaso tiempo fuera de la bodega el viento atemperaba las ganas de lanzar.
Dormía tirada sobre el equipaje, cuidándolo con su cuerpo, en sueños veía a su madre, al hato de  cabras que conducía entre las breñas  y hasta a la hornacina de piedras en las que cocinaban y calentaban con leña. No es tanto lo que sufría, ni lo que trabajaba, como lo que comenzaba a añorar.
Pero como todo lo bueno y todo lo malo, al llegar a un punto se acaba, al fin arribaron a la gran ciudad del país de destino. Los estaban esperando los hijos del ciego, dos muchachos que peonaban en construcciones, la nuera, el otro seguía soltero; las mujeres tan distintas a las que conocía  aparecían como de poco confiar, aún con el nietito mamón en sus brazos.
Medio albañiles al fin, consiguieron levantar con sus manos varios cuchitriles de ladrillos techados con chapas, el último para el viejo y su acompañante, que daban a un salón común para estar y comer, el único en el que la tierra estaba cubierta con una lechada de cemento,
En el barrio vivía sólo gente humilde y como quedaba a quince kilómetros de la capital, se podían mover con libertad, en fin, se respiraba, por algo  lo llamaban Aires Puros.
Lo bueno es que el terreno tenía como cincuenta metros de fondo, donde al volver después de diez o doce horas de trabajo pesado, sembraban zapallos, tomates, coles y otras hortalizas. El cuidado de la huerta estaba a cargo de la nuera, pero cuando avanzó el embarazo y luego con el rorro debió abandonarla, por lo que la galleguita fue bien recibida, además de cuidar al viejo instalado en una silla al alcance de sus ojos, le sentarían  los aires puros, mientras arrancaba las cizañas y cosechaba los frutos maduros.
Bien dicen que las apariencias engañan, porque la nuera no era tan mala, hasta le enseñó a deletrear en diarios  viejos, recogidos para envolver  algunas verduras que vendía para  ellos, al fin la familia que le había deparado el destino, comprar el diario era un lujo al que no estaban habituados, y aunque lo estuvieran no se lo  podrían dar. Las urgencias eran otras, a la fuerza, también aquí, seguían ahorcando.
La galleguita hacía de lazarillo, cuidaba al viejo, atendía la huerta, lavaba la ropa de la familia, limpiaba la casa y cocinaba, hasta el pan se hacía en la casa en un horno criollo a leña que alimentaban con la poda de los frutales y de los árboles que por ahí crecían, así fueran de madera blanda que rinde poco, además se ocupaba de los nietos durante los embarazos de la nuera que de eso no se privaba.
Pero no paraba allí, la galleguita había comenzado a menstruar, también debía cuidar su himen, de los arrebatos del soltero, que alcanzaba a manosearla, pero cuando intentaba echársele encima, ella gritaba, lo mordía lo que fuese, con tal de conseguir que descabalgara sin lograr su objetivo. Y hasta del casado, que habituado al coito nocturno, con el avance de los embarazos de su mujer, arremetía lleno de furia contra lo que fuese. De allí las pocas lágrimas de la galleguita por respetar las recomendaciones de su madre añorada, que eso era únicamente para marido legitimado por el cura, que si no terminaría en mujer de la calle, la  vida alegre, las putas. Y la galleguita apretaba las piernas y endurecía el ánimo.
Tal vez ese era su temperamento, o lo endurecieron las circunstancias, porque así fue durante toda la vida, poco afecta a los melindres y las demostraciones de afecto. El asunto es que el ciego prolongaba sus años, amenazando llegar a centenario gracias a los cuidados en los que fue marchitándose la juventud de la ya por entonces gallega, pero sólo en parte.
Un día, de repente, se murió el viejo,  la gallega liberada de la obligación de cuidarlo se sentía en deuda, incómoda con la familia que nada le reprochaba, por el contrario le estaban agradecidos, les costaba tan poco, algunos vintenes los fines de semana y las fiestas de guardar, que devolvía con creces con las ventas de productos de la huerta, para hacer justicia de eso le daban una parte, la atención de las varios botijas, creced y multiplicaos, y  el lavado y zurcido de la ropa de todos, que la de los albañiles solo ella la podía, después de remover la cal y la tierra romana, la mugre era más blanda,  remiendo sobre remiendo,
Ya estaba cerca de los treinta, o tantos y no quería quedar para vestir santos, aún  ardía como mujer. Le había echado el ojo a un vecinito  italiano, algo imberbe, de una familia que curiosamente tenía apellido español, que entre Morini y Moreno solo la pronunciación; cosas de Carlos V y otros monarcas por la península itálica, que a ella no le interesaban, sus ojos puestos  en el italianito tímido, y como él no se animaba, le tocó a ella empezar a sonreírle cuidando que los otros no dieran cuenta, para echar una parrafada políglota, cocoliche italiano con gallego castellanizado, en los atardeceres cuando sentada en la puerta esperaba su regreso del trabajo.
