Escrito por Agencia Paco Urondo
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Viernes, 20 de Mayo de 2022 18:24 |
Un análisis de las causas que llevaron a China a ser la mayor potencia mundial en ascenso. Publicado por el Instituto Tricontinental de Investigación Social, el texto "China en el (des)orden mundial", muestra la historia pre-revolución maoista, pós-muerte de Mao y la posición del país asiático hoy en industria, tecnología, ciencia y educación, entre otros aspectos.- Por Gabriel Merino, Julián Bilmes y Amanda Barrenengoa*
A partir de la presentación realizada en el 1° Cuaderno de este proyecto acerca de las seis dimensiones y características del proceso de transición histórico-espacial del sistema mundial, recuperamos aquí la primera de aquellas tendencias en curso: el ascenso de Asia-Pacífico, en general, y China en particular. Luego de ciertos indicadores que encuadran este proceso, abordamos tres etapas desde la Revolución china de 1949 (precedida por la revolución de 1911) hasta el presente, en perspectiva histórica y con énfasis en los distintos indicadores de su ascenso en el escenario mundial. Asimismo, se recorren las áreas en las cuales hoy el gigante asiático despliega su superioridad estatal y su proyecto geopolítico, mostrando algunas cifras de su ascenso. Por último, analizamos los significados de estas transformaciones para los procesos de liberación y autonomía del Sur global reflexionando sobre la idea de modernización. Introducción La (re)emergencia de China y la región conocida co1mo Asia Pacífico como eje central de la economía y la política mundial nos indica un hecho fundamental de este siglo XXI, de enormes implicancias geopolíticas, geoeconómicas y geoestratégicas. Para abordar este proceso, lo situamos en relación a una nueva fase de desorden global a raíz del resquebrajamiento del orden configurado a partir de la hegemonía estadounidense (o anglo-estadounidense) El mundo actual deviene hacia la profundización de una multipolaridad relativa de tendencias contra-hegemónicas sistémicas, que adquiere por momentos ciertos rasgos bipolares por la centralidad que tiene el ascenso de China, pero en escenarios de proliferación de distintos enfrentamientos y juegos estratégicos múltiples. A su vez, la crisis actual del capitalismo financiero neoliberal y de la globalización acentúa las tensiones y habilita el despliegue de la estrategia china que, mediante un paradigma propio, en su desarrollo resquebraja los monopolios establecidos por Estados Unidos y el llamado Norte Global (G7) en áreas clave como energía, tecnología, producción, infraestructura y finanzas. Como afirmamos en el Cuaderno anterior, sobre Crisis de hegemonía y ascenso de China, existen diferentes procesos y de distinto orden que se vienen sucediendo en simultáneo y que identificamos a partir de las seis tendencias descriptas. De ahí que vemos que dicho ascenso se sitúa en un contexto signado por la crisis del orden mundial, una crisis capitalista estructural y por procesos de reconfiguración geográfica del poder. Ahora bien, el devenir de China como actor y pieza fundamental en el escenario mundial se dio en circunstancias muy diferentes a las actuales, por tratarse de momentos en los cuales la hegemonía anglosajona, en su vertiente británica y estadounidense, era incuestionable. Aquí presentamos, en primer lugar, ciertos indicadores que contribuyen en la comprensión del ascenso de China y Asia Pacífico en el sistema mundial, para luego centrarnos en las raíces históricas particulares de la experiencia china, a raíz del proceso iniciado con la Revolución nacional y social de 1949, que instaura la República Popular China (RPC) bajo conducción del Partido Comunista de China (PCCh). Así, después de presentar los importantes antecedentes que se remontan a la revolución de Xinhai en 1911, bajo el liderazgo nacional popular de Sun Yat-sen, se presenta una periodización de tres etapas diferenciadas pos ‘49, buscando resaltar la primacía de lo político: a) el período de reconstrucción nacional y construcción del comunismo bajo el liderazgo de Mao Tse-tung; b) la etapa desencadenada con la muerte de Mao (1976) y las reformas aperturistas de 1978, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping; c) la actual etapa, desde 2013, de reposicionamiento geopolítico chino bajo el liderazgo de Xi Jinping. Sobre este último período, abordaremos en un próximo cuaderno los debates actuales en torno al modelo de desarrollo implementado. Finalizamos con reflexiones en torno a la modernización de China vista desde América Latina, y algunas claves para pensar el desarrollo desde el Sur Global. Ascenso de China y Asia Pacífico El ascenso de China, y de Asia Pacífico e Índico en general, se sitúan como parte de un movimiento socio histórico más profundo. Se trata de una tendencia estructural que comienza en el período de “caos sistémico” de 1914-1945, se fortalece y reconfigura en el período de crisis de 1968-1985 y se acelera en el inicio del siglo XXI cuando se inicia una nueva transición histórico-espacial del sistema mundial. Habiéndose constituido esta región en el nuevo polo dinámico de acumulación del capitalismo mundial desde la crisis de los años ‘70, en la actualidad en Asia se concentra la producción del 52% del PIB industrial mundial. Todo este proceso pone en cuestión el orden mundial occidental, dado el traslado del “centro de gravedad” de la economía mundial (y, tendencialmente, también del poder mundial) hacia Asia-Pacífico y Eurasia, para volver a redistribuirse dos siglos después de la “Gran Divergencia”, cuando se produce el despegue del imperialismo occidental encabezado por Gran Bretaña. En aquel entonces, las