Escrito por Agencia Paco Urondo
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Lunes, 07 de Diciembre de 2020 00:00 |
"Es urgente legalizar la interrupción voluntaria del embarazo, porque es un tema de salud pública y de justicia social. Pero, al mismo tiempo considero también urgente dar otro debate por el deseo y la vida".- Por Sofía Guggari
Por decisión de la autora el artículo contiene lenguaje inclusivo. ¿Por qué será que para esta práctica no hay sustantivo posible? M. Rosenberg Me hice un aborto a los 20 años. Lo realicé en una clínica clandestina. Pertenezco a ese sector social donde abortar no es sinónimo de muerte, pero sí, y esto atraviesa a toda la sociedad, sinónimo de herejía. La clandestinidad del aborto envuelve todo lo que tiene que ver con la intervención en sí misma y muchísimo más. En mi caso, el auto que te lleva, cómo entrás a la clínica, la espera silenciosa entre miradas compañeras que aguardan, la salida rápida y disimulada, el pedido de lxs medicxs practicantes que eso no puede decirse a nadie, las miradas humillantes incluso de amantes o amigxs, los discursos en los medios, en las facultades, en la familia, en las redes sociales, el ocultamiento a lxs medicxs ginecolgcxs cuando te preguntan si te hiciste alguna intervención, el terror a creer que si lo decís podes ir presa, o a que no te quieran o acepten porque hiciste algo monstruoso. La narración de un aborto nunca pasa desapercibida. Conmociona, aterroriza, incomoda a quien o quienes escuchen la confesión del acto. Porque todavía, lamentablemente, tiene ese carácter confesionario, de quien ha cometido un crimen. Entonces se debe pagar por lo menos - ya que no se puede salir ilesa- con culpa y vergüenza. Interrumpir un embarazo o hacerse un aborto es más viejo que nuestras tatarabuelas. Y segurísimo que ellas abortaron. Más viejo que las Iglesias y los Estados. Que las leyes y los hospitales. Práctica milenaria y parte de la vida de los cuerpos gestantes y para muchas culturas no-gestantes también. Todavía en el closet de lo indecible, lo oculto y lo negado, funciona como reverso del relato hegemónico. Es una interrupción también al discurso heteropatriarcal y occidental. Pone en discusión qué es la salud, qué es lo normal, qué es el placer sexual y el erotismo si no está subsumido a la reproducción social, qué es una familia, qué es la maternidad, qué es la paternidad, qué se espera de una feminidad o una masculinidad. Por eso es un acto tan desestabilizador y al mismo tiempo un acto que todavía necesita narrarse en el mito social actual. Dice Marta Rosenberg (2017) que el aborto en nuestras sociedades es una práctica tabú, o sea una práctica que queda excluida de la posibilidad de simbolizarse. A diferencia de una prohibición, que es parte, en tanto prohibición, de las significaciones e imaginarios disponibles en lo social; lo tabú es lo proscripto, lo que no existe. Queda del lado de lo siniestro, pesadillezco y traumático, siempre. Y así, quien aborta como una figura degradada, abyecta, enferma, "sin corazón", infantilizada, estigmatizada ante la mirada de lxs otrxs. Entonces, ¿dónde queda la autonomía, sinónimo de salud, de quien decide realizarlo? Interrumpir voluntariamente un embarazo, implica esa voluntad distinta, insurrecta, no catalogada en lo que se espera de una feminidad occidental, no opuesta al maternaje, pero sí poniendo en jaque su mandato. Hablamos de una voluntad y también hablamos del deseo. El deseo de abortar cuando se vive un embarazo no deseado. Subjetivación femenina A los cuerpos que nos han subjetivado como feminidades, nos han educado para hacer silencio, para no ocupar mucho espacio, para no molestar, para complacer a lxs otrxs y estar atentas, siempre atentas de darle un uso social a eso con lo que hemos nacido y de lo que no podemos escapar: nuestro cuerpo gestante. Portar un cuerpo que gesta es ante todo portar con un mandato. Entramadxs en un sistema de significaciones, imaginarios, representaciones, sentidos en los que se espera, ante todo, que seas madre como un camino obvio, esperado y normal. Entonces ese cuerpo gestante-mujer-madre-criadora se vuelve un destino - no solo para el mismo cuerpo-, sino también para ofertar a los demás. La maternidad fue y es, todavía en algunos casos, la manera de valoración social y pública para muchas mujeres. Basta mirar los títulos de las tapas de algunas revistas actuales mainstream para darse cuenta de esto. Incluso desde la salud mental durante mucho tiempo se pensaba (y en los peores casos se sigue pensando) a la maternidad como salida saludable o normal de la feminidad. Feminidad en tanto entendida como existencia castrada en el inconsciente: con el hijx se recupera algo que nos falta biológica o estructuralmente. Por tanto, si lo femenino se define, se transmite, se educa, se idealiza desde una falta, la complacencia, la abnegación, la pasividad, la maternidad; no cumplir con estas expectativas, mandatos, supuestos de salud, guiones para seguir una vida reconocible y aceptable para lxs otrxs, para lo femenino se vuelve una encrucijada. Se vuelve un crimen. Y el crimen se paga con penalidad. Desmoralizar el deseo Es urgente legalizar la interrupción voluntaria de embarazo, porque es un tema de salud pública y de justicia social. Pero, al mismo tiempo considero también urgente dar ese otro debate que atraviesa, acompaña, que pareciera estar más allá, pero siempre es más acá. Y toca nuestra cotidianidad. El debate por la desmoralización de esa elección.: del deseo y de la vida. Hay una foto de un esténcil que anda circulando en las redes que dice: "Educación sexual para descubrir, anticonceptivos para disfrutar, aborto legar para decidir". Esa sutil transformación de la frase original cambia el sentido y ubica el punto nodal de la cuestión: ¿Que es una vida? La vida, ese concepto de vida que se usa para argumentar en contra de la legalización del aborto, es el concepto heredado de la época en que la iglesia y la ciencia se aliaron para producir colonias. La vida que se defiende cuando se defiende una interrupción voluntaria de embarazo es esa vida que brota a pesar de los individuos, de las morales, de las definiciones, de la biología y de los decires biempensantes. Es eso que te hace buscar por todos los medios cuando estás en una situación de coerción, seguir existiendo, deseando, amando, cuidando, proyectando. Es ese temblor que pulsa. Que a pesar de todas las voces que gritan "te convertirás en asesina" y te seguirán diciendo luego en cualquier momento y lugar: "¿Cómo pudiste matar?", a pesar de eso, pulsa como germen vital y singular. Esa vida nuestra que defendemos como comunidad.
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