Escrito por Agencia Paco Urondo
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Martes, 03 de Noviembre de 2020 00:00 |
"Este texto no va dirigido para quienes están en contra de las tomas. Mucho menos para quienes festejaron el desalojo por parte de la Policía Bonaerense. Es un texto para los compañeros y compañeras que se indignaron al ver las topadoras y las casillas incendiadas."-Por José Cornejo*
Este texto no va dirigido para quienes están en contra de las tomas. Mucho menos para quienes festejaron el desalojo por parte de la Policía Bonaerense. Es un texto para los compañeros y compañeras que se indignaron al ver las retroexcavadoras y las casillas incendiadas. Mi visión nace de haber estado en Guernica entre tres y cuatro semanas, recorrer los cuatro barrios de la toma y cruzarla de extremo a extremo, pasar un día entero en el predio aunque no pernoctar, hablar con tomadores que dejaron la toma, de los cuales conocí cuatro familias y sus hogares originales, hablar con quienes fueron desalojados, hablar con vecinos aledaños que no tomaron. Hablar con funcionarios de alto y bajo rango. Por supuesto, también escuchar a los y las delegadas de la toma, que eran mayoritariamente militantes porteños. En síntesis, de ser el periodista que más estuvo en el distrito, a excepción de una colega. El objetivo es darle una causalidad a lo que ocurrió, proponer una explicación. Salir de la espectacularidad y el morbo de las imágenes y entender qué pasó. Para ello son determinante los hechos confirmados del jueves 29 de octubre por la mañana. Porque en tiempos de redes sociales y fake news, el ruido es ensordecedor. A saber: no hubo muertos, ni desaparecidos. Hubo 20 heridos, de ellos 14 policías y ninguno de gravedad. El desalojo del predio duró menos de una hora, la mayoría de los incidentes se dieron fuera del mismo. Hubo 37 detenidos, todos liberados entre las 15 y las 17 horas del mismo día. De los detenidos, solo tres habían estado en el primer censo de la toma, los demás eran activistas externos. Por último, las casillas comenzaron a arder antes del ingreso oficial de la Policía al predio. Hay versiones que indican que la Policía continuó quemándolas, pero es algo que debe chequearse. No aparece en las horas y horas de filmación que se tomaron. De aquí se derivan algunas conclusiones. La primera, y posiblemente la más relevante: el desalojo se pudo hacer en 40 minutos porque la cantidad de gente realmente pernoctando allí era mínima. Lejos de la tierra prometida que algunos vociferaban, la infraestructura sanitaria era nula, las condiciones climáticas muy adversas y las noches muy peligrosas. Me eximo de narrar capítulos ominosos que acontecieron. Cuando el Ministerio de Desarrollo de la Comunidad ofreció un subsidio para salir de allí, 722 familias acordaron el abandono pacífico de la toma. Nota: el número sigue creciendo. Es razonable deducir que las pocas personas que no suscribieron es porque no se enteraron del mecanismo. Vale recordar que un grupo de jóvenes impidió al Estado provincial el ingreso al mismo y este debió recibir a los tomadores en las cercanías de la Municipalidad. Otra demostración de la vacuidad del predio es que no existieron las miles de familias en la calle ni un campamento de refugiados. Los tres paradores dispuestos a contenerlos estuvieron prácticamente vacíos, como acreditan los periodistas que fueron a visitarlos. Si casi no había familias viviendo allí, ¿por qué fue necesario un desalojo de esa magnitud? Porque así lo definió el juez y el fiscal. Quien mejor explica esto es Horacio Verbitsky en una de sus columnas con Ari Lijalad. Y no se le puede adjudicar al kirchnerismo que no quiera modificar el Poder Judicial. La mesa de desarticulación Pero aún así ¿se podría haber evitado? ¿No había en marcha una mesa de diálogo? Había. Pero esa mesa que podría haber sido parte de la solución, fue parte del problema. Primero, porque la representatividad que tenía sobre los vecinos de la toma era mínima. Con escasas excepciones, no había representantes que pertenecieran a familias que dormían en el predio. Como el operativo interministerial estaba pegado a la estación de trenes de Guernica, a veces se veía llegar de Capital a algunos delegados. Segundo, porque muchas organizaciones no tienen ejercicio en la gestión, su gimnasia es bloquear las iniciativas. Nadie mejor para romper una asamblea que el Partido Obrero (PO). Cada vez que se llegaba a un pequeño acuerdo, siempre había un militante del PO para problematizarlo en la siguiente reunión. La