Por Inés BusquetsEugenia Almeida es escritora, periodista y docente argentina.? Se ha destacado como novelista de ficción y género negro.
Escribió Inundación, La pieza del fondo, Desarmadero, La boca de la tormenta, entre otros. Sus libros fueron traducidos al francés, al alemán, al italiano, al portugués. Ganadora del Premio Internacional de Novela “Dos Orillas”, organizado por el Salón del libro Iberoamericano de Gijón, y el Premio Transfuge en la categoría “Mejor novela hispánica”. En diálogo con AGENCIA PACO URONDO, conversó sobre el oficio en general, haciendo hincapié en el género donde más se la reconoce: la novela. Agencia Paco Urondo: Además de tu trabajo como escritora, llevás adelante una columna radial en la que recomendás libros. E.A.: Justo estaba acomodando la pila de libros para sacar la semana que viene, dándole un orden de prioridades. Es un trabajo que exige mucha lectura, pero disfruto mucho. Al igual que los concursos en los que uno trabaja de jurado, es una puerta muy interesante para conocer nuevas voces porque, por más que uno quiera, no puede estar al tanto de todo. APU: Me gustaría saber cómo fueron tus primeros pasos en la escritura, entendiendo que lector-escritor vienen de la mano. E.A.: Empezó por el lado de la lectura. Mi vieja tenía una historieta de Asterix en francés, idioma que ella hablaba. Un ritual que teníamos, ella a la noche me iba leyendo cada uno de los globitos. Primero en francés, después en español. Sobre todo, la presencia de ella, gran lectora. Anárquica. Desde muy chica la veía llevar la familia adelante con mucho esfuerzo, sola. Y sus refugios eran 4: en verano un aperitivo muy conocido, en invierno un café, su cigarrillo y su libro. Conseguía siempre un ratito de tiempo para sentarse y yo veía las reacciones que ella tenía en relación a los libros: emocionarse, reírse, fastidiarse. Me provocaba mucha curiosidad esa relación tan pasional que ella tenía con eso. Me daba cuenta que había algo de lo íntimo que ella había logrado construir y yo quería. Me acuerdo como un momento fundacional, el día que me di cuenta que a los libros los hacían las personas. Me impactó: hay alguien que hace de inventar historias, su vida. APU: En una entrevista decías que tus disparadores son imágenes, en esto que contaste sobre tu mamá se me presentaron varias ¿Cómo es que funcionan, en vos? E.A.: A veces decimos imagen y pensamos en una fotografía, tan mediados que estamos por las tecnologías. Por eso, diría más que nada, una escena. Con un tempo, un foro, un afuera y un adentro, personajes, una dramaturgia. A mí, siempre, me han aparecido las historias así: con una imagen, que en principio es fija, como si fuera una fotografía a descifrar, y que en algún momento se empieza a mover. Inmediatamente después, todo se trata de cómo suenan las cosas. Ya no hay tanto apego a describir esa escena a ver cómo suena. Posiblemente por eso, sobre todo en mis novelas, los diálogos tengan tanta presencia, Hay algo ahí, en cómo suena el mundo, en cómo sonamos cuando hablamos que a mí me permite mostrar algo que está entrelíneas. Algo que se transmite sin que uno lo esté explicitando. APU: La construcción de los diálogos, creo que debe ser una de las cosas más difíciles de hacer, porque conllevan pausas y silencios ¿Cuál sería el secreto? E.A.: No sé si hay un secreto, si lo hay, yo no lo conozco, pero las pausas y los silencios, cuando trabajamos sobre el papel, son difíciles. Ahí empezamos a jugar con lo gráfico, con los espacios en blancos, con los blancos vivos o significativos. Hay que tener editores que estén pensando en eso y no haciendo el cálculo en el papel. Entran muchas variables. Hace poco vi una serie que se llama Olive Kotteridge. Es extraordinaria, preciosa. Cuando termina uno de los capítulos veo que dice “basada en una novela de Elizabeth Strout”. Ahí me deslumbré y dije tengo que leer los libros de esta mujer, porque esa serie es puro sarcasmo, ironía, sobreentendido, silencio, gesto, y me preguntaba cómo crear eso desde