Escrito por Agencia Paco Urondo
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Martes, 31 de Enero de 2023 18:30 |
Por Magdalena Tóffoli, Santiago Liaudat, Juan Manuel FontanaEl portal "Nación Trabajadora" dialogó con Jackie Flores, Subsecretaria de Residuos Sólidos Urbanos y Economía Circular del Ministerio de Ambiente de la Provincia de Buenos Aires.
Contó sobre su historia de vida, ahí donde se encuentra la lucha individual con la colectiva. De la pelea por la vivienda en los noventa a la militancia cartonera, pasando por el conflicto por la Ley de Basura Cero, la integración al Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y la creación de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCyR). Un camino que nos permite tender puentes entre el origen del Programa de Promotoras Ambientales y su rol actual en la gestión de la política ambiental provincial. –¿Quién es Jackie Flores? Contanos un poco de tu historia. -Nací en Córdoba en 1969. Mi papá era comisario inspector, un tipo honesto. Mi mamá era una laburante, modista, también trabajó en una metalúrgica. Soy la menor de cinco hermanos. Crecí en el Barrio Ferreyra, el lugar donde ocurrió el Cordobazo. Cuando crecí la historia obrera estaba latente, había una fuerte solidaridad. Se vivían desapariciones, asesinatos. Ese barrio era peronista, a pesar de que la ciudad era radical. Mi identidad la encontré ahí. Soy la hija de ese barrio, aunque mi mamá me parió. Todo lo que viví de niña en Córdoba, y el camino posterior, me formaron en lo que soy. Además, había un curita en el barrio, de esos que quieren una Iglesia a favor de la gente humilde. Mi mamá no tenía religión, recién me bauticé a los 33 años. Pero una vecina me llevaba a la misa y yo iba feliz. Eso me dio una fortaleza basada en la fe. Es loco que hay muchos, que se dicen revolucionarios, y te bajan línea de que la religión es algo malo. Siempre pienso: este puede ser ateo porque tiene un palenque donde ir a rascarse. Para los pobres, la fe es muy importante. –¿Esos son los pilares que te constituyen: tu historia personal, la identidad peronista y la fe cristiana? -Y ser trabajadora y luchadora. Desde chica laburé y desde joven participé en procesos de organización. La lucha determina mi vida. De Córdoba me vine a la Ciudad de Buenos Aires y comencé a trabajar como vendedora ambulante, y ya en aquellos tiempos intentábamos regularizar la actividad. Al mismo tiempo, sufría la problemática de la vivienda. Con cuatro hijos menores de edad, me querían expulsar de mi casa. Yo resistía los desalojos, hasta que un día se corrió la bola de que iban a ocupar un espacio para presionar por la votación de una ley. No lo dudé y me fui para la toma con gente que no conocía. Sabía que podía tener consecuencias, me podían armar una causa, pero no tenía alternativa. Fueron años en que no tenía paz, tenía una desesperación que no sabía para dónde ir. Fueron la lucha y la organización popular los que me salvaron. Cerca del 2000 pasaron dos cosas que me marcaron muchísimo: primero, logramos un triunfo en el conflicto por la vivienda y, segundo, me invitaron a sumarme a una cooperativa de cartoneros. –¿Cómo fue esa experiencia de lucha por la vivienda en los años noventa? -Aprendí un montón. Recuerdo que fui a la legislatura a discutir el derecho de vivir en la ciudad. Y salimos victoriosos, luego de cinco años de pelearla. En diciembre del ’99, logramos que se apruebe la ley 324 que creaba el programa de recuperación de la traza de la ex Autopista 3. En ese momento no tuve dimensión de semejante logro, pero con el tiempo fui procesando la tremenda lucha que nos mandamos. Lograr una casa para mi familia fue una tranquilidad hermosa, algo que jamás había sentido en mi vida. En el proceso conocí la legislatura y empecé a entender la importancia de la política, de lo que hacen y deberían hacer las autoridades del gobierno. Y también conocí a las organizaciones sociales, en particular a Cristina Lescano, que era la