potencias europeas apalancados por la combinación de la revolución industrial capitalista, el colonialismo desplegado desde el siglo XVI y la enorme brecha en el poderío militar, derrotaron, colonizaron y periferializaron a los grandes centros productivos, políticos y civilizatorios de Asia: China y la India. A su vez, restringieron el poder de los otomanos y el mundo musulmán. En el cuaderno anterior hacíamos referencia al rol de Japón, actor emergente por excelencia en Asia Pacífico desde fines del siglo XIX hasta fines del siglo XX, y también de las dos generaciones de "tigres asiáticos" (Hong Kong, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, primero, y Malasia, Tailandia, Indonesia, Filipinas, luego) desde la segunda mitad del pasado siglo. Sin embargo, son los dos “colosos” de esa región, China e India, quienes han roto los esquemas previos, en base a sus descomunales escalas y milenarias raíces culturales. Este reposicionamiento puede ampliarse para incluir a Eurasia, incorporando a Rusia, con su poderío político-militar, su inmensidad territorial y enormes recursos naturales, y otros jugadores relevantes como Irán o Turquía. De hecho, Eurasia es el escenario central de la multipolaridad relativa en desarrollo, que forma parte de la crisis del orden mundial contemporáneo y del quiebre de la hegemonía anglo-estadounidense. Las cifras del ascenso chino China es el actor más importante de todo este proceso de mayor alcance, por lejos. En efecto, se trata de una de las grandes civilizaciones humanas de más larga data, que durante 18 de los últimos 20 siglos fue el mayor centro económico mundial. Ello se produce, a su vez, en un país con descomunales magnitudes demográficas y territoriales, siendo el país más poblado del planeta, con casi 1400 millones de habitantes (representando alrededor de una quinta parte de la población mundial). A la par, posee una clase trabajadora de 940 millones de personas, y es el tercer país más extenso, luego de Rusia y Canadá, con un territorio de escala continental (de 9.596.960 km2). A su vez, y a diferencia de Japón y la primera generación de “tigres asiáticos”, su expansión no provino de un rol de subordinación estratégica para con Estados Unidos luego de la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial y su nuevo rol en la Guerra Fría, sino que cuenta con su propio modelo y estrategia de desarrollo soberano, manteniendo siempre la autonomía político estratégica. Durante el 2020, año que quedará en la historia como el más regresivo y crítico para todos los países a raíz de la situación de recesión mundial, fue la única economía cuyo PIB creció un 2,3%, al igual que sus exportaciones. En paralelo a este proceso, el lugar que Estados Unidos ocupa en el mundo no sólo en términos económicos se fue resquebrajando y el orden mundial se ha ido transformando. Durante la administración de Trump, China se acercó con diferentes proyectos y propuestas a los Estados de la Unión Europea, mientras que el presidente de Estados Unidos tensionó los vínculos con el bloque europeo. El tamaño de su economía significa hoy un 16% del PBI mundial, una cifra que fue en alza desde la asunción de Trump. Por su parte, desde el 2008 al presente, la economía estadounidense disminuyó un 10%. De acuerdo al informe sobre China y el escenario global en 2021 de Santiago Bustelo, la recuperación y el sostenimiento de la economía china durante la pandemia fue destacable en relación al resto de los países centrales. En el siguiente cuadro vemos su evolución desde 2019 en términos del PBI real. Fuente: Bustelo (2021) de Gavekal Dragonomics/Macrobond Durante el mes de febrero de 2021, el Presidente chino anunció la erradicación de la pobreza extrema en China, que incluye 98,99 millones de residentes rurales que vivían debajo de la línea de la pobreza. En los últimos diez años se avanzó en la reubicación de viviendas y la salida de la pobreza de 28 de las 55 minorías étnicas que conviven allí. Desde finales de la década del 70, 770 millones de personas han salido de la situación de pobreza en la que estaban mediante diferentes reformas que incluyen la infraestructura, suministros eléctricos, acceso a internet, programas educativos, etcétera. Esto significa una reducción del 84% al 6% de la población china, según datos del Banco Mundial para el período 1981-2011, avanzando de manera sostenida en el desarrollo económico y la inclusión social. De esta manera, China se adelanta en el cumplimiento de los objetivos de erradicación de la pobreza como meta planteada para 2030 de acuerdo con la Agenda de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, contribuyendo también al 70% de la reducción de la pobreza a nivel mundial. En palabras de Xi Jinping, esto se produce desde un enfoque realista y pragmático, y “gracias a las ventajas políticas del sistema socialista, que puede agrupar los recursos necesarios para emprender grandes tareas” Tanto los objetivos de crecimiento económico, como de erradicación de la pobreza, son parte de una agenda proyectada por el PCCh y por Xi Jinping en 2017, para pasar a una “nueva era” marcada por un “desarrollo de alta calidad”. Asimismo, el control de la situación de pandemia permitió que sectores económicos clave como la industria y las exportaciones retomen rápidamente sus actividades y aprovechen el nivel de demanda de insumos sanitarios y productos electrónicos que en contexto de pandemia aumentaron considerablemente. Se destaca entre los sectores que más velozmente se recuperaron a la industria, la construcción y las exportaciones, a diferencia de los servicios. Desde el inicio de este año, se muestra como el país con mayores señales de reactivación, sin