las palabras. En esto de lo que se dice cuando no se dice, lo ideal es el teatro. Para mí, el teatro debe ser lo más difícil de escribir, pero sería como el escenario ideal. APU: ¿Hay una materia prima, estás atenta al lugar, a los diálogos; te funcionan, después, para el papel? E.A.: Más que para el papel, me funciona para la vida. Está muy duro, todo. Lo cotidiano está siendo muy difícil en todos los planos. Abrir los ojos a los rasgos poéticos, ficcionales, de belleza, profundidad que están todo el tiempo alrededor nuestro, te permite mantenerte en pie. Además de estar atravesados por eso, lo estamos por montones de discursos antipoéticos, antibelleza, antitodo, como sobresaturados de eso. De ahí viene la materia prima, que es una música más que un contenido. Pero, sobre todo, de ahí viene el sostén para atravesar lo cotidiano. APU: ¿Cómo lográs interactuar cuando te metés en tu ficción, en ese mundo único, con esa temática, ese contexto? E.A.: Diría que vivo en 3 mundos. Uno es al que te fuerza lo cotidiano, la mayor parte de las horas estoy ahí. El mundo de las lecturas y el de las escrituras. ¿Cómo hago para que eso conviva? Con esfuerzo, tratando de que lo cotidiano no te coma esos espacios y no terminar viviendo para trabajar, para estar en un solo plano. Y después, rodeándose de gente que considera que esas 2 cosas son parte de mí. Las aceptan y las celebran, las acompañan. No podría tener permanentemente cerca alguien que le moleste que lea muchas horas, por día. Siempre es una negociación tratar que lo superficial no se coma las cosas importantes. No por un libro, importantes por el placer. Tenemos que poseer un derecho al gozo, además de estar todo el día bajo el yugo. APU: Supiste decir que la poesía o el cuento es como un relámpago y la novela, una tormenta entera ¿Cómo es, cómo decidís meterte en esa gran tormenta? E.A.: La novela está en mí, antes que la poesía. Ese libro de poemas que publiqué fue una invitación Gabriela Halac, la responsable de Documenta Escénica, que es, también la que me publicó mi ensayo. Es mi gran amiga, nos divertimos mucho porque estamos tomando mate y, de repente, me dice “si hacemos…”. La matriz de la novela está más presente en mí. Y por seguir la metáfora, aquí en Córdoba, viene la tormenta y no sabés. Viene el diluvio o la inundación que arrasa con todo, y por ahí, en 2 minutos despejó y te podés meter, otra vez, al río. La novela es un poco así. Amenaza, se arma, a veces se desarma y otras va cobrando potencia. Lo que tiene de hermoso y difícil, la novela, es que requiere una constancia, que nuestro mundo dinamite. A veces, tenés que estar en un mundo 2 o 3 años, que si no vas compartiendo lo que estás escribiendo estás completamente sola. Yo no muestro nada hasta que termino. Hace un año que estoy viviendo en determinado lugar, con determinada gente. Mis seres queridos, saben más o menos por dónde va porque ven lo que estoy leyendo y los temas que saco, pero es un espacio de mucha soledad y eso, para mí, es muy hermoso. Requiere constancia, ir a ese lugar y permanecer ahí. APU: ¿Cómo vivís la etapa de la corrección? E.A.: Es la etapa más importante. Es otra cosa, no es como la escritura en sí.. Disfruto mucho hacerlo, mis problemitas psicológicos van por el lado de la obsesión y el detalle, engancho bien con esa parte. Pero es una pulsión muy diferente. No siento cuando corrijo lo que siento cuando escribo. Es como afinar un instrumento. La corrección, para mí por lo menos, es una herramienta importante para restarse importancia. Porque cuando corregís hay una distancia que te lo permite ver como si el trabajo lo hizo alguien más, te hace ubicar en la magnitud de lo que uno puede hacer. Está bien, pero tampoco te creas tanto. APU: ¿Sos cruel con vos, en ese momento? E.A.: No soy cruel, pero sí despiada. Es no tener piedad. Si uno está corrigiendo es porque ese texto va ser entregado a otros. Vos le debés a esos otros, no a quien lo escribió. Admiro mucho a los editores que, cuando trabajan sobre un texto, lo