responsable de El Ceibo, una cooperativa de cartoneros. Ella me invitó a sumarme, eran todas mujeres. El Ceibo fue una de las primeras organizaciones que ayudó a visibilizar el mundo cartonero. –¿En ese momento comenzó tu etapa como cartonera? -En la calle, cartoneando, estuve poco en esa época. Eran años muy difíciles, complementaba lo de la venta ambulante con un poco de cartoneo. El cambio vino cuando comencé a trabajar en El Ceibo. Fue una gran experiencia colectiva. Al principio no me fue fácil, hasta que encontré mi lugar en la descarga, o sea, recibir y controlar a los camiones que traían bolsones con cartón y con material preclasificado. Estuve en esa cooperativa unos cinco años, hasta que conocí al Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). Yo tenía esa cuestión obrera de reivindicación, de sindicalista, de luchar por algo más grande, y en eso me encontré muy en sintonía con la organización. –En esos años fue la discusión de la Ley de Basura Cero, aprobada en 2005, un hito para los cartoneros de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Participaste de esa pelea? -Sí, fui parte activa de ese proceso por mi experiencia anterior en la lucha por la vivienda. Fue una pelea muy larga, antes y después de la aprobación de la ley. La reglamentación recién se dio en 2007. Fueron años de mucho aprendizaje político. Además de entradora, soy como una esponja, muy observadora. Empecé a entender cómo se discute la política pública. Aprendí a escuchar antes de responder, a pensar antes de hablar. El mundo cartonero está muy golpeado, no son muchos los hombres ni las mujeres que hablen en público. Tengo eso de ser cara rota y le puse muchas ganas a leer y aprender. Una de las particularidades que tiene la actividad cartonera es que por nuestras manos pasan muchos libros que la gente o las instituciones descartan. Yo leía todo lo que caía en mis manos. Ese interés por la educación me llevó a terminar la secundaria de grande, con muchísimo esfuerzo, y a impulsar, en 2015, la creación del Bachillerato Popular Cartonero. Como trabajamos de noche, el sistema escolar no nos incluye. Tampoco los contenidos de las materias dan respuestas a nuestros problemas. De ahí surgió el anhelo de tener una escuela acorde a la realidad del sector, una experiencia de educación desde la economía popular. Eso sí, el docente que viene tiene que saber que acá nos educamos entre todos, que el cartonero tiene mucho por enseñar. Tiene que estar dispuesto a escuchar, no solo a hablar. "Encontré en el MTE y en El Amanecer una familia. Quisiera que nunca me agarre el egoísmo, porque a mí el amor me cambió la vida, el amor de los hermanos. La palabra “hermano” para mí es mucho más grande que la sangre propia. Esa es mi gran ganancia" Movimiento de Trabajadores Excluidos –¿Cuándo fue tu incorporación al MTE? -Lo primero que conocí fue a los choferes y los operarios de El Amanecer de los Cartoneros, la primera cooperativa del MTE. Traían materiales a la descarga de El Ceibo. En 2006, ocurrió el incendio de un taller textil en la calle Luis Viale, en el que murieron varias personas. El MTE se involucró mucho en la pelea que siguió a eso y empezó a aparecer en los medios. Como al año, veo en la televisión a Juan Grabois. Me gustó mucho cómo hablaba, así que dejé los miedos de lado, renuncié a El Ceibo y lo fui a buscar. Le conté que no tenía laburo y quería sumarme al MTE. Para mí, fue hermoso ir a buscar un carro para empezar a cartonear. Después de tanto tiempo, alguien me daba algo sin tener que lucharla, sin violencia, sin nada a cambio. Es difícil explicar con palabras lo que sentí. Encontrar un lugar en el que te sentís valorada, que alguien se preocupa por vos. Sergio Sánchez, que por entonces era referente de El Amanecer, averiguó dónde vivía y me llevó bolsas de mercadería para que los pibes comieran. Él es así, un tipo generoso, preocupado por los demás. Encontré en el MTE y en El Amanecer una familia. Quisiera que nunca me agarre