Sería tímido pero necesitaba mujer, y también la madre que había perdido hace mucho, pobrecito tan lindo, ella valía por las dos, le llevaba más de diez años y el amor se fue incubando.
La gallega guardaba casi todos los vintenes y los pesos de la verdura, porque solo había  gastado en algún lienzo con el que se cosía los calzones, las fajas que usaba para ocultar los pechos, o las alpargatas para no andar descalza.
Alcanzarían para la entrega de un terreno a plazos, y los materiales para una pieza, que lo demás vendría con el tiempo. Pero eso si, para entregarle en confianza tanta riqueza, además de los besuqueos y lo que él querría, conservado intacto aún mejor que el dinero, primero al registro civil, sin cuya libreta el cura no bendecía.
Hasta que estuviera avanzado el rancho  vivirían como hasta entonces, cada uno en otra casa, adelantándole el dinero con el que también le entregaría lo que con tanto celo había cuidado.
Durante todo el resto de su vida  juntos, bajo la férrea dirección de la gallega, siguieron agrandando la casa y haciendo hijos. Primero varias mujeres y luego dos varones, el mayor no superó la infancia, Dios sabe cuanto se sufre la muerte de un hijo, solamente se hizo hombre el nacido en el 1911. Y ya que estaba repitieron la huerta, vendía melones, sandías, zapallos, con un carro de mano, que arrastraba hasta el centro, sin descuidar el cumplimiento de la escuela primaria, delantal blanco, bien limpio, y el moño azul para que no lo tuvieran por zaparrastroso, como lo tenían por rebelde pero inteligente.
Ser mercachifle, aunque cultivara lo que vendía, no lo conformaba, y cuando algo se le ponía en la cabeza, se parecía al padre pero había heredado el carácter de la madre.
A los 18 años, considerada mayoría de edad por los empleadores, se presentó a Kasdorf, donde después de constatar que sumaba bien, logró ascender del carro de mano, a uno con caballo, flamante repartidor a domicilio de leche de la reconocida marca en envases de chapa, había que dejar el lleno y retirar el vacío. Le iba de parabienes, cobraba un sueldo exiguo, que se completaba con la comisión por nuevos clientes, todos los días conquistaba alguno,  y no perdía envases, que los descontaban al repartidor. Entre tarro y tarro conquistó en un caserón por  Carrasco, hasta donde llegaba para suplir las ventas que en los barrios populares mermaban, el corazón de la doméstica, una joven criolla muy modosita, con familia campesina afincada  en los pagos de Maldonado.
La crisis del treinta se prolongaba, la gente en vez de recibir el litro de leche envasada, compraba medio litro suelta, más barata aunque fuese aguada. ¿Y él que iba a esperar?
En Kasdorf le dieron un buen certificado y por recomendación de un cliente que ocupaba un alto cargo en la Municipalidad, consiguió que lo emplearan como peón de obras, de los que cavan zanjas en la calle. Con el sueldo seguro llegó el momento de concretar el noviazgo, la presentó a la familia, que quedó encantada. La gallega lamentó la pérdida de los indispen-sables pesos que aportaba el muchacho, las hermanas hacían costuras y hasta lencería fina,  cobrarlas costaba un triunfo, prefirió callarse la boca. ¿Qué le podía reprochar? El mozo siempre hacía lo que quería, tenía a quien salir.
Así se repitió la historia, compraron por Aires Puros, un terrenito a plazos y se armó el nuevo hogar, aunque con más variantes de las supuestas.
Es que él no había sufrido el desarraigo de la inmigración y gozaba con libertad de otras inquietudes,
El modesto peón cavador, leía libros y hasta pintaba cuadros inspirados en su humilde barriada. Es más, con otros muchachos formaron el Ateneo Cultural de Aires Puros, en un potrerito armaron una casilla de madera, se largaron a conseguir libros, celebrar veladas literario-musicales, unos tocaban guitarra, otros cantaban, y hasta armaron un conjunto para salir en carnaval.