que priorizan es el futuro libro, no tu bienestar o autoestima. Es un ejercicio muy interesante para recordar la propia dimensión. Lo peor que le puede pasar a una persona que escribe es fascinarse con lo propio. En segundo lugar, encarnizarse con lo propio, que es otra forma de la fascinación. APU: ¿Tenés una previa, una planificación, en este oficio? E.A.: Nunca. Creo que por eso sigo escribiendo. Porque en todas las otras actividades, mis talleres, las clases, la radio, tengo mis cronogramas, mis croquis, mis equilibrios, mis balances. En la escritura, no. Es, justamente, el lugar al que voy a no saber y a que me lleve a donde me lleva. Eso es lo que más me gusta. Al momento de corregir, sí. Un cuidado de que las piezas encajen. Pero me gusta andar sin saber. De hecho, las dos novelas policiales que escribí no tenía idea de qué iban a tratar y hasta casi sobre el final no sabía cómo iban a terminar. Es un momento que te genera una zozobra que decís “esto se cae”. Creo que, cuando no se cae, sucede justamente porque uno se entregó a no saber, a dejarse guiar por una parte que no está con el ojo chico, una parte de uno más libre, más salvaje que puede jugar en otro plano. Cuando decimos un juego, parece que uno se lo tomara sin importancia. Basta ver a cualquier nene, nena, jugando para entender la seriedad que tiene un juego, pero tiene su propio universo. APU: ¿Por qué la incursión en el policial? E.A.: Misterio. Supongo que fue porque soy una lectora voraz de policiales. En el policial contemporáneo hay una presencia muy fuerte de una matriz que te permite pensar ciertas problemáticas sociales como un efecto, no como algo buscado. Hay una fascinación con cierta estructura que cierra. En la vida, no cierra nada. Nos da como una efímera sensación de que todo lo que hay afuera son signos que, si uno sabe leerlos, te permiten comprender una cosa acabada. Yo empiezo a escribir y a los 2 minutos hay un que está muerto, se escucha un balazo, se ve que hay una matriz, ahí, que me llama. APU: Se vuelve entretenido, para vos. E.A.: Sí, porque una vez que me engancho en la historia, hay ahí un placer muy privado. Es como volver a mi casa y leer una novela de Simenon para saber cómo termina, pero en este caso es volver y la novela policial no está. Tengo la secreta convicción de que las cosas ya están formadas en algún lado, lo que uno hace es traerlas. En los momentos de zozobra, me digo eso. Que esta historia va más allá de mí, tiene más vida, más lógica que yo. En algún momento se va a acomodar. APU: Ya que te agarramos preparando tu columna, estaría bueno que nos hicieras recomendaciones de lo que estés leyendo o trabajando. E.A.: Les recomiendo Todo lo que se mueve, de Valeria Mata. Es un libro más hermoso que no se qué, no sé cómo decirlo. Ella es una antropóloga mexicana, muy joven, de Puebla. En este libro va abordando el movimiento, pero en una mezcla como de diario personal, notas de viaje, de antropología, pequeños datos curiosos de distintas partes del mundo. Tiene una edición de Documenta Escénica muy atrevida porque, el primer cuadernillo, se saca, es móvil y se va desplegando. Tiene otras sorpresitas. Es uno de los libros que más me ha gustado, hasta ahora, en el año. Y otro que terminé anoche: El color favorito, de Valeria Tentoni, editado por Gris Tormenta. Valeria, además de ser una gran escritora, es una gran entrevistadora. El subtítulo dice “un ensayo personal sobre las entrevistas literarias, el poder de las preguntas y una historia sobre un hallazgo de un maestro de escritura”. Es un libro muy personal sobre el arte de entrevistar, cómo se arma una pregunta, cómo se llega al otro, con chispazos de su propia experiencia, con un detalle muy particular: no hay nombres propios hasta el final del libro. Una pequeña joya, una delicadeza, muy afín a lo que es ella. Dos ensayos el ensayo, pero desde un lado muy libre, singular. No en el sentido del yo, yo, yo, sino realmente de la singularidad.
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