Un fantasma recorre la historia nacional: el de los empresarios
que tendrían patria y reinvertirían sus ganancias en beneficio del
crecimiento del país. Un mito que se renueva, y que siempre da pérdidas.
Por Juan Ciucci .-A lo largo de nuestra historia, diversos ciclos económicos
permitieron a los empresarios de nuestro país “juntarla en pala”, se
podría decir. O de un modo menos coloquial: de lograr una tasa de
rentabilidad tan alta que les permitió incrementar su patrimonio de un
modo extraordinario.
Es cierto que muchas veces esa riqueza debía ser compartida en parte
con capitales extranjeros; o que al depender tanto de la división
internacional del trabajo, su excedente no era aplicado a diversificar
su producción o ampliar mercados. En todo caso, esa riqueza no volvía al
país, se destinaba a la usura y la especulación, o se dilapidaba en
lujos y placeres.
Aun forma parte del habla cotidiana la expresión “tirar manteca al
techo” y sobran las anécdotas de la oligarquía viajando a Europa con
vaca y todo, para tener siempre la leche fresca. Los palacios de la
Recoleta son muestras de esa producción nacional desperdiciada en la
suntuosidad, como serán quizás mañana recordadas las lujosas casas de
los countries bonaerense o los interminables edificios santafesinos.
En el marco del sistema capitalista de explotación, la producción
social esta en manos de los pocos que se adueñaron de los medios de
producción. Y que pueden reclamar como propias las riquezas que esa
producción social genera. Por lo tanto, la utilizan o desperdician según
sus propios intereses, o por los intereses que les son creados.
En ese marco, apelar a la buena voluntad de los empresarios o a su
patriotismo ha demostrado una y mil veces ser sólo una quimera. Es el
Estado el que debe intervenir para lograr que esa riqueza nacional no
sea despilfarrada o utilizada en contra de los intereses de la Patria.
Esto no plantea soluciones, sino más bien una nueva encrucijada: ¿y cómo
se logra esto?
Ber Gelbard, aquel particular Ministro de Economía, era un empresario
que intentó organizar un grupo nacional, que trabajara a la par (más
bien al amparo) del Estado. Si bien su intento llegó al fracaso (aunque
aun queden rémoras de su CGE), permitía pensar un espacio empresarial
que entendiera las negociaciones necesarias con el Estado, como un actor
dentro de una economía planificada. Algo presente en los Planes
Quinquenales del primer peronismo, como así también en el Plan Trienal
planteado en la última presidencia de Perón.
En la actualidad, ante la falta de inversión y la necesidad de lograr
profundizar el camino que lleva el país, nuevamente se apela a la buena
voluntad de los empresarios nacionales. O para que no aumenten los
precios o para que reinviertan sus ganancias de un modo productivo en
nuestro país. A todo esto se suma la dificultad de pensar a las empresas
como nacionales, en la actual globalización financiera.
En tanto y en cuanto el Estado no tome medidas serias (y claro está,
con el apoyo de los movimientos políticos y sociales), los empresarios
seguirán intentando maximizar su tasa de ganancia a costa de quien sea y
cómo sea; como lo han hecho, hacen y harán. La Presidenta, en su último discurso, hizo referencia a la fábula de la rana y el escorpión. Que vayan sabiendo que no permitiremos que nos vuelvan a picar.
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