Desgracias no faltaron, la mujer quedó embarazada y la cosa venía mal, finalmente parió mellizos, un casalito, pero no pudieron tener más hijos.
Justamente en ese momento se acumularon las contrariedades, un ingeniero de la Dirección
de obras que prefería a los sumisos aunque no rindieran, lo tomó entreojos. Cansado de tanta malevolencia se animó a discutirle, el otro amagó pegarle, mejor no lo hubiera hecho, el muchacho le ganó de mano y le fajó un palazo. Lo tuvieron preso como dos meses por lesiones menores y perdió el trabajo. Lo reconfortó la solidaridad de la familia, la gallega no sonreía pero lo que cocinaba también alcanzaba para ellos, hasta le mandó viandas a la comisaría.
Un pariente que vendía seguros para La Oriental, se ofreció a presentarlo, ese trabajo sin sueldo, a pura comisión no aparecía como una sinecura, pero en mal momento y  sin certificado de trabajo era difícil conseguir algo mejor. Le prestaron un traje que como andar,  le andaba holgado, manco para hablar no era, se había formado cierta cultura de autodidacta, y bastó para que lo tomaran a prueba. En Montevideo estaban todas las zonas ocupadas, le propusieron comenzar en Las Piedras y otras localidades suburbanas, donde tendría más posibilidades de hacer seguros, ya que el comercio atendía a chacareros, que mal que bien tenían con que pagar, el pariente debió adelantarle unos pesos para afrontar los boletos del ómnibus.
Los primeros tiempos fueron duros,  tenía que adquirir experiencia  para llegar al mínimo de primas que exigía la compañía, descubrir algún comerciante próspero que quisiera cubrirse, o uno en aprietos que se aseguraba “por las dudas se  incendiase el negocio”, a más de los viñateros, cuando la situación es crítica se vende más vino, preocupados por el granizo.
Infelizmente comenzó la segunda guerra mundial, los precios de los productos agrícolas subieron y la situación en el Uruguay mejoró.
Si la apechugó en tiempos críticos, con la reactivación  llegó a ser  uno de los que más seguros contrataba. Le propusieron formar un equipo, además de cobrar por los seguros que consiguiera él, percibiría un porcentaje sobre los logros de sus subordinados.
La bonanza le permitió ampliar su casa, hasta construyó un galpón taller donde se realizaba las pinturas y artesanías.
Hasta que tuvo la oportunidad  de revelar su talento. La Municipalidad de Montevideo organizaba concursos carnavaleros con gran participación popular, casi todos los barrios presentaban murgas, parodistas, comparsas, pero la fiebre artístico competitiva no había al-canzado a Aires Puros. Los muchachos del Ateneo meditaron sobre como participar, eligieron la categoría carrozas por los premios en metálico, con los que podrían ampliar el rancho sede social y compra algunas mesas, sillas, en fin, dar nuevo impulso a sus actividades. Pero presentar una carroza no era moco de pavo, debían alquilar una chata del puerto, tirada por percherones y comprar los materiales para armar la carroza. Nuestro hombre ya hecho y derecho, con culltivadas  habilidades, era el único que podía hacerse cargo del proyecto, tenía lugar en la casa, un espacio cementado la separaba del galpón y sobre todo disponía de  crédito para los materiales en el comercio del barrio, al que durante años había pagado puntualmente las libretas.
Cambió de rutina, a la consolidada clientela que contrataba los seguros podía atenderla por teléfono, para disponer de unos meses y entregarse de cuerpo y alma a la creación de la carroza.