grandes estímulos fiscales y monetarios como ocurrió luego de la crisis financiera global de 2008-2009, cuando cayó el comercio internacional. Durante el primer trimestre de 2021 y en comparación con el mismo período en el 2020, el PIB chino creció un 18,3%, como lo muestra el siguiente cuadro. Además, la situación mundial de pandemia favoreció el aumento de las exportaciones chinas, el ingreso de capitales y la suba de las acciones de sus principales empresas en el mercado financiero, lo que indica una situación muy distinta a lo que ocurrió en el resto de los Estados. Fuente: Bustelo (2021) de Ceic Data y Bradesco En cuanto a la pandemia por COVID-19, la postura china en relación a la pandemia muestra por un lado, el rol del Estado en términos de su política interna y por otro, vinculado a la política exterior, las diferencias en el ejercicio de su hegemonía en relación con Estados Unidos. Existió un contraste importante con el resto de las potencias mundiales en cuanto a la provisión de insumos y suministros, así como la producción y distribución de vacunas, un bien escaso en los primeros meses del 2020. Para marzo del 2020, China comprometió una cuarta parte de su capacidad de producción actual anual a otros países. A diferencia de esto, Estados Unidos priorizó la vacunación fronteras adentro de su país, y recién a mitad del año 2020, durante el mes de junio, donó las primeras 80 millones de vacunas a otros países, mientras que en agosto Joe Biden anunció la donación de 100 millones más de vacunas contra COVID-19. Observando algunas de las principales cifras e indicadores del ascenso de China, a continuación indagaremos en el proceso histórico de reposicionamiento chino desde 1911 al presente, destacando distintas etapas. Breve reconstrucción histórica del proceso revolucionario chino Durante el siglo XX se da en China un proceso de revolución nacional y social que se cristaliza en la Revolución de 1949, como consecuencia de las luchas sociales que logran reconstituir el poder nacional en el marco de la guerra interimperialista, crisis y transición hegemónica entre 1910/1914 y 1945/1953. Este “despertar” del pueblo chino coincidió con múltiples luchas de liberación nacional en la periferia y semiperiferia, como la diversidad de expresiones nacional-populares en Latinoamérica y las luchas por la independencia en India de 1947, la Revolución Rusa en 1917 y la Revolución Mexicana en 1910, entre otras. Es decir que, en el marco de importantes revoluciones populares, China trazó un camino propio que comenzó en 1911 con la “revolución de Xinhai” y se impuso en 1949, bajo el liderazgo del Partido Comunista Chino y Mao Tse Tung. Esta primera etapa de liberación nacional marca un importante hito en relación a los siglos previos (XVIII y XIX), donde Gran Bretaña consolidó su proyecto de capitalismo moderno e imperial en Asia, mediante las Guerras del Opio y la colonización en India. Estos grandes eventos marcaron la presencia permanente de Europa occidental y la imposición de su proyecto modernizador en todo el mundo, que implicaba un proceso de incorporación periférica al sistema mundial del capitalismo moderno. Entre los rastros que aún quedan de la colonización británica, India mantiene la concentración de la propiedad de la tierra dada por la tímida redistribución de la misma por parte del Estado y por el rol preponderante de los terratenientes y sus latifundios. Estas consecuencias se observan en la actualidad con la persistente crisis alimentaria y social. Por su parte, y a diferencia de India, China avanzó a partir de las condiciones que se abrieron durante las guerras mundiales y que le permitieron diseñar un modelo de desarrollo propio dentro del cual se mantuvo la propiedad colectiva de la tierra, además de la banca, la moneda e importantes sectores estratégicos de su economía. Inicios del proceso revolucionario El proceso revolucionario chino se inicia en 1911-1912 ante el surgimiento de fuerzas nacionalistas y antiimperialistas que derriban a la dinastía semicolonial Qing, que mantenía a su pueblo sumergido en la pobreza, mientras era saqueado por las potencias dominantes. Una década después se fundaba el Partido Comunista Chino (PCCh), el partido gobernante en la actualidad, el cual recientemente festejó sus 100 años de existencia. El líder de la naciente República china en 1912, el nacionalista Sun Yat-sen, definía a su país como una “hipercolonia”: una colonia no formal pero de magnitudes extraordinarias que hacía imposible el dominio directo de las potencias europeas, Estados Unidos y Japón (es decir, de los viejos y nuevos imperialismos capitalistas de principios del siglo XX, que protagonizarán la primera guerra mundial). Aquel líder recelaba de todo compromiso con las potencias capitalistas centrales, como había demostrado la frustrada “rebelión de los boxers” (1898-1901), y pregonaría un intenso patriotismo que marcará a China hasta la actualidad. En 1912 este líder conformaba el partido “nacional popular” -Kuomintang-, desde el cual organizó políticamente una alianza entre la burguesía nacional, el campesinado y el movimiento obrero para construir una nación “próspera, poderosa y libre” bajo los principios del nacionalismo y la unidad del pueblo, la república y el bienestar social. Pero con la muerte de Sun Yat-sen en 1925 y la conducción de Chiang Kai-shek el escenario político cambió. Así como la alianza entre la URSS y el Kuomintang frente al imperialismo japonés fue clave para el rápido desarrollo del PCCh como parte de la alianza nacional-popular, el giro conservador y derechista del Kuomintang a partir de Chiang Kai-shek preparó el terreno para el protagonismo del PCCh en las masas