Escrito por Jorge Rachid
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Miércoles, 25 de Noviembre de 2020 00:01 |
El General Lázaro Cárdenas al tomar el gobierno en México le preguntaron con quién gobernaría, contestando “con mis generales”, a la repregunta de si los consideraba aptos, les dijo “si ganaron todas las batallas…aunque no sé, si resistirán un cañonazo de un millón de dólares” Cuando Hannah Arendt, filósofa del siglo XX, asistió al juicio de Eichman, oficial de las SS, el asesino nazi, en Israel secuestrado por la Mossad en la Argentina, en la década del sesenta, describió “la banalidad del mal”, al observar y reflexionar, como un hombre común, “buen padre de familia”, amiguero, pudo planificar, fríamente el genocidio de millones de personas, con los traslados, los pabellones , los trabajos necesarios, las cámaras de cremación y exterminio de personas, la separación de los bienes y objetos personales, a los cuales explicaba, como el hecho de cumplir órdenes administrativas…
Estad son reflexiones me sirven para comenzar una búsqueda, a veces imposible de prever, sobre los comportamientos humanos a la hora de la verdad, que se da cuando se ejerce el poder, de cualquier naturaleza o se encuentran en una situación límite. En ambas situaciones lo mejor y lo peor del ser humano salen a luz. No es fácil abordar un tema delicado desde una síntesis tan acotada, pero he decidido avanzar sobre estas reflexiones, aun a riesgo de ser malinterpretado, sobre situaciones que se van naturalizando, en el mundo de la política, de aceptar pasivamente, como a lo largo de los años en especial desde los 90, compañeros de lucha contra las dictaduras, militantes comprometidos y audaces, frente a la posición de ser funcionarios, comienzan a cambiar sus utopías por lógicas justificativas, antes que análisis políticos, sus objetivos coyunturales olvidando lo estratégico, con justificaciones antes que con explicaciones. Es difícil el análisis porque siempre se va a pensar, que la descripción de temas que son singulares, pertenecen a personas, nunca generalizaciones, puede ser tomado como una crítica a la política, que quien la ejerce con violencia, es el neoliberalismo en forma cotidiana. Nada más alejado de esa intención, de criticar la política, al contrario, intento fortalecerla en esa búsqueda de principios, esta síntesis, que alerta sobre los acontecimientos que se hicieron naturales, en algunos casos, sobre situaciones económicas personales de compañeros y que eran humildes al momento de asumir, al dejar la función. Peor otros aún, que además de enriquecerse, cambiaron sus ideales por “efectividades conducentes”, que al estilo de Bulrrich, saltando a posiciones extremas, supuestamente ideológicas, que dejan de serlo, transformando la política, en un hecho degradante, persiguiendo mapuches u ocultando sus asesinatos e inventando un crimen que nunca existió, como el suicidio de Nisman.  Otros que después de haber sufrido hasta cárcel, toman el camino del enemigo, como Moldes, el fiscal, que se transforma en un enemigo acérrimo de su propia pertenencia política, como persiguiendo su imagen espejada, la que no resiste ver, a la luz de su posición actual, como cuando se está donde no se quiso estar y se dice lo que nunca se pensó en decir.  No hay peor situación de un ser humano, que vivir una vida, en la que debe dar explicaciones a su vida anterior. Pero hay cientos de situaciones con las cuales se convive en la política cotidiana, en donde las asimetrías entre compañeros, de recursos diferentes, tienen justificaciones banales, como aquella que dice que “para hacer política, hace falta dinero”. Esa frase terrible, es la base de desviaciones prácticas de compañeros que piensan bien, pero actúan mal, cuando de financiamiento hablamos. El poder hegemónico justifica sus saqueos, con la misma lógica, que es individualista, neoliberal y egoísta, que desconoce al otro y avanza con herramientas perversas, que se tratan de explicar con grandes objetivos posteriores. Si las herramientas son perversas, los fines también lo son. Esa tesis es similar a la teoría del derrame, pero política, que dice necesitar plata, para alcanzar objetivos estratégicos, que siempre se colocan al lado del pueblo. Falacia. Si fuese así, ninguna revolución, democrática como el peronismo o violenta, se hubiese realizado con éxito, porque el poder de fuego económico del enemigo, es siempre superior al de la militancia política opositora.  