el egoísmo, porque a mí el amor me cambió la vida, el amor de los hermanos. La palabra “hermano” para mí es mucho más grande que la sangre propia. Esa es mi gran ganancia. ¿Cómo fue tu recorrido dentro de la organización? ¿Qué tareas fuiste desempeñando? -Comencé desde el llano, tirando del carro, con la alegría de sentir la independencia de no tener un patrón. Al poco tiempo, en 2009, cuando fue lo del armado del sistema de reciclado con inclusión social que se ganó con la Ley de Basura Cero, por primera vez hablé en público y con los funcionarios. A partir de ahí empecé a tomar otras tareas. En la discusión con los directivos del Gobierno de la Ciudad empecé a percibir la capacidad que tenía como mujer cartonera. Pararnos desde la defensa de los derechos, pero siempre desde el trabajo que hacíamos, empezó a marcar nuestra línea sindical. Y nos dimos cuenta que también nos tocaba proponer, hacernos cargo de lo que el Estado no hacía bien. En eso fueron clave los militantes del MTE. Se sentaban horas con nosotros, explicándonos por qué esto o por qué lo otro. Fue un proceso largo hacer entender a los compañeros cartoneros que ir a defender los derechos es parte del trabajo también y que esas tareas llevan tiempo que había que sacarle al carro. De a poco se fue conformando la primera camada de delegadas de la cooperativa, todas mujeres, de cada una de las 24 rutas que El Amanecer armó como parte del sistema de reciclado en la Capital Federal. –¿En paralelo comenzaron a construir lo que sería la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCyR)? -Claro, durante 2010 y 2011. En la primera elección, Sánchez fue elegido presidente y yo secretaria. Fue increíble. De repente, estaba recorriendo el país, convidando esta herramienta gremial. Nos encargamos de patear todas las provincias donde había organizaciones de cartoneros. Para nosotros, la federación debía recuperar los mejores valores del sindicalismo. Nos planteamos como trabajadores en roles de dirigentes al servicio de la patria cartonera. Eso nos generó un respeto hacia adentro y hacia afuera del sector. Nunca se cobró por los cargos sindicales, nadie se enriqueció. Como referente, hay que ponerse en el lugar del último, no del primero. Si hay un beneficio, es para los trabajadores. Esos son los valores que tenemos y estoy convencida que son los correctos. Y bueno, ya pasaron diez años desde que comenzamos con la FACCyR, hemos crecido y conquistado muchas cosas. Sergio fue reelecto como presidente en todos los congresos y yo lo acompañé como secretaria hasta este año, cuando asumí en la gestión pública. –Mientras hacían la construcción nacional, ¿se pusieron en marcha las articulaciones internacionales? -Se fue dando todo junto, sí, pero sobre todo a partir de 2013, cuando Jorge Bergoglio asumió como Papa Francisco. Recuerdo que me tocó ir al segundo Encuentro Mundial de Movimientos Populares con el Papa, que se hizo en Bolivia en 2015. De esos encuentros surgieron muchas relaciones e invitaciones de todos lados. Mientras tanto avanzamos con la participación en la Red Lacre, la Red Latinoamericana de Recicladores. Desde Argentina, con las relaciones que fuimos haciendo en los encuentros con el Papa, decidimos impulsar una coordinación global, donde se tuviera en cuenta la representatividad real de cada movimiento. Así salió lo del primer encuentro mundial cartonero, que hicimos en 2018 en La Plata, y la idea de impulsar la Alianza Internacional de Recicladores, que se terminó de conformar este año, con participantes de 38 países. En ese proceso me tocó viajar a distintos continentes. No ha sido fácil la construcción, porque los criterios y las realidades en cada lugar son distintos. Por ejemplo, la situación de las compañeras en algunos lugares es muy jodida, donde la mujer vale menos que la basura. –¿Cómo fue que empezaste con el Programa de Promotoras Ambientales? -Tirar el carro te va dañando el cuerpo sin darte cuenta. Entonces, en 2011 propuse, con