trabajadoras y campesinas. La campaña anticomunista del Kuomintang, que derivó en la masacre de Shanghái en 1927, donde son asesinados 5000 militantes, dio inicio a la guerra civil que se resolvería con el triunfo del PCCh conducido por Mao en 1949. El comunismo chino maoísta, adaptado a su realidad social campesina y sus tradiciones populares, y alejado de todo dogmatismo, demostraría tener la capacidad para llevar adelante los objetivos y consignas de Sun Yat-sen, frente al desastre causado por la invasión japonesa y la evidente debilidad del Kuomintang conducido por Chiang Kai-shek. El marxismo interpretado en función de la realidad nacional de una hiper-colonia rural, la guerra popular prolongada que forjó al ejército de liberación nacional y la alianza de clases bajo una dirección política con gran capacidad permitió reconstruir la soberanía y el poder estatal de China. El nacionalismo popular anti-imperialista y republicano de Sun Yat-sen, con importantes lazos con el comunismo soviético e impulsor del frente político junto al PCCh, contrasta con el nacionalismo conservador anticomunista de Chiang Kai-shek. Este último, propenso a los acuerdos con las potencias extranjeras, constituye la figura histórica central del régimen político fundado en Taiwán, luego de la derrota que sufrió el Kuomintang en 1949. Revolución nacional y social al mando de Mao Tse Tung Con la caída del imperio en 1911 el territorio nacional se había fragmentado fuertemente, para ser controlado por los “señores de la guerra” y las estructuras del antiguo poder imperial. Japón había avanzado crecientemente, conquistando Manchuria a partir de 1931 y ocupando gran cantidad de ciudades luego de la invasión de 1937 que se expandió en el norte y el este de China. Esa situación generó las condiciones para que los comunistas pudieran articular la liberación social con la liberación nacional, concitando la adhesión de enormes masas empobrecidas en la lucha contra los japoneses, en primer lugar, y en la guerra civil contra las fuerzas nacionalistas conservadoras del Kuomintang luego. La revolución comandada por Mao logró unificar y modernizar el Estado nacional, recuperando la legitimidad del gobierno central. Fortalecimiento estatal que resulta crucial para comprender el éxito económico chino luego de 1978. Según Samir Amin, uno de los principales logros de la revolución fue la desarticulación de las élites terratenientes que habían constituido la clase dominante hasta entonces. Se impulsó una colectivización de la propiedad agraria de gran envergadura, ante una sociedad compuesta por un 90% de campesinos (en su gran mayoría pobres y sin tierra), sosteniendo -a diferencia de la experiencia de la Unión Soviética y de Japón- la propiedad de la tierra en manos de la nación a través de las comunas rurales y concediendo su uso a las familias campesinas. Desde principios de la década del ’50 se impulsó un plan de desarrollo acelerado apostando a la industrialización, mediante el modelo soviético de planes quinquenales, con centralidad en la industria pesada. La agricultura debería aprovisionar a la industria naciente, por lo cual se canalizó el excedente agrario hacia determinados fines estratégicos en el marco del plan de desarrollo. En continuidad con el período previo a la revolución, el campo siguió representando la base de acción del PCCh conducido por Mao, foco de la industrialización. No fue hasta los años ’80, luego de las reformas, que la población rural bajó del 80% del total, a raíz del proceso de urbanización creciente. Su arraigo y alianza con el campesinado pobre y medio se puede observar en el éxito del período de colectivización de la propiedad agraria, entre 1955 y 1957 (desde la rápida cooperativización realizada en los primeros años hacia la socialización): según datos provistos por el historiador Eric Hobsbawm, 84% de los pequeños propietarios campesinos aceptaron pacíficamente la colectivización en menos de un año, sin las violentas consecuencias de la colectivización soviética. El “Gran Salto Adelante” (o segundo plan quinquenal) de 1958 resultó un fracaso y dejó una enorme hambruna y varias decenas de millones de muertos. La enorme caída en el PIB se puede ver en el siguiente gráfico, que elaboramos de acuerdo a datos del Banco Mundial (disponibles desde 1961) Por ese entonces aparecían fuertes divisiones dentro del PCCh, enfrentándose la línea maoísta con la liderada por Liu Shaochi y su ladero Deng Xiaoping, quienes se hicieron con la jefatura del Estado hacia 1960. Habiendo quedado Mao al frente del Partido, y abocado a la tarea de recobrar la adhesión de las masas en el Ejército y el pueblo en su conjunto, el líder fue sentando las bases para enfrentarse a la línea de Liu y Deng, hasta lanzar en 1966 la campaña de Revolución Cultural contra la burocracia e intelectualidad que en su mirada “retrasaban” la transformación social, bajo concepciones elitistas, tecnocráticas y “seguidoras del camino capitalista”. Este proceso fue de una gran agitación, movilización social y enfrentamiento en el seno de la sociedad y el partido. No obstante, vista en perspectiva, la era maoísta, marcada por convulsiones propias de los períodos revolucionarios, dio cuenta de una gran recuperación económica de China. Para fines de esta etapa los logros en la lucha contra la pobreza y las condiciones miserables de vida del pueblo chino eran muy importantes, lo cual se puede observar en los siguientes indicadores: la esperanza de vida al nacer subió de 35 años en 1949 a 68 en 1982, a causa del importante descenso del índice de mortalidad; la cantidad de niños escolarizados creció 6 veces, de un 50% del total en 1952 al 96% de 1976; el consumo medio de