Escrito por Agencia Paco Urondo
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Domingo, 30 de Mayo de 2021 00:00 |
Jodie Snyman, una agente de la policía de Sudáfrica, investiga el tráfico y la desaparición de niñas mientras alguien aplica justicia por mano propia con los responsables. Basada en hechos reales, el sentimiento de impotencia marca el camino de esta historia.- Por Agostina Gieco
A finales de la década de 1980, Gert Van Rooyen y su pareja, Johanna Haarhoof, ambos a cargo de un negocio de construcción de edificios, secuestraron a seis niñas en Sudáfrica. Nada se supo de cinco de ellas y sus cuerpos nunca fueron encontrados. La sexta, Joan Booysen, tras haber sido esposada, drogada y agredida sexualmente, logró escapar de la casa donde estaba cautiva y alertar a la policía. Cuando Van Rooyen notó la fuga le disparó a su mujer y se suicidó, evitando una condena formal. De igual manera, fue hallada evidencia que demostraba su culpabilidad. Yo soy todas las niñas cuenta la historia de Jodie Snyman (Erica Wessels), policía sudafricana que investiga el tráfico de menores a Medio Oriente. La película, ambientada en la actualidad, retoma la declaración que dio Gert de Jager (J. P. du Plessis) en 1994, quien en prisión admite que junto a su pareja secuestraba niñas para intercambiarlas por petróleo, pero aclara que estaban cumpliendo órdenes de personalidades reconocidas del ámbito político. A partir de allí, la investigación se enfoca no sólo en tratar de encontrar a las jóvenes desaparecidas, sino también en acabar con una red de contrabando de personas que excede todo tipo de límite geográfico, moral y humano. En paralelo, alguien sigue el rastro de varios de los involucrados y decide actuar por su cuenta. El film, dirigido por Donovan Marsh, conocido por Misión Submarino, toma un pequeño aspecto de lo que fue el caso real y lo tergiversa. Desde el vamos, los nombres de las niñas, como debe ser, son modificados, pero cabe la crítica en el cambio del perpetrador. Luego, el desfasaje temporal y de desenlaces, cuando en realidad Van Rooyen no piso prisión. Sin embargo, más allá de estos detalles iniciales, la producción cinematográfica es acertada. El hecho de incorporar la temática apunta a visibilizar que, aún hoy, miles de niños, niñas, adolescentes y adultos son víctimas de contrabando, sin importar su edad, género o nacionalidad. Según el Informe Anual de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) realizado en 2020 y basándose en datos de 2018, de cada 10 víctimas, la mitad son mujeres adultas, y 2 son niñas. A nivel mundial, se estima que fueron casi 50 mil las personas secuestradas, de las cuales los menores de 18 años representan un tercio del total. Si tomamos regiones específicas, como África Subsahariana, la mayoría son niños y niñas, mientras que en Europa del Este y Asia Central hay una alta proporción de adultos. Cabe destacar que los datos representan casos reportados de manera oficial por 148 países, por lo que hay personas y cifras que aún se mantienen desconocidas y podrían generar aumentos exponenciales en la estadística. El tráfico de personas, junto al comercio ilegal de armas y al contrabando de drogas, se halla entre los “negocios” que mayor dinero recaudan anualmente. El informe citado sostiene que entre los motivos principales del secuestro se encuentra la explotación sexual, que acapara la mitad de los casos detectados. Le siguen trabajos forzados, realizar actividades delictivas, casamientos contra voluntad, extracción de órganos y venta de bebés. En definitiva, y a grandes rasgos, Yo soy todas las niñas es una película de ficción que se basa en una pequeña fracción de un hecho real, para exponer y denunciar otra mayor. Una opción traída por Netflix que busca poner a prueba nuestra empatía y conciencia, pero que, sobre todo, apunta a que nos preguntemos por qué ocurre aún en la actualidad.
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