otras compañeras, empezar con el tema de la promoción ambiental. Tenía el bagaje de aprendizajes que me dio la lucha por la Ley de Basura Cero. En ese momento me di cuenta de la potencialidad de las mujeres, que muchas veces tenemos la capacidad de pararnos desde otro lugar. Los varones, esencialmente, peleaban por más materiales. Pero las compañeras desarrollamos otra mirada: una correcta separación en origen podría darnos más cantidad de reciclables y, al mismo tiempo, podríamos reducir la cantidad de basura que se entierra. Empezamos a profundizar en la dimensión ambiental de nuestro trabajo y entendimos que eso podía dar más legitimidad a nuestras reivindicaciones laborales. –Desde el primer planteo, en 2011, hasta que logran formalizarlo como un programa de trabajo, ¿cuánto tiempo pasó? -Dos años. En 2013 presentamos un proyecto muy simple en la legislatura. Tomando la información del Registro Único Obligatorio Permanente de Recuperadores de Materiales Reciclables, que logramos con la ley de Basura Cero, debíamos tener prioridad las mujeres cartoneras para toda actividad que la ciudad hiciera en promoción ambiental. El legislador Adrián Camps, del Partido Socialista Auténtico, presentó el proyecto, pero no fue aprobado porque faltaron votos de la oposición al gobierno de la ciudad, o sea, del peronismo. ¡Imagínense para mí lo frustrante que fue eso! Fueron dos años de mucho esfuerzo y nos chocamos con la mezquindad de la mala política. ¡El día de la votación estaba lleno de mujeres cartoneras! Era la primera vez que nosotras llevábamos adelante una iniciativa con perspectiva de género para nuestro sector, una opción para nosotras, las mujeres cartoneras, y, sin embargo, fue rechazado. –¿Y cómo se convirtió, entonces, en un programa del gobierno de la ciudad? -En la legislatura se perdió, pero lo tomó el ejecutivo porteño. Le tenían un cagazo tremendo al MTE y vieron que podían usar lo ambiental políticamente. Entonces se subieron a eso y lanzaron el eslogan “Ciudad Verde”. Pero hay que tener en claro que la conciencia ambiental surgió de los cartoneros, no de los funcionarios. Desde el inicio se abrió una disputa para que no nos arrebataran ni se cobraran políticamente nuestro trabajo. Finalmente, hacia 2015, logramos la cogestión del programa entre el gobierno y los cartoneros, algo que ya se hacía en el sistema de reciclado con inclusión social. Para eso creamos la Cooperativa Anuillan de promotoras ambientales, compuesta exclusivamente por mujeres. Durante años cobramos el mismo salario que un recuperador urbano, pero en verdad era bastante más bajo porque nos quedamos sin la venta de material reciclable; lo hacíamos prácticamente a pulmón. Había que conocer la ciudad de día y desde otro lugar, hablar con los vecinos, en las escuelas, en las plazas, sobre la correcta separación en origen. Pero también, había que familiarizar a los propios cartoneros con una nueva forma de trabajar, empezar a incorporar nuevas palabras como “reciclado”, “medioambiente” y otras. Fue una hermosa locura. –¿Cómo fue el desarrollo del programa desde entonces? -El gobierno de la ciudad nos quería usar como empleadas para difundir propaganda. Lejos de eso, desde el comienzo pensamos en una batalla cultural más profunda. Para nosotras, se trata de enseñar a las nuevas generaciones, que todavía no han agarrado los vicios del consumismo, la importancia del reciclado y la reducción de basura. Y tratamos de hacer visible el servicio que los cartoneros, como trabajadores de la economía popular, brindamos a la comunidad. Hoy, con mucho orgullo, podemos decir que cuando una escuela pide una charla, preguntan directamente por nosotras. Es el resultado del poder popular, de la lucha y del reconocimiento que hemos logrado. Actualmente, somos más de cien promotoras en la Ciudad de Buenos Aires, de seis cooperativas distintas. El propio gobierno porteño ha recibido premios internacionales por nuestro trabajo. Pero recién en 2020 ingresamos bajo una