actuación de este partido fue tan insufrible que hubo encuentros donde los asambleístas acordaron por unanimidad que los activistas trostkistas no debían hablar. Definición que por supuesto el PO acataba según su criterio. Tercero, el teléfono descompuesto. Las organizaciones no entendían la gravedad del asunto, no escuchaban las propuestas del Ministerio de Desarrollo, no se ponían de acuerdo entre ellas y comunicaban una versión muy libre de lo acontecido a los habitantes de la toma. Dos ejemplos. El jueves 29, luego del desalojo, una pareja con un bebé en brazos le explicó a los funcionarios que nunca se habían enterado de las ofertas del Estado para abandonar la toma. Otro: en la última reunión con la mesa de articulación, una mamá con una chiquita encima tomó conciencia y expresó “pero entonces ¡un desalojo es algo muy peligroso!” El resultado de estas dinámicas fue una dilatación exasperante. Después de casi de dos meses de idas y vueltas, vencidas todas las prórrogas y ya en el periodo dictaminado de desalojo, la mesa de articulación quedó en firmar un acuerdo final el martes 27 de octubre. Dejó plantado en el Municipio a autoridades de la Provincia y a sus propios abogados hasta la 23:30, cuando finalmente comunicó que no asistiría. También sufrieron el plantón telefónicamente el juez y el fiscal, que dieron por finalizadas las negociaciones. Una observación más: el militante setentista podría pensar que detrás de la postergación constante había una estrategia insurreccional. Que se estaban preparando trincheras, parapetos y había entrenamiento militar o al menos de combate callejero. Nada de eso. Apenas una carrocería quemada y un charco inundado en uno de los múltiples accesos. En síntesis, sobre las necesidades y los riesgos reales de las familias de Presidente Perón, una estudiantina de la Facultad de Filosofía. ¿Podría haber ayudado el periodismo? Obviamente los grandes grupos hegemónicos van a defender la propiedad privada. Pero incluso dentro de ellos existen trabajadores y trabajadoras sensibles cuya cobertura puede aportar a no agudizar el problema. Los periodistas de Clarín que firmaban las notas por lo general fueron moderados en sus objeciones y así en muchos otros medios. En este marco hay que resaltar la tarea de Inés Beato de La Nación, que vino personalmente al predio y Andrés Klipphan, que trabajó incansablemente y su posición se hizo menos severa a medida que fue comprendiendo la gravedad del asunto. También toca exigir mayor profesionalismo en los medios que se suponen contrahegemónicos. Por supuesto que hubo quienes fueron prudentes desde el principio con las tareas que se estaban llevando adelante, como Gustavo Sylvestre (C5N), Ari Lijalad (El Destape) y Mario Novas (Radio 10). Pero la mayoría descubrió Guernica la mañana del desalojo y rindieron pleno homenaje a Hablemos sin saber de Yayo Guridi. Otros tantos venían siguiendo el asunto pero adolecían cuando la prensa troskista los corría por izquierda. Así terminaron reproduciendo la agenda de esos partidos, convirtiendo un páramo violento en la Cuba paradisíaca de 1959. Por supuesto, hay que destacar a Irina Hauser de Página/12 y Juan Amorín de Futuröck, ambos colegas en C5N, que si bien tenían lecturas muy críticas respecto del desalojo, aceptaron discutir sus enfoques e incorporaron elementos nuevos. En este sentido, quizás la mejor haya sido Belén Bartoli de El Destape Web, que pasó una jornada entera en Guernica y también pudo completar sus preconceptos con los acontecimientos que se iban dando. Seguramente se me están escapando otros buenos y esforzados colegas. A modo de conclusión ¿Hay una justicia de clase? Sí ¿Se podría haber evitado el operativo policial? También. Pero para eso se necesita un activismo político inteligente y un periodismo responsable. Que comprenda las correlaciones de fuerza, las divisiones y funciones dentro del Estado, que estudie los procesos legales, que sepa cuándo una oferta se vuelve conveniente ante el riesgo de la violencia de la clase dominante. Se necesita una izquierda consciente de las necesidades de su Pueblo. Que las necesidades de su aparato no la lleven a usar a los desposeídos como peones. Finalizado el desalojo, solo un militante del FOL se acercó a los paradores para ver cómo estaban las familias desalojadas. Pero ¿qué se puede esperar de una fuerza que expulsó a su octogenario fundador, que le cambió las llaves de su local partidario y le hackeó su cuenta de correo? *Director de Agencia Paco Urondo
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