Decir unos meses es un eufemismo, en Agosto comenzó a delinear el proyecto, se trataría de la carroza del Rey Neptuno Dios del mar, a bordo de una nave de recia proa, en la que dos grandes lobos marinos anunciaban su aparición soplando doradas trompetas, simultánea-mente para quel un enorme Neptuno, de papel maché con armazón de madera como toda la escenografía, saliera de su marítima cueva; saludaba alzando el brazo y emitía rayos de luz roja por los ojos, todo accionado por la persona oculta dentro del rey, quien accionaba mediante transmisión a pedal, además apretaba el fuelle para que sonaran las trompetas, encendía las linternas apuntadas a los ojos y hasta se daba tiempo para imitar feroces gruñidos. A los costados de la cueva dos bellas sirenas, las más lindas pebetas del barrio, disfrazadas de sirenas con corpiños, no eran tiempos de teta less, y las piernas ocultas tras una malla escamosa que simulaba cola de la mujer pez. Cada vez que el Rey salía de la cueva ellas le rendían pleitesía, para luego tirar besitos al público, que los requería ¡A mí!¡A mí. Tras la cueva, pulpos extendían sus tentáculos hacia la gente y feroces tiburones al abrir la boca exhibían dientes afilados como sables. Por fin al fondo del carro una multitud de botijas disfrazados de de delfines o veloces peces, casi ninguno sabía nadar, realizaban las piruetas y morisquetas que se les daba la gana.
Un gran éxito, los espectadores no se cansaban de aplaudir la carroza. La descripción literal no puede compararse al efecto que causaba, porque una carroza es como una escenografía, o cuadro en movimiento, hay que verlo, las palabras no alcanzan.
Los principales diarios del país, el de los blancos y el de los colorados, publicaron en la primera página la foto  de la carroza.
¡Pero cuánto trabajo! Más de seis meses durante los cuales los muchachos del Ateneo entregaron buena parte de su tiempo libre, primero mangar los diarios para el papel maché, que no era poco,  luego cortar varas de sauce para los armazones, preparar con harina y agua los tambores de engrudo para la pegatina, pintar la base sobre las formas secas, después de los retoques escultóricos del mago, a cargo también de la pintura definitiva.
La casa estaba llena de trastos, los chicos gozaban de lo lindo, pero la patrona no veía la hora de que esa locura terminase para dejar de lidiar con tantos colaboradores, recuperar la tranquilidad y dedicarse a limpiar como es debido. Por las ocurrencias del marido no ganaba para sustos, pero así y todo con los años lo apreciaba cada vez más íntimamente.
La expectativa era enorme, el esfuerzo fue recompensado con el primer premio del concurso Municipal. El entusiasmo fue inmenso, en su primera participación Aires Puros se alzó con el premio mayor. Los pesos recibidos alcanzaron para cancelar las deudas con los comercian-tes, comprar unas sillas para el Ateneo en el cambalache y guardar para la carroza del próximo año que superaría lo imaginable.
El diseñador del proyecto y director de la ejecución  sintió que su vida se enriquecía con esas realizaciones.
Fue pergeñando la nueva idea todavía mientras se construía el primero: El Egipto de Cleopatra, forzando la cronología histórica, con Ramsés, Tutankamon, los romanos y las odaliscas. Montada sobre uno de los recién incorporados camiones semi-remolques playos, que reemplazaban  en el puerto a las chatas. Dio la casualidad que su conductor,  un asisten- te al Ateneo que se daba maña para la mecánica, por lo que resultaba muy útil, y el dueño del vehículo no podía negar prestárselo durante el carnaval  a cambio de la mención de su empresa de transportes.
Inmediata a la cabina del camión se erigía la gran pirámide de la que salían y entraban  sarcófagos de los faraones. En su cúspide trunca a la manera de las pirámides mayas, Cleopatra sonriente en el trono saludaba tarareando melodías orientales, acompañada desde los escalones de la pirámide por árabes disfrazados con instrumentos de  utilería, que gesticulaban la música emitida por un gramófono desde el interior, a través de disimulados altavoces.
Al pié de la pirámide, en un nivel más bajo, centuriones de Julio César, combatían con sus espadas a gladiadores de circo validos de redes, tridentes, mazas redondas con múltiples puntas aguzadas y otras armas imaginarias. Esos simulacros de catchascancan payasesco divertía al público durante la lenta  marcha de la carroza. Por último a nivel del piso del semiremolque, tras un gran portal romano con la inscripción ”Biblioteca de Alejandría”, un amontonamiento irregular de supuestos libros a la manera de pirámide, revestidos por los reales de la  biblioteca  del Ateneo, mientras jóvenes odaliscas se colgaban o descendían,de los costados del semi`por escalas de caña tacuara para repartir panfletos, que los espectadores varones se disputaban de sus manos como si se tratara de frutos prohibido, en los que constaba: LEER LIBROS DESARROLLA LA IMAGINACIÓN Y LA INTELIGENCIA. Ateneo Cultural Aires Puros.