categoría laboral propia, distinta a la de chofer, operario, etc., en el pliego de licitación del sistema de reciclado. Es muy importante por el reconocimiento económico. –¿Se intentó ampliar este modelo de promoción ambiental fuera de Buenos Aires? -Desde 2017, el programa comenzó a expandirse por otras ciudades y otras provincias con presencia de la FACCyR. Actualmente, a nivel nacional, ¡son más de quinientas las cartoneras que trabajan como promotoras ambientales! Fue un trabajo de hormiga, se requirió de capacitaciones, de reuniones. Un hito fue el primer encuentro nacional de promotoras ambientales, que se hizo en 2019 en la sede central de lo que era la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Fue todo un movimiento que generó un cambio en el mundo cartonero, porque las compañeras ganan confianza, aprenden a pararse frente a los demás. En un mundo masculino, como es el cartonero, las mujeres empezaron a ser referentas. Eso es hacer feminismo popular. –La Ley de Envases fue ganando en estos años centralidad en la lucha cartonera, ¿incidió en ello el trabajo de las promotoras ambientales? -Claro que sí. En 2013, cuando fue la primera discusión sobre la Ley de Envases, fuimos al Congreso solamente dos compañeras. El año pasado, cuando fue la última presentación, hubo movilizaciones masivas en las que las Promotoras Ambientales fueron protagonistas y llegamos con un proyecto de ley muy caminado, trabajado a nivel de la FACCyR y acompañado por el ambientalismo y sectores de la política. Se ha crecido mucho en la conciencia sobre el tema. Aunque, lamentablemente, no hemos logrado aún que se apruebe la ley. Cada vez que lo intentamos apareció la mala política para sostener privilegios. Vimos la peor cara del lobby, como compran voluntades políticas. La propuesta es muy sencilla: que todas las empresas que generen un envase se hagan responsables del costo ambiental que están produciendo. Con la tasa que paguen, se generaría un presupuesto mínimo destinado a crear sistemas de reciclado con inclusión social en todo el país. Hoy por hoy, los cartoneros reciclamos sus desechos sin ninguna compensación de su parte. La otra pelea, en el marco de la ley, es por el control sobre las empresas. Ellas quieren autorregularse, declarar cuántos envases generan, cuánto contaminan. No quieren que el Estado las controle. –¿Qué relación mantienen con el movimiento ambientalista, con las agrupaciones que toman esos temas? -Hay mucho clasismo en el ambientalismo, como en el feminismo. Un ambientalismo que cuida el ambiente, los animales, el ecosistema, o te habla de cuestiones muy lejanas, como el extractivismo, pero se olvidan del ser humano. Por ejemplo, desde el ambientalismo fanático nos critican por el uso de los caballos de parte de los carreros. Son, generalmente, sectores de clase media para arriba y, con mucho poder, defenestran a nuestros compañeros, les hacen la vida imposible. Pero ninguno de esos grupos cuestiona que mis compañeros tengan que empujar una carreta de trescientos kilogramos. Entonces, descuidan lo básico del ser humano. Su hostilidad se vuelve otra opresión para los pobres. Por suerte, más allá de esos grupos fanáticos, hemos logrado el reconocimiento de distintos sectores ambientalistas, como los Jóvenes por el Clima. Y organizaciones grandes, como Greenpeace, fueron parte del último proyecto de ley de envases. Relaciones que nos han abierto aún más la cabeza. Yo digo que la promoción ambiental me permitió ver el bosque. En la lucha cotidiana, preocupados por el trabajo, estábamos mirando solo el árbol. Ahora vemos que hay un bosque detrás. –Finalmente, a comienzos de este año asumiste al frente de la Subsecretaría de Residuos Sólidos Urbanos y Economía Circular de la Provincia de Buenos Aires, ¿cuál es el aporte específico que se puede hacer desde la experiencia cartonera a la construcción de la política ambiental en el Estado? -Es el resultado de años de lucha, organización y construcción de poder