alimentos de la población superó a gran parte de los países del sur y sureste de Asia -con una población total que casi llegó a duplicarse en esos años, de 540 millones de personas a 950 millones aproximadamente. Estos datos ponen de manifiesto la relevancia del período maoísta y las notables condiciones en que dejó a China dicho período para su fortísimo despegue económico posterior a las reformas del ’78: en términos de capacidades industriales (con un núcleo significativo de industria pesada e incluso capacidades nucleares), condiciones de capacitación y calificación de la mano de obra (en términos de salud y educación), e incluso de capacidades tecnológicas (que en la etapa aperturista serían recombinadas por el Estado y el sector militar para impulsar el desarrollo explosivo de tecnologías de la información y la comunicación -TICs-). A fines de los años ‘70 China aparecía como uno de los cinco principales polos de poder, aunque muy por detrás de EEUU y la URSS, y con un claro retraso económico con respecto a los otros jugadores. En síntesis, con la Revolución de 1949 China logró cambiar el rumbo y lograr el pasaje de semi-periferia a centro económico y potencia regional y mundial, erigiéndose en el presente, en el principal rival y enemigo de Estados Unidos, y, a través de este, del proyecto occidental anglo-estadounidense que busca sostenerse desde el siglo XVIII. A continuación seguimos revisitando el proceso posterior a la revolución, donde se inician importantes reformas. Reforma y apertura en tiempos de Deng Xiaoping Luego de la muerte de Mao en 1976 y su reemplazo por Deng Xiaoping, el ala partidaria comandada por éste llevó a cabo desde 1978 sucesivas reformas económicas que redefinieron la estrategia de desarrollo chino —las cuales ya estaban presentes en la destacada figura de Zhou Enlai durante el maoísmo. El propio giro político encabezado por el “gran timonel” en los años setenta para aprovechar un nuevo escenario en la guerra fría, marcada por la crisis de 1968 y el inicio de la reconfiguración del capitalismo mundial, generó las condiciones para realizar las reformas y también se observan enormes tasas de crecimiento en dicha década, como se ve en el gráfico anterior (a excepción del año 1976) Las reformas se centraron en el pasaje de una economía planificada y centralizada -al estilo soviético- a incorporar mecanismos de mercado en el establecimiento de los precios de la economía y, en parte o complementando al Estado, para asignar recursos, dando lugar a la categoría de “economía socialista de mercado”. Según el postulado de Deng, no existe vínculo necesario entre economía de mercado y capitalismo. Esto significó, además, una política de “puertas abiertas” para alentar la llegada de inversiones extranjeras y estrechar vínculos con el mundo capitalista, y una búsqueda por “liberar” las fuerzas productivas, priorizando especialmente su desarrollo.    Lo central para entender el proceso de reformas es que China aprovecha la crisis de hegemonía estadounidense de fines de los 60’ y principios de los 70’ y cómo se resolvieron esas contradicciones. En este sentido, la deslocalización industrial y la transnacionalización económica se hizo desde un proyecto de desarrollo nacional propio al que nunca renunció. Por ejemplo, China impidió que las redes financieras globales del Norte Global controlaran ese territorio y lo absorbieran en el proceso de financiarización, más allá de establecer acuerdos específicos en que ambas partes obtienen lo suyo, como los joint ventures con la gran banca estadounidense y británica (JP Morgan, Citibank, HSBC, etc.) y entidades o actores financieros nacionales a partir de los años 90’. A través de estas asociaciones, China logró un proceso de aprendizaje clave de la administración financiera estratégica sin poner en manos de la banca internacional el ahorro nacional. También es cierto que el acercamiento geopolítico entre Washington y Beijing, como quedó de manifiesto en la visita de Richard Nixon a China en 1972 y los acuerdos con Mao para “normalizar” las relaciones entre ambas potencias, resultó clave en esta historia. De hecho, fue fundamental la ruptura entre la Unión Soviética y China para modificar profundamente el escenario de poder mundial a favor de Estados Unidos y, a su vez, sortear los bloqueos geopolíticos que tenía Beijing para destrabar el exponencial desarrollo de las últimas décadas. Pero ese acercamiento no implicó de ninguna forma una subordinación estratégica de Beijing, ni consistió en un “desarrollo a convite” con el que siempre se ilusionan buena parte de elites latinoamericanas. China no devino en un “vasallo” con el territorio militarmente ocupado, como Alemania y Japón luego de sus respectivas derrotas en la Segunda Guerra Mundial, donde les fue “permitido” re-emerger pero bajo esa condición. Es importante señalar que el proceso de reformas de mercado en China no debe confundirse con las implementadas por el Consenso de Washington, como insiste el relato neoliberal. Especialmente porque estas reformas significaron, entre otras cuestiones, reconstruir los acuerdos con la burguesía china de la diáspora post-revolucionaria, pero bajo el liderazgo del PCCh, protagonizado por obreros y sobre todo campesinos -los cuales aún en la actualidad tienen la mayor representación en el partido (28%) Volviendo a las reformas de 1978, es importante situarlas en su marco histórico, dado que se asistía entonces a un declive general de todos los regímenes socialistas (en el marco de la crisis de acumulación a nivel mundial desde mediados de los años ’70), en un contexto en que todos los indicadores caían: PIB, producción industrial y agrícola, inversiones, productividad