Las fotos de la esta segunda carroza volvieron a  aparecer en los principales diarios.
 Mientras los premios del concurso de otras categorías habían sido acordados,  el de carrozas se demoraba, sumiendo en la incertidumbre al director del proyecto y a sus colaboradores que temían alguna maniobra. . Dicho y hecho, como a los diez días de terminado el carnaval, cuando la gente ya estaba en otra cosa, fue dado a conocer y ni  mencionaba a la carroza de Aires Limpios, lo que provocó un repudio generalizado, hasta con pegatinas de carteles propios  de una campaña electoral.
Los participantes de los conjuntos carnavaleros, murgas, comparsas, parodistas, la gente morena de los barrios Sur y  Palermo, siempre solidaria, decidieron organizar una manifestación  frente a la Municipalidad  (18 de Julio y Ejido) que resultó tumultuosa.
El fraude amenazaba convertirse en un escándalo. Las autoridades no dieron marcha atrás, pero, para apaciguar los ánimos, otorgaron un premio  extra a la divulgación cultural,  al Ateneo de Aires Limpios, que apenas les alcanzó para pagar las deudas por las compras a crédito de los materiales para la carroza.
A nuestro artista del papel maché el fraude lo desilusionó, lo que contribuyó a que no repetir la experiencia, casualmente cuando se le abrían nuevas perspectivas, por un lado se habían acercado al Ateneo gente de la extrema izquierda legal, que lo requerían para engrosar sus filas, y por otro sus empleadores de La Oriental le ofrecían una ocupación que podía resultar mejor remunerada. Habían adquirido a la Urbanizadora  Parque del Plata, ese loteo, y querían designarlo representante para la venta de las fracciones en la zona Norte, la ubicada del otro lado del camino a Montevideo (hoy Interbalnearia), es decir la zona Sur, más cercana al mar, estaba vendida. Hasta le ofrecían entregarle una camionetita, a pagar en cuotas, para trasladarse diariamente hasta el lugar del loteo.  El nuevo empleo mejoró su situación económica y la camionetita, embanderada y con cárteles, servía de escenario a los oradores en los actos políticos del partido en  el que se había enrolado por sentimientos antinazis. Pero la gente estaba en otra cosa, pese a la multitudinaria  concurrencia a los mitines de los simpatizantes, en las elecciones les costaba arañar el tres por ciento.
Su esposa, la compañera de toda la vida, no compartía esas audacias, temía perder el bienestar alcanzado y que se viesen nuevamente envueltos en problemas.
Los lotes se vendieron  como pan caliente y el ganó buen dinero.  Además había reclamado los sueldos que debían abonarle según la legislación hacía poco aprobada, correspondientes al  largo periodo en el que le sólo le pagaron comisiones, dinero con el que decidió mandar edificar una casa frente al Arroyo Solís Chico e instalar una inmobiliaria
Su hijo alentado por las aficiones entre las que había transcurrido su infancia, estudiaba el profesorado de pintura, por lo que mientras tanto seguía viviendo en la casa familiar de Aires Puros.
Las circunstancias y la dedicación a su nuevo emprendimiento alejaron al flamante empresario de la militancia política, aunque nunca renegó de sus  ideas, por más argumentos  que esgrimieran sus competidores comerciales  para desacreditarlo.
Como en todo lo que hacía se entregó a la inmobiliaria  en cuerpo y alma, y logró posicionarla entre las más importantes de la zona, actuando con diligencia y no abusando de los clientes, a quienes les importaba más esa recta conducta, que su supuesta ideología política.
El hijo que ejerció el magisterio en pintura por treinta años hasta jubilarse, lo ayudaba en los momentos de más trabajo, los fines de semana y durante la temporada de vacaciones, para completar los magros salarios docentes.
Su compañera de toda la vida al ver alejarse las complicaciones pudo vivir tranquila, hasta los ochenta años, el llegó a  pasar los noventa.
De  la inmobiliaria se hicieron cargo con éxito, el hijo y una nieta que estudio administración,  quienes juzgaron necesario aplicar modernizados criterios, remplazando  el irrepetible vigor de su carácter y la dedicación sin horarios.
El nieto varón prefirió independizarse, estudió relaciones diplomáticas en Montevideo.


 








 
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