popular que a la cabeza de la gestión de los residuos en la Provincia de Buenos Aires hoy esté una cartonera. También implica que no es posible pensar una política ambiental de residuos sin la inclusión de las cartoneras y los cartoneros. Detrás de los residuos estamos los cartoneros, trabajadores de la economía popular. Nosotros, que venimos del descarte, del subsuelo de la patria como me gusta decir, venimos a transformar la concepción que se tiene sobre qué hacer con los residuos, cómo gestionarlos y cómo volver a darles valor. Ninguna empresa brinda el trabajo que finalmente terminan realizando los cartoneros en cada municipio de la provincia. El Estado no puede seguir desconociendo que la economía popular crea trabajo. Tiene que dejar de mirar para otro lado y construir políticas públicas que tengan como protagonistas a quienes hace muchos años vienen realizando un trabajo que, en esta coyuntura ambiental, resulta fundamental para abordar el cuidado de la Casa Común y el derecho al buen vivir de las ciudades. Debemos jerarquizar el trabajo cartonero, la problemática de los residuos e impulsar un paradigma circular de producción y consumo, que incorpore nuevos hábitos sustentables y responsables, como la separación en origen, para dar una respuesta efectiva a la urgencia que nos demanda el cuidado de la Casa Común. Las cartoneras y los cartoneros venimos hablando de esto hace muchos años. –¿Cómo se traduce esta perspectiva en la función pública que desempeñás actualmente? -Estoy convencida de que tenemos que generar Sistemas de Reciclado Locales con inclusión social. Estos han demostrado ser la única herramienta efectiva para abordar la problemática de los residuos, en la medida en que ofrece una respuesta integral a una problemática que tiene una dimensión ambiental, una social y una económica. Son un servicio de calidad para los vecinos de los municipios. Y, al mismo tiempo, reparan años y años de derechos vulnerados, de trabajar en condiciones de trabajo extremas. En ese sentido, cuando llegamos a la gestión una de las principales preocupaciones fue la de los basurales a cielo abierto. En estos lugares, mis compañeras y compañeros trabajan en condiciones extremas, muchas veces perdiendo su vida. Siempre digo lo mismo: nadie debería trabajar en un basural. Los basurales también son un foco de contaminación para las comunidades. Nuestra propuesta de intervención busca que las personas que trabajan en esos basurales pasen a realizar sus tareas en las plantas de reciclado. Teniendo en cuenta todo esto, desde la subsecretaría desarrollamos el Programa “Mi Provincia Recicla”, que busca reconocer el trabajo cartonero mediante la creación de Sistemas de Reciclado Locales con inclusión social, en co-gestión entre las cooperativas y los municipios. En la actualidad, estamos trabajando con más de treinta municipios, a los que les brindamos asistencia técnica en políticas de reciclado y maquinarias, herramientas e insumos de trabajo para poder fortalecer la gestión de los residuos y poner en valor las plantas de reciclado y los puntos verdes. Esta política provincial, alcanza al día de hoy, a más de setenta cooperativas y unidades productivas de la provincia. También llevamos adelante el Plan Provincial de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEES), la primera política pública sobre el tema, con la creación del Registro de Refuncionalizadores de nuestra provincia, que viene a formalizar el trabajo que muchos compañeros y compañeras venían realizando con este tipo de residuos. En líneas generales, nuestra gestión impulsa un paradigma de economía circular, que supone la recuperación y reutilización de los residuos. Para esto son fundamentales las Promotoras Ambientales. El trabajo que realizan en territorio no lo hace nadie, son indispensables para que la ciudadanía incorpore nuevos hábitos y sea partícipe activa de esta propuesta de gestionar los residuos.
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