del trabajo, ingreso per cápita. De manera pragmática, Deng veía necesario realizar cambios radicales en la economía planificada y centralizada, concibiendo como central desarrollar la ciencia y la tecnología para alcanzar la modernización económico-social -con los conocimientos, la educación y el personal especializado necesarios para ello-, como también en la industria, la agricultura y las fuerzas armadas. En otras palabras, luego de la etapa de fortalecimiento y reconstrucción del poder nacional, se buscaba avanzar hacia una etapa de crecimiento, “modernización” a la manera China y desarrollo de las fuerzas productivas para alcanzar en un futuro a los países más avanzados en estos aspectos. Según la visión de las élites dirigentes chinas de ese entonces, hasta tanto el desarrollo de las fuerzas productivas no unificara y articulara técnicamente el conjunto del sistema industrial, por más que la propiedad de los medios de producción fuera estatal, el intercambio tendría un carácter mercantil, debiendo regirse por la ley del valor y siendo imposible regularlo centralmente. Por ello, lo central de la reforma no era privatizar las empresas públicas (lo cual se hizo durante los años ’90 pero parcialmente y de modo mucho más controlado que en la URSS, por caso, manteniendo los núcleos estratégicos en manos del Estado), sino obligarlas a competir en mercados progresivamente desregulados. Igualmente, el Estado conservó el control de importantes sectores estratégicos de la economía, como se ha señalado: en la industria, la banca, la propiedad de la tierra, el transporte y las telecomunicaciones, mientras se efectuaba una liberalización creciente y se autorizaba la constitución de empresas privadas. Este proceso dio lugar a la constitución de múltiples formas empresariales: sociedades privadas, empresas individuales, mixtas (público-privadas), cooperativas, y de pueblos y aldeas. Estas últimas, de propiedad colectiva, jugaron un rol central en el desarrollo económico, según señala Giovanni Arrighi. A la par, mediante una política de “puertas abiertas” que buscaba estrechar vínculos con el mundo capitalista, se autorizó y atrajo inversión extranjera directa (IED) en las áreas en que se requería know-how (saber-hacer, o conocimiento estratégico) específico, impulsando asociaciones con empresas de capital local, buscando que se efectuara transferencia tecnológica y la realización local de las tareas de I+D (Investigación y Desarrollo). Desde 1980 se constituyeron las denominadas Zonas Económicas Especiales en las ciudades de la costa sudeste (antiguos puertos de la economía imperial, próximos a Japón y los 4 “tigres”, nuevo polo dinámico de acumulación), concebidas como regiones orientadas al procesamiento de mercancías para la exportación, utilizando capital y tecnología extranjera. Ya en 1984 eran 14 las ciudades de este tipo. Apostando fuertemente allí al desarrollo de industrias intensivas en conocimiento, algunas de esas ciudades se han transformado por completo, convirtiéndose en focos de investigación de alta tecnología. Para atraer IED se efectuaron ciertas concesiones como baja carga impositiva y disponibilidad de mano de obra barata. Un rol central jugó en ello el capital de la diáspora china de ultramar, convocado por Deng para abrir China al comercio y la inversión extranjera, en la búsqueda también de recobrar Hong Kong, Macao y, eventualmente, Taiwán. Sin embargo, los sucesivos planes estatales de desarrollo son los que definen en qué áreas y bajo qué modalidades se llevan a cabo las aperturas a los capitales extranjeros. De esta manera, se ha buscado proteger las ventajas de una economía nacional autocentrada, informalmente protegida por el lenguaje, aduanas, instituciones y redes accesibles a personas extranjeras sólo a través de intermediarios locales. A la par, ya desde 1979 se restablecieron relaciones plenas con EE.UU., comenzaron a aceptarse créditos directos y ayudas al desarrollo por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Sucesivas reformas avanzaron durante los ’80 y los ’90 con el proceso de desregulación y liberalización de la economía, llegando a ingresar en 2001 a la Organización Mundial del Comercio. En fin, como consecuencia de todo este proceso de reformas, el crecimiento económico se disparó enormemente: luego del ’78 la media anual pasó a situarse en 9,5%, ubicándose entre los principales puestos a nivel mundial. A la par, mientras que entre 1989-2001 la participación promedio de China en el PIB mundial se ubicaba en torno a un 4%, entre 2008-2016, luego de la crisis económica mundial que afectó particularmente a los países centrales, esa participación pasó a ubicarse en torno a un 10%, duplicando a EE.UU. Cabe señalar que, como consecuencia de las reformas han aparecido una creciente desigualdad y una pobreza persistente, como efectos de los patrones desiguales de desarrollo entre el campo y la ciudad. De esta manera, si bien la gran mayoría de la población vive bastante mejor que hace 30 años, sumado a los logros mencionados en cuanto a erradicación de la pobreza, aumentó en forma pronunciada la desigualdad: el coeficiente de Gini creció de 0,30 durante los años ’90 a 0,46 en 2006, y existen estimaciones que lo sitúan en torno a 0,60 en la actualidad, mientras que el 1% de las personas más ricas del país posee alrededor del 30% de la riqueza, frente al 21% de hace dos décadas. Resulta una paradoja y genera contradicciones y tensiones hacia dentro de China la aparición de estos multimillonarios, un 25% de los cuales -al menos- son miembros del mismo PCCh. Actual reposicionamiento geopolítico chino de la mano de Xi Jinping El crecimiento sostenido de China, atravesando