Escrito por Agencia Paco Urondo
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Viernes, 03 de Febrero de 2023 00:00 |
Por Magdalena Tóffoli, Santiago Liaudat, Juan Manuel FontanaLa historia de José Ruiz Díaz, coordinador nacional de la rama de liberados, liberadas y familiares del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y Secretario de Formación Política y Gremial de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), desafía los discursos hegemónicos sobre las maneras de llegar y salir de la cárcel.
En diálogo con el portal Nación Trabajadora, Díaz habló sobre cómo la organización colectiva, una vez más, se convierte en una tabla de salvación para resistir el encierro y construir un proyecto de vida más allá de los límites del penal. -¿Quién es José Ruiz Díaz? Contanos cómo empieza tu historia. -Nací en Pilar en el año 1983. Mi familia vino a Buenos Aires desde un pueblo llamado Machagay en la provincia del Chaco. No teníamos casa propia. Trabajábamos como caseros en una casa de gente de clase alta. Crecí feliz, pero a la vez con enojo al notar las desigualdades que había entre los que tenían y no tenían plata. Esta familia para la que trabajábamos sin darse cuenta me inculcó algo positivo que me permitió incorporar el hábito de la lectura: me regalaban un libro por semana. Y cada vez que me veían, me decían “a ver, ¿qué sabes del libro? ¿Qué leíste, José?”. Y ya era como mi tarea, estaba ansioso por contar lo que había leído. Después estuve becado en un colegio privado hasta los doce años que me sacaron la beca porque tenía mala conducta, era muy rebelde. Con todo el país roto, en pleno menemismo, hay cosas que no me olvido: mi papá caminaba kilómetros para ir a trabajar y comprarnos pan. Fueron cosas que me marcaron. En ese tiempo empecé a laburar en un taller clandestino de pulido donde se tercerizaba la producción de una grifería. Todos los días salía a la una y diez del colegio y a las dos y media entraba a laburar hasta las ocho de la noche. Con eso logré mantener mi educación. Recuerdo que no había trabajo para nadie, las fábricas cerraban, nadie te agarraba un currículum, y mi viejo salía a buscar laburo todos los días. A los catorce años yo me sentía grande, ya miraba otras cosas, tenía independencia económica. Ese verano, antes de cumplir quince años, un grupo de gente más grande con la que ya tenía relación me llevó a delinquir. Me acuerdo que esa vez me dieron lo que yo ganaba en tres meses. Con quince años, ese fue un antes y un después en mi vida. -¿Qué cambios se produjeron en tu vida a partir de ahí? -Con el paso del tiempo me fui relacionando cada vez más con gente del mundo del delito. Mi sueño era tener una casa propia, para compartir con mi familia y mis amigos, porque el lugar donde vivíamos no era nuestro y no podían entrar otras personas que no fuéramos nosotros. Después me expulsaron del colegio privado: no me querían más ahí. En 2001 terminé la secundaria en un colegio técnico, sin llevarme ninguna materia, y me anoté en la licenciatura en organización industrial en una universidad de zona norte. En mi primer día de clases, me suena el teléfono y me dicen “José, hay nueve patrulleros en tu casa”. Estaban haciendo un allanamiento. Mi primer día de clases fue mi último día en la universidad. Pude volver a la universidad, varios años más tarde, pero en la cárcel. Mi primera condena duró desde diciembre de 2004 hasta diciembre de 2007, cumplí mis veinte años dentro de una cárcel de máxima seguridad. En 2009, caí preso nuevamente. Estuve detenido en más de diez unidades penitenciarias de la provincia de Buenos Aires, hasta que en 2010 llegué a la unidad 18 de Gorina en La Plata. Esta cárcel tenía otras condiciones, tenía mayor presencia de civiles y era menos violenta que las demás. Ahí conocí al Colectivo de Educación Popular en Cárceles Atrapamuros y me anoté para estudiar la carrera de Historia en un programa de educación en cárceles de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Ya no veía todos los días cómo se peleaban por zapatillas, sino que veía como traían textos fotocopiados para estudiar. Necesitábamos “descolgar” de la cárcel y lo único que nos sacaba era el estudio. Así fue como me interesé por la historia. También fundamos el centro de estudiantes de la unidad con otros cinco compañeros. Siempre me gustó aprender y soy obsesivo en las cosas que emprendo. Leía todo el día, libros enteros. A la noche nos juntábamos, apagábamos la televisión y charlábamos mucho con mis compañeros de celda. Me preguntaban cosas sobre lo que había leído en clase y yo, entusiasmado, se los contaba. Pero todavía quedan cuentas pendientes: casi ningún pibe que salió en libertad pudo terminar de estudiar una carrera, casi ningún pibe se pudo recibir afuera, las condiciones aún no están dadas. Yo intenté varias veces cursar y no se puede sostener, porque cuando salís hay otras prioridades que resolver como el plato de comida en casa y no hay lugar para el estudio. Casi ningún pibe que salió en libertad pudo terminar de estudiar una carrera, casi ningún pibe se pudo recibir afuera, las condiciones aún no están dadas. Yo intenté varias veces cursar y no se puede sostener, porque cuando salís hay otras prioridades que resolver como el plato de comida en casa y no hay lugar para el estudio. -¿Cómo empezaron a organizarse? -La organización como liberados se empezó a pensar dentro de las cárceles. En nuestro caso, no queríamos estar más en cana. Siempre nos encontrábamos los mismos en la cárcel. Armamos un proyecto productivo de serigrafía: estampábamos remeras, levantábamos pedidos y en las salidas transitorias las vendíamos. Algunos compañeros del proyecto salieron en libertad antes que yo y empezaron a armar la cooperativa. Empezamos a aprender el oficio en la cárcel y después le dimos cada vez más profesionalismo en libertad. Por parte de las unidades penitenciarias de mujeres, Nora Calandra también estuvo en la organización con nosotros desde el comienzo. Ella fue madre en contexto de encierro, atravesó algunos años de la cárcel y luchó desde ahí por lograr mejores condiciones de acceso a la salud, a la maternidad para las pibas detenidas y sus hijos criados en contextos de encierro. Hoy es la voz de un montón de compañeras, con una gran legitimidad, porque a ella la reconocen todas las pibas de la cárcel. Las mujeres detenidas están mucho más excluidas, el patriarcado es mucho más fuerte con ellas judicialmente. Ante una duda, ellas son condenadas, hay una gran mayoría de casos que son por narcomenudeo. Es decir, son víctimas del último eslabón de un sistema de narcotráfico estructural y terminan pagando las consecuencias en la cárcel. -¿Cómo siguió el proceso organizativo una vez afuera? -Al MTE nos acercamos entre 2016 y 2017. Primero fuimos parte de la Secretaría de Ex Detenidos y Familiares (SEDYF) de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Ya desde la SEDYF estaba la idea de armar cooperativas de liberados, con el trabajo como eje fundamental. En ese proceso nos integramos distintas cooperativas, como la Cooperativa Textil “Hombres y mujeres libres” de Chacarita, la Cooperativa de Serigrafía Riff, que habíamos armado con otros compañeros en La Plata, o la Cooperativa de Construcción “Los Topos” de Barrio Derqui, en el partido de Tres de Febrero. Luego, a comienzos del año 2018 me sumé como coordinador en el Polo Productivo Atuel del MTE en Parque Patricios (CABA), esto me permitió conocer desde adentro la organización, aprender a coordinar espacios de trabajo y pensar en armar nuevos espacios productivos para liberados y liberadas.
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