Esa militancia resistente, necesita fuertes convicciones, estrategias inteligentes, voluntad y compromiso político, amor al pueblo, humildad en el proceder y en la vida, escuchando las verdades de la comunidad, que en conjunto nos brinda razones, con memoria histórica. No se trata de proletarizarse, al estilo de los troskistas del siglo pasado, siempre pensando en vanguardias esclarecidas, como se piensan a sí mismos algunos militantes, que pierden la brújula en el funcionariado, con convicciones de iluminación, que irradian desde sí y para sí. Por suerte no es lo habitual, pero cuando suenan los tambores del enemigo sobre la corrupción nuestra, intentando tapar sus propias cloacas del saqueo, de la destrucción del país y la exclusión de pueblo, debemos recordar el dicho popular: “la mujer del César además de ser honesta, debe parecerlo”  El peronismo lejos de intentar parecerse al enemigo, siempre ha respondido, profundizado sus políticas sociales, ampliando derechos, transformando las estructuras económicas del coloniaje. Por eso siempre será acusado por el poder económico hegemónico, que al ver cercenados sus privilegios en la distribución de las riquezas, ataca.  Pero además debemos recordar los consejos del viejo y sabio General: “el hombre es bueno, pero si se los controla mejor” Sintetizando este difícil análisis sobre nosotros mismos, debo decir que no hay gestión sin ideología, ni ideología sin gestión, como tampoco existen justificaciones para mejorar las vidas personales, al calor de las prebendas del Gobierno, cuando millones de argentinos están en situación de pobreza, porque nuestro compromiso con la Justicia social no debe ser manchada, por ninguna circunstancia justificativa de la supuesta necesidad política. Nuestros sueños no incluyen vidas fáciles, porque el proyecto de vida, que significa ser militante del campo nacional y popular, por lo contrario promete sacrificios y dolores, al servicio del pueblo. Alguien dirá que es casi un sacerdocio y es así, porque la vocación de servicio no puede traficarse, ni esconderse detrás de otras, que no sean sus propias realizaciones, al servicio de la construcción de una sociedad más justa. “Nadie puede aceptar un cargo, del que no esté dispuesto después a dar explicaciones, de su accionar”, nos sigue diciendo el sabio General. Así como no se acepta en las FFAA la obediencia debida, no debe suceder lo mismo en la política y menos en el funcionariado, ya que se supone que los militantes que han arribado al cargo, tienen en su larga preparación, en la barricada de la lucha, el pensamiento crítico para enfrentar situaciones difíciles, que siempre suceden en el poder y exigen decisiones complicadas, límites en algunos casos. Sólo la inteligencia de ese pensamiento crítico, permite al militante funcionario, saber cuándo se siente contenido o no por la política en curso. Cuando no lo está debe retirarse, porque la carrera del militante no es ser funcionario, sino perseguir las utopías, construyendo herramientas junto al pueblo. Menos aun fundando dinastías familiares o de círculos, que ya están consignados como desviaciones, en las 20 verdades peronistas. Los peronistas no aceptamos la corrupción de ningún tipo, sólo la solidaridad social activa. Todo aquello que desvíe recursos del pueblo, todo los que signifique un deterioro del financiamiento público y de los sistemas solidarios de nuestro pueblo, traición a los principios y al pueblo. Ni Perón ni Evita dudaron en apartar situaciones de este tipo, aun comprometiendo afectos, llegando a expulsar gobernadores de provincias por esa razón. No hay nada superior al pueblo en el interés del ejercicio de la política, en el Movimiento Nacional y Popular. El enemigo, el poder económico concentrado, es el principal corruptor, el que ejerce la presión para controlar y manipular, para preservar sus posiciones de privilegio. Aquel funcionario que acepta un “retorno”, pierde su libertad, además de su identidad militante, y comienza a ser empleado del enemigo, como lo hemos observado a lo largo de la historia, que lo usa y después “lo denuncia”, enterrando la política en su ética pública, para denostarla. PRIMERO LA PATRIA - www.lapatriaestaprimero.org
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