la crisis económica y financiera mundial, termina por consolidar y materializar un proceso expansivo que, desde una mirada interestatal, va a colocarlo en el siglo XXI como el principal competidor de EE.UU. en distintas áreas, pero que desde un punto de vista más general expresa un desafío sistémico sobre (valga la redundancia) el sistema mundial moderno capitalista y occidentalocéntrico, dando cuenta de algunas de sus contradicciones fundamentales. A grandes rasgos, es posible afirmar que desde los primeros años del siglo XXI, el gigante asiático avanza en el despliegue de su proyecto geopolítico y se posiciona como uno de los principales actores de peso a nivel global. Luego de la crisis de 2008-2009, el modelo de desarrollo chino comienza a reorientarse con un marcado perfil mercado internista, potenciando el desarrollo productivo y tecnológico endógeno como soporte para la generación del valor agregado y la posibilidad de ampliar su desarrollo hacia el “oeste”, en zonas que habían quedado muy desbalanceadas en relación a las zonas costeras antes mencionadas. Estas políticas se encuadran en los Planes Quinquenales a partir de los cuales China proyecta estratégicamente su desarrollo a futuro, y marca los lineamientos y áreas centrales. En el 14º Plan Quinquenal presentado en marzo de este año, se planifican los próximos cinco años, pero se llega hasta el año 2060, enfatizando la ciencia y tecnología, el desarrollo industrial, la inteligencia artificial, energía nuclear, entre varios aspectos de relevancia. Se anuncia la búsqueda de autosuficiencia en términos de ciencia y tecnología, un área clave en vinculación directa con la industria, con una meta de aumento de más del 7% anual en la inversión en I+D. Al mismo tiempo, el posicionamiento de China es posible a raíz del incremento de los vínculos con cada vez mayores zonas del mundo, entre las cuales se destacan los países del Sur Global. Ahora bien, China estrecha vínculos con los cinco continentes, sin dejar afuera ningún país. Muestra cabal de ello es el lanzamiento en el año 2013 de la iniciativa “Belt and Road Initiative”, junto con el lanzamiento de una arquitectura financiera de la mano de la internacionalización del yuan o renminbi (aprobado por el FMI en su canasta de monedas desde el año 2015, junto con el dólar, el euro, la libra esterlina y el yen japonés). Junto a estos indicadores, el lanzamiento de la Cumbre de los BRICS en 2014 terminaron por marcar el símbolo de una nueva era en la que la presencia china desafía la hegemonía estadounidense hoy en declive, en las áreas económica, financiera, geopolítica, entre otras. La modernización china vista desde América Latina Cuando se habla de la modernización, es importante señalar el sentido que esta idea tiene para los países de América Latina, y las diferencias en cuanto a su significado para el caso de China. En la región latinoamericana, la modernización fue propiciada con la mirada puesta en los países centrales, con una mirada eurocéntrica y exógena, alejada de las especificidades, problemáticas y necesidades de las poblaciones locales. Esto significó la acentuación del rol de periferia primario-exportadora y la permanente restricción a los proyectos de desarrollo autónomo que buscaban salir de la dependencia. De esta manera, hablar de modernización en América Latina se asemeja más a la experiencia china como semicolonia del imperialismo capitalista occidental desde las guerras del opio hasta la revolución, que a su realidad actual. No obstante, desde las visiones del Norte global occidental, el ejemplo de modernización chino se destaca a partir de las reformas de mercado de Deng Xiaoping hacia finales de los ‘70, con la modernización de la industria, la ciencia y tecnología, la agricultura y la defensa. Es decir que se omite el proceso que se inicia en 1911 y continúa con la revolución nacional y social de 1949 como hito en la recuperación de la soberanía y la constitución de la República Popular al que hemos hecho referencia. Por lo cual, las visiones que realzan las recetas del capitalismo neoliberal optan por jerarquizar el aumento de la rentabilidad por sobre el bienestar general de la población, incitando la competencia entre capitalistas y empresas estatales y un proceso gradual de liberalización que golpeó fuertemente a los trabajadores. Sin embargo, en el contexto del Consenso de Washington, en China se mantuvieron y modernizaron empresas públicas estratégicas y la propiedad social de los medios de producción críticos, lo cual explica la existencia actual de 95 conglomerados estatales que tienen centralidad en la economía. En cuanto a la agricultura, se mantuvo la propiedad colectiva de la tierra avanzando en reformas que habilitaron la explotación privada de la misma. Estos elementos que venimos señalando, marcan ciertas especificidades que es preciso distinguir. De esta manera, si bien las reformas aplicadas en China desde 1978 replicaron la liberalización y privatización de sectores de su economía, un rasgo distintivo es que fueron administradas desde el propio Estado mediante planes estratégicos a largo plazo, que definieron ciertos sectores como beneficiarios de los excedentes. Al mismo tiempo, la propiedad colectiva de la tierra lograda durante la Revolución de 1949 fue sostenida como política de Estado, estableciendo también el control estatal en áreas estratégicas como las finanzas y la moneda. La importante presencia y control en áreas claves del Estado chino también se observa en la existencia de grandes conglomerados estatales que permiten orientar los excedentes hacia importantes inversiones productivas que se reflejan en el desarrollo tecnológico e industrial que se refleja en el peso del sector a nivel mundial. Lejos de promover la concentración y extranjerización de su economía, mediante las recetas neoliberales que otras zonas del mundo adoptaron, China encontró un esquema que le permitió consolidar un modelo propio de complejización productiva. Así, una diferencia fundamental entre la modernización de América Latina y la de China deriva de la herramienta de planificación que ésta ostenta a través de sus planes quinquenales, buscando compatibilizar la acumulación con el desarrollo. Por el contrario, en nuestra región, el desarrollo de las fuerzas productivas se conjugó con la destrucción de las capacidades estatales y la apertura a inversión extranjera junto con la presencia de empresas transnacionales que lograron instaurar sus reglas de juego. Lejos de sostener los grados de control y regulación estatal de China sobre los flujos de dinero, sobre la información y sobre su cuenta de capital, América Latina profundiza con esta pandemia su periferialización en términos de reprimarización económica, pérdida de capacidades estatales nacionales, caída del PIB per cápita en relación a los países centrales, precarización de las relaciones laborales y, en general, acentúa la tendencia al aumento constante de las múltiples desigualdades. En un sentido contrario, China asciende su posición en la economía mundial como la principal, superando a Estados Unidos en términos de PIB a precios de poder adquisitivo, y es hoy el mayor país exportador de bienes y servicios. En este camino ascendente, con casi una quinta parte de la población mundial y un cuarto de la fuerza de trabajo, no ha parado de crecer en los últimos 40 años, sacando a 800 millones de personas de la pobreza extrema. La experiencia china desde el Sur Global El sendero de desarrollo chino da cuenta de un proyecto soberano de particularidades nacionales desde su revolución de 1949. Un sendero que se desplegó primero bajo una concepción de fuerte planificación centralizada y pretensiones de autarquía durante la etapa maoísta, y luego bajo una concepción de apertura y liberalización desde 1978, aunque preservando la dirección estatal del desarrollo económico por fuera de las manos de los capitalistas. Los impresionantes logros económicos, sociales, educativos, en materia de salud, entre otras cuestiones, son particularmente excepcionales por tratarse del país más poblado del planeta, de enorme extensión territorial y con un pueblo padeciente de gran pobreza previo a la revolución. Representa en ello el caso más “exitoso” de desarrollo soberano por parte de una nación periférica en el sistema mundial capitalista moderno. Por ello, recuperar su historia nos permite repensar los significados de esta para otras zonas del mundo como el Sur Global. Esta presenta importantes lecciones, entonces, para estrategias de desarrollo soberano de otras naciones periféricas, en cuanto al rol potenciador y planificador del Estado en la orientación del desarrollo, la articulación, disciplinamiento y negociación con el capital extranjero en función de sus aportes en materia de inversión y know-how, y una diversidad de instrumentos y políticas para motorizar el desarrollo. A su vez, ante un sistema mundial en descomposición, el ascenso chino abre interrogantes fundamentales para proyectar el mundo al que dará lugar este siglo. Resulta sugerente la proyección de un escenario en que el nuevo liderazgo mundial deba asumir la forma de una alianza de múltiples Estados continentales, en tanto comunidad que agrupe de forma más democrática a los grandes espacios culturales, en pos de configurar un nuevo sistema mundial. Ello encuentra condiciones de posibilidad ante la segunda oleada del despertar de naciones y pueblos del Sur al que asistimos. Aparece la posibilidad, pues, de la recreación de un “nuevo Bandung”, como alianza de las naciones del Sur global para una nueva propuesta civilizatoria, ya no con fundamentos estrictamente político-ideológicos sino también económicos, y por ende más sólidos. Los parámetros civilizatorios occidentales de desarrollo que están en el centro del sistema se encuentran hoy día en crisis, dada la insostenibilidad ecológica del actual modo de producción dominante. El rol que jugará China en cuanto a su modo y estrategia de desarrollo, así como en la reconfiguración del orden mundial, y bajo qué parámetros y concepciones se dará ello, constituyen cuestiones de primer orden para el futuro de la humanidad. En Nuestra América, en particular, puede servir el caso chino para pensar cómo resolvemos el trilema en que nos encontramos: 1) avanzar en una mayor periferialización regional atados y subordinados en términos políticos-estratégicos a un polo de poder y a un mundo en crisis y declive; 2) ir hacia una neodependencia económica con China, combinada con una subordinación estratégica al establishment occidental (con sus distintas fracciones en pugna), para garantizar el “desarrollo del subdesarrollo” en la fórmula de André Gunder Frank: es decir, otorgar alguna viabilidad a los proyectos de factorías primario-exportadoras de los viejos grupos dominantes; 3) aprovechar el escenario de crisis mundial y multipolaridad relativa, así como las implicancias del ascenso de China y las profundas transformaciones del sistema mundial —en donde aumentan las presiones por democratizar la riqueza y el poder— para resolver las tareas de la segunda independencia. Una enseñanza fundamental es que copiar modelos no sirve. Ni los occidentales ni los asiáticos. Como decía Simón Rodríguez, “o inventamos o erramos”. *Publicado originalmente en el Instituto Tricontinental de Investigación Social
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